El tridente de Poseidón

Capítulo 16

El general se acercó al baúl que descansaba cerca de la entrada. 

—¿Qué hay aquí dentro, capitanes? 

—Armas. Muchas armas —contestó Lysander al acercarse para abrir el baúl y dejar sus armas en el interior. 

—En lo que se refiere a armamento habéis pensado en todo —dijo Seema al lado de su padre. 

—Pues sí. Somos hombres de armas más que amos de casa o albañiles —Lysander le dedicó una sonrisa. 

—Será mejor que nos pongamos cómodos. No sabemos cuánto tiempo estaremos aquí —apuntó el general un poco alicaído. 

—No creo que sea por mucho tiempo. Bastiaan y yo nos ocuparemos del Comandante en cuanto hayamos planeado el ataque. 

—Es mejor no precipitarse. Hay que pensar bien lo que vamos a hacer. No podemos fallar —advirtió el general al dirigirse a la cocina para preparar un té. 

—Lo sabemos. Por esa razón no vamos a fallar —contestó Bastiaan al sentarse en una butaca, enfrente de los reyes y la princesa. 

—No estoy segura de querer volver. Si el Comandante se hace con el tridente, todos estaremos en peligro —opinó la reina con miedo en la voz. 

—No pienses así, querida —la intentó consolar su marido abrazándola. 

—Majestad, no vamos a fallar. Volveréis a estar sentada en el trono junto a su marido y su hija. Lo prometo. 

—Espero que así sea, capitán. 

—Es tarde. ¿Por qué no van a dormir? —les aconsejó Lysander para calmar los nervios de todos—. Los reyes pueden dormir en la habitación de Bastiaan y el general en la mía. 

—¿Y dónde dormirán las chicas? —quiso saber la reina. 

—Donde quieran —respondió Bastiaan mirando fijamente a Alysa. 

La joven consiguió descifrar lo que el capitán insinuaba. Quería que durmiera con él o, por lo menos, cerca de él. La verdad era que no tendría que decírselo dos veces. Ella estaba encantada con esa idea. 

—Dormiré aquí, madre. El sofá es muy cómodo. 

Seema y Lysander se miraron de reojo, pero ambos consiguieron saber lo que el otro pensaba. 

—Yo dormiré con ella. Esa butaca parece muy confortable —añadió la chica señalando el mueble que estaba al lado de Bastiaan. 

—¿Estás segura, hija? En la habitación seguro que hay sitio para los dos —le inquirió su padre un poco preocupado. 

—Estoy segura, padre. ¿Dónde voy a estar más segura que durmiendo en la misma habitación que los capitanes y la princesa? 

—Está bien, como quieras. Si cambias de opinión estaré encantado de hacerte un hueco. 

—Gracias, padre. 

El general y los reyes entraron en sus respectivas alcobas. Alysa miró hacia el techo, pensativa. Bastiaan se levantó y se sentó a su lado. 

—¿Qué pasa? —la interrogó pasando el brazo por los hombros de ella para abrazarla. 

—Me gustaría saber qué está pasando ahí arriba. 

—El Comandante lo estará revolviendo todo para intentar averiguar a dónde nos hemos ido. 

—Pero se llevará una gran desilusión —terminó Lysander al sentarse en el sillón que su compañero había dejado libre. 

—No parará hasta conseguir lo que quiere, ¿verdad? —preguntó Seema al sentarse en el regazo del capitán. 

—Me temo que no —contestó el chico abrazándola con fuerza—. De una manera u otra, no lo logrará. No le dejaremos que lo consiga. 

Los cuatro miraron hacia el techo y entrecerraron los ojos como si así pudieran ver a través del techo lo que ocurría. 

***

El experto consiguió desactivar todas las trampas y las alarmas. 

—Ya está, señor. Todo está desactivado, pero tenga cuidado, por si acaso. 

El Comandante cogió la radio que llevaba en el cinturón y llamó a su equipo de mercenarios. En cinco minutos, el equipo compuesto por cinco hombres, entró al trote en las mazmorras. 

—¿Qué desea, señor? —preguntó el líder. 

—Entrad en el pasadizo y matad a todos los que se encuentren dentro de él, excepto a dos muchachitas. Las necesito vivas. 

—Sí, señor —respondió el líder con una pequeña reverencia. Hizo un pequeño movimiento con la mano para que los otros cuatro entraran en el pasadizo. 

El líder encabezaba la fila y el Comandante la terminaba. Entraron en el salón y se desplegaron hacia las habitaciones. Abrieron la puerta de la primera de una patada y un mercenario gritó:

—¡Despejado!

La segunda puerta estaba entreabierta. El mercenario la empujó suavemente, miró alrededor e informó:

—¡Despejado!

El Comandante se acercó a la alcoba y empujó al mercenario para poder ver el interior. 

—No puede estar todo despejado. Tendrían que estar aquí, escondidos. No han podido salir —dijo el Comandante, furioso. 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.