Las chicas aparecieron en la superficie, en la puerta trasera del hostal donde se quedaron la primera noche que pasaron fuera del convento. Unos segundos después, el general y la reina se hicieron presentes.
—¿Este es el hostal? —preguntó Altaír mirando de arriba abajo la edificación.
—Sí, padre. No es gran cosa, pero da el apaño.
Unos segundos más tarde, Lysander apareció con el rey y Bastiaan con las armas y las provisiones.
—Vamos, entrad —dijo Lysander empujando con suavidad hacia la entrada del edificio.
Entraron rápidamente, mirando a su alrededor para asegurarse de que no los seguían.
—Bienvenidos, señoras y caballeros. ¿En qué puedo ayudarles? —inquirió una joven pelirroja muy atractiva desde detrás de un mostrador.
—Hola. Querríamos tres habitaciones, por favor —contestó Lysander con una sonrisa coqueta a la muchacha.
—Por supuesto, caballero. ¿Las quieren contiguas?
—Eso sería estupendo, gracias.
La joven se ruborizó ante la gran sonrisa del chico. Seema miró a la chica con los ojos entrecerrados, amenazadores.
—¿Me pueden dar algún nombre, por favor?
—Claro. Póngalas a nombre de…
—Melania. Señorita Melania —dijo Alysa sin pensar.
—Está bien. Sus habitaciones son la doce, trece y catorce. Primer piso a la derecha. Disfruten de su estancia.
—Muchas gracias, así lo haremos —Lysander cogió las llaves que la chica le ofreció con las manos temblorosas.
Subieron las escaleras hasta el primer piso y se dirigieron hacia sus habitaciones.
—Bastiaan, el general y yo dormiremos en la doce. Majestades, ustedes en la trece. Y Alysa y Seema en la catorce. Pónganse cómodos —les invitó el capitán entregando sus respectivas llaves.
—Aquí solo hay dos camas, capitanes. ¿Cómo vamos a dormir? —quiso saber el general al entrar en el dormitorio y dejando el macuto en la mesa de madera roída que había en medio de la sala.
—Siempre habrá uno de guardia, general. El Comandante puede tener espías y no queremos correr ningún riesgo —le explicó Bastiaan sacando algunas armas de la maleta para entregárselas a su compañero y a Altaír.
—¿Cómo sabéis que puede haber espías?
—Cuando conocimos a las chicas las salvamos de dos de ellos. Están muertos, pero no sabemos si habrán más —le dijo Lysander preparando una pistola—. Yo haré la primera guardia.
—De acuerdo, despiértame dentro de unas horas —le avisó su compañero al tumbarse en una de las camas cerca de la ventana.
Lysander cogió la silla que había delante de un pequeño escritorio de madera y se sentó delante de la puerta, con la oreja pegada a ella.
—Será una noche muy larga —comentó al acomodarse en la silla.
***
El Comandante se despertó con una gran sonrisa en los labios. «Este va a ser un gran día. Lo presiento», pensó mientras se vestía para ir hacia la guarida.
Llegó en unos segundos a la sala y ya estaba llena de gente. Cinco soldados, tres constructores, dos expertos y el capitán esperaban la orden para empezar el derribo.
—Sabéis por qué estáis aquí, ¿verdad? —preguntó el Comandante a los presentes.
—Sí, señor. Solo esperan su orden para empezar —contestó Corban un poco nervioso, aunque no se le notara en el exterior.
—Está bien. En ese caso, ¡empezad el derribo! —gritó con entusiasmo.
Los constructores empezaron con los preparativos. Debían saber qué pared era maestra y cuál no. No podían hacerlo a la ligera o todo se vendría abajo para enterrarlos vivos.
***
Los preparativos tardaron hasta casi el crepúsculo y el Comandante ya estaba desesperado.
—¿Por qué tardan tanto? —preguntó, furioso.
—Hay que comprobarlo todo bien, señor —respondió uno de los constructores.
—¿Para cuándo empezarán a derribar las paredes?
—Mañana a primera hora, señor.
—¿Mañana? No, tiene que ser hoy. ¡Ahora mismo!
—Eso no es posible, señor. Si empezamos ahora podría ceder el techo y quedaríamos atrapados. Sería una locura —le explicó otro constructor con temor.
El Comandante resopló. «¿Cuándo voy a encontrar a esas ratas?», se preguntó con rabia.
—Capitán Corban, dígale a la cocinera que traiga algo de comer. Vamos a pasar aquí la noche… Todos. Y espero que así podamos comenzar a derribar paredes antes del alba.
—Sí, señor —Corban se marchó por el pasadizo.
Los constructores siguieron con su trabajo, vigilados muy de cerca por los soldados y el Comandante.
—¿No pueden ir más rápido? —preguntó éste con desesperación.
—No, señor. Tenemos que tener cuidado con lo que hacemos —contestó el último constructor examinando las paredes que daban a los otros pasadizos.