El tridente de Poseidón

Capítulo 19

El pez gallo aún no se le había escuchado cuando el Comandante se despertó. Bajó rápidamente las escaleras para llegar a las mazmorras, se quedó parado delante de la puerta oculta unos segundos y miró a su alrededor. 

—¿Dónde está todo el mundo? —preguntó a la nada. 

—Aquí, señor —respondió el capitán Corban al salir de una de las celdas. 

—¿Ha llegado ya el experto? 

—Sí, señor. Está dentro —contestó señalando la puerta que llevaba al pasadizo.

—¿Y por qué no estás con él? Sabes que no me fío de nadie —le regañó el Comandante. 

—Hay tres mercenarios con él. No lo he dejado solo. 

—Perfecto. Vamos. 

Entraron en el pasadizo y llegaron al salón de la guarida. El Comandante se acercó al experto y le preguntó:

—¿Has encontrado algo? 

—No, señor. La máquina sigue sin pitar. 

—¿Cómo es eso posible? Tiene que pitar. Sé que hay alguna puerta o trampilla por aquí —dijo mientras zapateaba el suelo con los pies. 

—La máquina no lo detecta, señor. 

—Pásala otra vez y, si no pita, la pasas otra vez y si otra vez. ¿Me has entendido? —amenazó al experto. 

—Sí, señor. Como usted ordene. 

Conrad cogió la máquina y se puso manos a la obra sin perder ni un segundo. 

—¿Señor? ¿Por qué está tan empeñado en encontrar algo que no hay? —le inquirió el capitán exasperado de estar encerrado en esa cueva todo el día. 

El Comandante lo miró con los ojos rojos de furia y se acercó a él con paso ligero. En dos zancadas estaba enfrente del capitán, le cogió de las solapas de la chaqueta y le dijo:

—Sé que hay una trampilla en esta maldita cueva. Si no te gusta este trabajo puedo hacer que te encierren en una celda para ver si ahí te diviertes más. 

—Lo siento, señor. 

—No vuelvas a llevarme la contraria. 

—No lo haré, señor. 

***

Alysa y Seema se quedaron dormidas después de ver la película que había puesto Bastiaan en el televisor. 

—Hasta mañana, capitanes —dijeron los reyes entrando en la habitación que le habían asignado. 

—Que descansen, majestades —respondieron al unísono. 

—A ver si mañana podemos encontrarle solución al problema del espía. Seguro que se nos ocurre algo —les consoló el general antes de desaparecer detrás de la puerta de sus dependencias. 

—Seguro —contestaron a la vez. 

—¿Cuánto tiempo creéis que vamos a estar aquí encerrados? —inquirió Seema al salir de su sueño. 

—¿No estabas dormida? —la interrogó Lysander con sorpresa. 

—Me estaba haciendo la dormida, que no es lo mismo. Al igual que Alysa. 

Bastiaan se inclinó para mirar el hermoso rostro de la princesa y la vio reírse. 

—Sois buenas actrices —las halagó Lysander asombrado de que los hubieran engañado tan bien. 

—Hemos practicado mucho en el convento —respondió Seema encogida de hombros para no darle importancia. 

—¿Salíais a escondidas del convento? —quiso saber Bastiaan. 

—Salir, lo que se dice salir, no. Aunque sí hemos ido alguna que otra vez al comedor. Bueno, yo más que ella —añadió Seema mientras señalaba a su amiga. 

—¿Por qué? 

—Porque yo descubrí mis poderes antes que ella y quise utilizarlos bien. 

—Ahora entiendo por qué te escondías cada vez que te encontraba en el comedor. ¿Por qué no me lo dijiste? —le preguntó Alysa al incorporarse para quedar sentada en el sofá, al lado de Bastiaan. 

—No lo sé. No sabía en quién podía confiar y en quién no. Supongo que me equivoqué al no decírtelo. 

—Será mejor que os durmáis. A lo mejor mañana podemos encontrar alguna manera de salir de aquí —les aconsejó Lysander al levantarse de la butaca para acercarse hasta el baúl de las armas. 

—¿Vas a alguna parte? —le preguntó Seema mientras lo seguía con la mirada. 

—Voy a hacer guardia para que durmáis con tranquilidad. Bastiaan me relevará dentro de unas horas —respondió el chico al amarrar la espada en el cinturón. 

Las chicas lo siguieron con la mirada hasta que desapareció por el pasadizo. Alysa se acurrucó a Bastiaan y cerró los ojos sin poder dejar de pensar.

—¿Bastiaan? —lo llamó con un murmullo—. ¿Crees que todo esto acabará bien? 

—¿A qué te refieres? 

—¿Crees que el Comandante llegará a tener el tridente en su poder? —rectificó al sentarse para poder mirarlo a los ojos. 

—No lo creo. Lo detendremos antes de que lo intente. Sin vosotras no podrá hacer nada. Y no vamos a dejar que os cojan —la calmó el capitán. 

Alysa volvió a tumbarse a su lado y se quedó dormida al instante. Estaba cansada de estar ahí escondida, pero no había más remedio por ahora. Hasta que el Comandante no fuese derrotado, muerto o encarcelado, todos ellos debían vivir escondidos en las profundidades de la tierra.




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