El tridente de Poseidón

Capítulo 24

Cuando Lysander puso un pie cerca de la cama, una alarma con una luz roja parpadeante chilló: “INTRUSOS”. El capitán se alejó del Comandante para que éste no le alcanzara con la espada que tenía guardada debajo de las sábanas y abrió los ojos.

—Sabía que erais vosotros —dijo el Comandante al levantarse de un salto para apuntar al capitán con la espada—. Esta vez no os escaparéis. 

El Comandante arremetió contra el capitán. Lysander lo esquivó con un pequeño movimiento y lo hirió en una pierna.  

—Parece que ha perdido facultades, Comandante —dijo el joven con el cuchillo lleno de sangre en la mano. 

Bastiaan aguantaba la puerta para que los guardias no entraran mientras su compañero se batía en duelo con su víctima.

—Lysander, date prisa. No aguantaré mucho más. 

El Comandante arremetió contra el capitán una segunda vez. El segundo lo esquivó y le hizo un corte en el brazo. El hombre volvió a arremeter, pero no logró alcanzar al muchacho. 

—¡Lysander! Tenemos que irnos ahora mismo —gritó Bastiaan. Eran demasiados guardias. No podía con ellos. 

Los dos capitanes desaparecieron dejando al Comandante solo en la habitación. Los guardias consiguieron echar la puerta abajo y entraron en tropel en la sala. 

—¿Qué ocurre, señor? —preguntó el capitán Corban. 

—Pasa que se me han vuelto a escapar esas ratas. ¡Todos al pasadizo de las mazmorras! ¡Ya! —ordenó un segundo antes de transportarse. 

Entró en el pasadizo a toda velocidad y llegó al salón de la guarida. Estaba a oscuras y sin rastro de las dos ratas. 

—¡Vais a pagarlo muy caro! ¿Me oís? ¡Muy caro! —gritó a la estancia. 

Al escuchar los gritos, el capitán Corban y sus hombres se acercaron lentamente al Comandante. 

—¿Qué hacemos, señor? —inquirió el capitán con cautela. 

—Si los expertos no pueden averiguar dónde está la puerta y no hay contrahechizo para el hechizo de protección, solo queda una cosa por hacer. 

—¿El qué, señor? 

—Echar las paredes abajo. Mañana por la mañana quiero que echéis todas las paredes de esta maldita cueva abajo. ¿Me habéis entendido? —preguntó a los guardias. 

—Sí, señor —gritaron al unísono antes de desaparecer en un abrir y cerrar de ojos de la vista del Comandante. 

—¿Está seguro de que es una buena idea, señor? Podría derrumbarse todo y que queden atrapados bajo tierra —se preocupó Corban. 

—Si no los hago salir así, al menos sé que estarán enterrados y muertos para siempre —contestó el Comandante al dirigirse hacia el pasadizo para volver a sus aposentos. 

Corban se quedó unos segundos más dentro de la guarida. Miró a su alrededor entrecerrando los ojos, como si así pudiera saber dónde estaban escondidos los dos capitanes. Lo intuía, pero no conseguía ver la puerta. 

***

Los dos capitanes aparecieron en el pasadizo, detrás del hueco de la chimenea. Bastiaan puso los hechizos de protección y las trampas mientras Lysander corría hacia el salón para verificar que todos estaban bien, empezando por Seema.  

—¿Qué ha pasado? —le preguntó la chica al levantarse del sofá para llegar hasta él—. Lysander, ¿qué ha ocurrido? —Estaba pálido y cansado. 

—¿Le ha pasado algo a Bastiaan? —quiso saber Alysa con los ojos vidriosos. No quería pensar que le hubiera ocurrido algo malo. Y, mucho menos, que lo hubieran matado. Era inconcebible. Y no estaba dispuesta a perderlo. 

—No le ha pasado nada. Solo he venido para verificar que estabais bien —dijo el chico tranquilizando a la princesa y abrazando a Seema mientras le dejaba pequeños besos en la frente. 

—¿Dónde está? —lo interrogó la princesa. 

—Está poniendo las trampas y los hechizos en la puerta. No te preocupes, está bien. Sano y salvo —le contestó caminando hacia el sofá con Seema debajo de su brazo. 

Se escuchó el ruido de unos pasos y todos miraron hacia la puerta. El general se acercó a ella con una pistola en la mano y apuntó. La cabellera morena del capitán asomó por la puerta y retrocedió un paso al ver la pistola del general.

—Capitán, me ha asustado —le dijo Altaír retirando el arma. 

—Más me he asustado yo, general. Es bueno saber que está en alerta. 

Altaír le dio unos golpecitos en el hombro con una sonrisa en la cara y se alejó hasta la cocina donde la princesa estaba apoyada en la isleta que separaba el salón de la cocina.

Alysa corrió hacia él y lo abrazó con fuerza. 

—Estaba preocupada. Creía que te habían cogido —le dijo dejando pequeños besos por todo el rostro femenino. 

—Pues no lo han hecho. Tranquila —le enmarcó el rostro con sus grandes y callosas manos y le dejó un beso en los labios. 

—No quisiera interrumpir, pero ¿a dónde se supone que han ido, capitanes? —preguntó el rey pasando la mirada de uno a otro. 

—Pudimos contactar con nuestro infiltrado y nos dijo que esta noche se celebraba una fiesta de disfraces… —empezó a contar Lysander. 




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