La primera sala en ser examinada fue el salón. La estancia era blanca como la nieve con pequeños toques de rojo, como las cortinas que colgaban desde el techo y caían largas y elegantes hasta el suelo, tapando los ventanales. Una alfombra descansaba debajo del sofá beige. No contenía mucho mobiliario, excepto un sofá enorme y beige en medió de la habitación con un sillón blanco a cada lado; una mesita de cristal en medio de los tres asientos y un piano de cola blanco al fondo, en la esquina derecha, encima de un pequeño escalón de mármol blanco. Las paredes estaban limpias de cualquier puerta invisible.
En la segunda estancia, contigua a la primera, estaba el comedor. Una habitación rectangular, más pequeña que la anterior, pero también blanca. Cortinas grises caían tapando la luz que entraba por las ventanas. Una gran mesa de roble se encontraba en medio de la habitación justo enfrente de la gran chimenea de piedra blanca y gris. Diez sillas rodeaban la enorme mesa con elegancia. Las paredes estaban impolutas, sin ningún tipo de señal de puertas o pasadizos invisibles.
La tercera habitación que investigaron fue el salón del trono. La estancia ovalada no parecía tener ninguna puerta oculta en las paredes. Tres arcos a los flancos izquierdo y derecho daban paso a los pasillos para ir a diferentes estancias del castillo, incluidos los aposentos de los empleados. Dos lámparas majestuosas y doradas con ocho velas coronaban la habitación. Al fondo se encontraban los dos tronos. Dos grandes sillones dorados y rojos descansaban delante de dos ventanales que iluminaban las dos sillas para darles un brillo especial. No encontraron nada en ninguna de las paredes.
Los tres hombres estaban empezando a pensar que el Comandante estaba paranoico. Continuaron con las demás salas de palacio, pero no hubo suerte.
La sala del altar, donde se encontraba el tridente, la revisaron desde el suelo hasta el techo, sin embargo, no encontraron nada. Si había alguna puerta, los que la habían hecho eran unos expertos y sabían muy bien cómo camuflarlas.
La habitación del Comandante fue revisada exhaustivamente por el experto.
—Señor, en esta estancia no hay ninguna puerta invisible.
—¿Cómo que no? ¡Tiene que haber una, yo mismo la he visto! —le gritó el Comandante.
—Pues yo no la detecto, señor.
—Busca mejor. Es imposible que no encuentres nada. ¡Aquí hay una puerta y quiero que la encuentres ya! —chilló enfurecido.
—Como digáis, señor.
El hombre volvió a repasar todas las paredes de arriba abajo, sin dejar ni un rincón por revisar.
—¿La encuentras? —le preguntó el Comandante exasperado de tanto esperar.
—No, señor. Aquí no hay nada.
—¿Cómo es eso posible? —se sentó en el sofá con las manos en la cabeza, pensando en cómo lo habían hecho los capitanes para que las puertas no fueran detectadas.
Conrad estaba recogiendo las herramientas para seguir con otra habitación cuando el Comandante se levantó de un salto y se abalanzó sobre él.
—Ven, a ver si aquí también me dices que no hay ninguna puerta —le dijo mientras lo arrastraba hasta las mazmorras.
—No, señor, por favor. Yo solo he hecho lo que me habéis pedido. No me encierre en las mazmorras, se lo suplico —le contestó el hombre con lágrimas en los ojos.
—¡No voy a encerrarte, estúpido! Quiero que revises sus paredes. Desde el techo hasta el suelo, pasando por todas las celdas.
El Comandante entró en las mazmorras sujetando al experto para que no se escapara, encendió las antorchas colgadas en las paredes y le señaló al experto una pared.
—Revisa esa primera. Estoy seguro de que aquí hay una puerta, al menos.
Conrad cogió sus herramientas con las manos temblorosas y se acercó a la pared que el Comandante le había señalado. Empezó el reconocimiento de la estructura y buscó cualquier tipo de interferencia que pudiera haber. La máquina empezó a pitar y el experto abrió los ojos y la boca de par en par.
El Comandante se acercó a él con una sonrisa orgullosa y maquiavélica en la boca y lo empujó a un lado. Cogió el spray que el experto tenía en la caja de herramientas y lo echó por toda la pared.
—Con que no había puertas invisibles, ¿no? ¿Qué me dices ahora? —le preguntó el Comandante tirando el spray a los pies del experto y observando la puerta que aparecía delante de sus ojos.