El tridente de Poseidón

Capítulo 18

Los gritos eran cada vez más fuertes, tanto que se oían en el salón del segundo refugio. 

—Está bastante enfadado, ¿verdad? —preguntó Alysa agarrando el brazo de Bastiaan con fuerza. 

—Eso parece. 

—Más enfadado estará cuando lo derrotemos —dijo Lysander al recostarse en la butaca. 

—¿Tenéis ya un plan de ataque, capitanes? —inquirió el general al sentarse en una silla al lado de su hija. 

—Tenemos un posible plan, aunque aún quedan algunos detalles. En cuanto lo tengamos completo se lo haremos saber, general —contestó Bastiaan. 

—¿En qué consiste ese posible plan?

—Tenemos un infiltrado en palacio. Debemos verle para saber las horas de guardia, cuántos estarán despiertos, cuántos dormidos y dónde estarán en cada minuto —respondió Lysander tomando un sorbo de té.

—No sabía que teníais un topo —apuntó la princesa. 

—No era necesario que lo supieras. Cuanto menos sepas, mejor —le advirtió Bastiaan—. El Comandante tiene muchos artilugios con los que poder torturarte para sacar información. 

—Tiene razón —afirmó el general para confirmarlo.

—Está bien. Dejando a un lado lo cruel que puede llegar a ser el Comandante, ¿me podéis explicar cómo vais a hacer para ver a vuestro espía? —preguntó el rey cambiando de tema. 

—Pues ahí está la cuestión, que no lo sabemos. Deberíamos hablar con él, pero con el Comandante ahí arriba no podemos salir. Nos descubriría —explicó Bastiaan señalando al techo de la cueva. 

Todos miraron hacia donde señalaba el dedo y se quedaron callados escuchando los gritos del hombre. 

—¡¿Se puede saber cómo han conseguido salir de aquí?! —vociferó el Comandante. 

—No lo sabemos, señor. Pueden hacerse invisibles, a lo mejor pasaron al lado de nuestras narices y no nos dimos cuenta —contestó el capitán Corban, su segundo al mando. 

—Eso es imposible y lo sabes —le dijo su jefe con exasperación—. Sé que los capitanes son excelentes haciendo ese truco, pero yo lo soy más. Yo perfeccioné esa técnica, así que… ¡ni se te ocurra volver a decirme que podrían haberse escapado de entre mis manos porque te mandaré a la horca! 

—De acuerdo. Solo estaba dando una opción, señor —Corban se alejó de su jefe para dejar que se le pasara el mal humor. No iba a pagar el pato por algo que no había hecho. 

El Comandante siguió al experto por toda la cueva para ver si era verdad que no encontraba nada. La máquina no pitaba en ningún rincón. «¿Se habrán evaporado?», se preguntó. No era normal que no encontraran nada. 

***

La noche ya empezaba a caer y el Comandante continuaba sin respuestas. 

—Señor, debería descansar. Puede que mañana tengamos más suerte —le propuso el capitán Corban. 

Su jefe asintió mientras bostezaba y se encaminó a la salida del pasadizo. 

—Mañana a primera hora os quiero a todos otra vez aquí —ordenó al salir de las mazmorras arrastrando los pies con cansancio. 

El capitán cerró la puerta del pasadizo y se marchó detrás de él mientras preguntaba:

—¿Qué hará si no los encuentra, señor?

—Tengo que encontrarlos, al menos a la princesa y a la hija del general. A los demás no me importa lo que les pase, pero a ellas las quiero vivitas y coleando. 

—¿Qué tienen ellas de especial, señor? Si no le importa que le pregunte. 

—La hija del general sabe hablar y leer sirenio antiguo, además de tener el anillo de su madre. Y la princesa… —se quedó pensando—, la verdad es que de ella solo necesito el anillo que sus padres hicieron para ella, después puede que la utilice como chica de compañía. 

—¿Chica de compañía? ¿No estaba enamorado de la reina, señor? —inquirió el capitán, confundido.

—Sí, lo estoy, pero las dos son iguales físicamente. Y la princesa es más joven. Tendrá más energía para poder jugar —contestó con una sonrisa traviesa en la boca. 

El capitán le sonrió y dejó que su jefe entrara en sus aposentos. 

—¿Quiere que haga guardia, señor? 

—No creo que se atrevan a volver por ahora. Ve a tus aposentos y descansa. Mañana será otro largo día —le respondió dejando unos toquecitos en su hombro. 

El capitán asintió y se marchó. Bajó las escaleras y entró en su habitación, cerrando la puerta después de comprobar que nadie lo vigilaba. 

***

Mientras el Comandante dormía plácidamente en su cama, Bastiaan se despertó en el sofá del refugio. 

—¡Bastiaan! —gritó Alysa, asustada. 

—Estoy aquí, princesa. Duérmete —le dijo suavemente mientras le acariciaba el pelo dorado con ternura.  

—He tenido una pesadilla. 

—¿Quieres contármela? 

—Te encontrabas con el espía, pero te traicionaba avisando al Comandante. Localizaba la cueva y os mataba a todos, excepto a Seema y a mí —le narró con las lágrimas resbalando por sus mejillas sonrosadas. 




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