El Comandante puso las manos en la puerta, casi acariciándola, y la abrió lentamente. Vio el pequeño pasadizo que se alejaba de la mazmorra. «Ya os tengo», pensó con una gran sonrisa en sus labios. Estaba decidido a entrar cuando el experto lo paró:
—No haga eso, señor. Estará muerto en un abrir y cerrar de ojos.
—¿Por qué?
—Hay unas cuantas trampas dentro. Estoy seguro de que habrá una alarma que avisará a los que hayan hecho este pasadizo. Si activa la alarma, los perderá.
—¿Cómo las desactivo? —quiso saber el Comandante. «Qué listos, capitanes», caviló.
—Yo podría echarles un vistazo, pero no sé si seré capaz de desactivarlas.
—Inténtalo.
Conrad asintió con la cabeza, se agachó delante de la caja de herramientas para coger un destornillador y se dirigió a la puerta del pasadizo. Se quedó en el umbral mirando las paredes detenidamente.
—Es para hoy —le apuró el Comandante.
—Señor, esto lleva su tiempo. Es peligroso y muy ingenioso. Debo estar perfectamente concentrado en lo que estoy haciendo.
El Comandante se alejó del hombre para dejarlo trabajar tranquilo. Se apoyó en una de las celdas y observó cómo el experto trabajaba, con paciencia, en las trampas y la alarma. «Tengo que reconocer que sois buenos, capitanes. Sois unos dignos adversarios», pensó mientras el experto seguía contemplando con detenimiento todos los mecanismos del pasadizo para su desactivación.
***
Después de varias horas, el Comandante continuaba en las mazmorras con el experto cuando Bastiaan se levantó de un salto del sofá dejando a Alysa caer hacia uno de los brazos del mueble.
—Lysander, despierta —le dijo a su compañero con una palmadita en la pierna.
El aludido estaba dormido en la butaca, al lado de Seema, con las manos entrelazadas. Abrió los ojos con rapidez y miró a su amigo.
—¿Qué pasa? —preguntó mirando adormilado a su alrededor.
—Han encontrado una de las puertas —le informó Bastiaan mientras se equipaba con la espada, el cuchillo y una pistola.
—Eso es imposible. Las hemos camuflado muy bien —le contestó su compañero sin poder creerlo, aún así, se levantó y se equipó con las armas. Solo por si acaso, aunque era completamente imposible, improbable que hayan descubierto alguna de las puertas.
Estaba a punto de desaparecer detrás de una de las puertas cuando las chicas se despertaron.
—¿A dónde vais? —preguntaron al unísono.
Los dos capitanes se sobresaltaron y las miraron.
—Tranquilas, solo vamos a hacer una comprobación —susurró Lysander para no despertar a los demás.
—¿Una comprobación? ¿Ha pasado algo? —quiso saber Alysa mirando a Bastiaan con preocupación.
—No lo creemos, pero es mejor estar prevenidos —le respondió él con tranquilidad—. No tardaremos. Solo vamos a echar un vistazo.
Las jóvenes asintieron y los dos capitanes se fueron por el pasadizo para llegar hasta la puerta que había sido descubierta. No llegaron hasta la salida, no hacía falta. Las voces que se escuchaban en el pasillo eran suficientes.
Los capitanes se miraron sorprendidos y volvieron tras sus pasos con rapidez. Tenían que salir de allí inmediatamente e ir al segundo refugio. Cerraron la puerta a cal y canto, cogieron todas las armas y despertaron a todo el mundo.
—Majestades, debemos irnos —dijo Bastiaan entrando en su habitación.
—¿Qué pasa? ¿Ya vais a atacar? —se interesó el rey aún con los ojos cerrados.
—No, majestad. Nos han descubierto.
Mientras el capitán conseguía que los reyes se levantaran, su amigo llamó al general.
El general no necesitó que le explicara mucho, se levantó de un brinco de la cama y salió para encontrarse con su hija, al igual que los reyes.
—Alysa, ven aquí —la llamó su padre.
La princesa obedeció. Tenía miedo de lo que pudiera estar a punto de pasar y el abrazo de su padre la tranquilizó. Los capitanes y el general recogieron las armas y se pusieron en marcha.
—¿Cómo saben que nos han descubierto? —quiso saber Altaír.
—Pusimos trampas y alarmas en las puertas. Creíamos que estaban bien camufladas. No quisimos correr ningún riesgo —contestó Lysander al dirigirse a la puerta que llevaba al segundo refugio.
—Bien pensado —les felicitó el general.
Bastiaan movió el candelabro que descansaba en la repisa de la chimenea y el hueco de la leña se apartó para dejar ver un largo, estrecho y negro pasillo.
Las chicas estaban impresionadas. ¿Cómo pudieron hacer todo eso ellos solos?
Entraron en el pasillo que se adentraba aún más en las profundidades de la tierra. Bastiaan cerró el hueco por el que habían entrado y puso los hechizos convenientes para que no fuera detectado, aún así, puso las trampas y alarmas oportunas, por si acaso.