El Comandante comía mientras los constructores continuaban con su trabajo.
—¿Os queda mucho para terminar? —preguntó con impaciencia.
—Un poco, señor. ¿Podríamos parar cinco minutos para comer?
—¡No! Cuando terminéis podréis comer todo lo que queráis. Es más, yo mismo os invitaré. Quiero que acabéis lo antes posible.
—Pero, señor… —empezó a protestar un constructor.
—¡Pero nada! ¡Nadie comerá hasta que no encuentre la ratonera! —vociferó.
—Señor, debería darles algo de comer o, por lo menos, agua —le susurró el capitán Corban—. No querrá que se desmayen, ¿verdad?
El Comandante entendió lo que el capitán quería decir. Y tenía razón. Si los constructores se desmayaban no seguirían con los preparativos y perderían tiempo hasta que volvieran en sí.
—Tiene razón, capitán. Está bien, que coman algo. Tienen cinco minutos. No quiero que pierdan más tiempo.
***
Ya era casi la hora de cenar cuando uno de los constructores se acercó al Comandante para darle la noticia:
—Señor, ya hemos terminado. Vamos a empezar a derribar las paredes.
—Estupendo. Proseguid, pues. Avisadme en cuanto descubráis dónde se encuentra el escondite de esos bastardos.
—Sí, señor —el hombre hizo una reverencia e indicó a sus compañeros que podían empezar a derribar.
Los tres hombres cogieron sus machotas y comenzaron a tirar la primera pared de la guarida.
***
Alysa y Seema estaban sentadas en los escalones del porche junto con la reina y Rita. Contemplaban el anochecer mientras bebían un poco de café caliente.
—Está empezando a refrescar. ¿Queréis una rebeca o una manta? —les preguntó Rita a las tres mujeres.
—No, gracias —contestó Alysa con amabilidad.
—Yo estoy bien —dijo Seema dando un sorbo al café calentito.
—Yo también. El café me hace entrar en calor —añadió la reina con una sonrisa.
—Es precioso, ¿verdad? —inquirió Rita mirando al sol que se escondía por el horizonte.
—Sí que lo es —respondieron las tres mujeres al unísono.
—Hacía mucho tiempo que no veía el anochecer. Ya casi no me acordaba de lo bonito que era —comentó la reina maravillada por la belleza del momento.
—Sé que es de mala educación preguntar esto, pero la curiosidad me puede —habló Rita dando un sorbo a su café—. ¿Qué truco de belleza hacéis para aparentar tener dieciocho años?
—Lo siento, Rita, no sé cómo explicarlo. Es un poco complicado —le contestó la reina apenada por no poder contarle lo que quería saber.
—No te preocupes. Ya estoy acostumbrada a que Ares y Aquiles no me respondan a mis preguntas. Me supongo que serán cosas del ejército o algún experimento secreto del gobierno, ¿no?
—En cierto modo, sí. Algún día puede que te lo expliquen todo. Estoy segura de ello.
—No pasa nada. Los dos me caen fenomenal, bueno, todos vosotros. Si no es posible que lo sepa, pues me conformaré con la compañía que me dais. No suele venir mucha gente a vernos.
—¿Y tus hijos? —quiso saber Alysa intentando averiguar cómo sus hijos podían dejar solos a esa pareja tan amable y cariñosa.
—No tenemos, muchacha. Lo intentamos, pero no lo logramos. En fin, supongo que no estaba escrito que tuviéramos descendencia —la voz se le quebró al decir esas palabras.
La reina se acercó a la mujer y la abrazó. Esa mujer había deseado tener hijos, pero el destino no se los había dado. Qué injusto podría llegar a ser. Había personas que no querían tener niños y, sin embargo, el destino se los daba. Y otras personas como Rita, que queriendo tenerlos no lo conseguían.
—Será mejor que entremos. Mi marido estará esperándome ya en la cama —la mujer se levantó mientras se secaba una lágrima descarriada, abrió la puerta y entró en la casa seguida por las tres muchachas.
Rita se acercó al interruptor de la luz y apagó las luces dejándolo todo en penumbra. Se acercó al salón donde los hombres estaban sentados, charlando alegremente.
—Armando, llámanos por la mañana para ayudarte con las tareas —le dijo Lysander al levantarse al ver a Seema entrar en la sala.
—No hace falta, muchacho.
—No nos importa ayudarte, al contrario, será un placer —insistió el capitán.
—Bueno, está bien. Como queráis.
—Nosotras te ayudaremos a ti, Rita —le dijo Seema mientras rodeaba la cintura del capitán con el brazo.
—Muchas gracias, pero no hace falta que os molestéis.
—No es ninguna molestia —añadió Alysa de pie, junto a Bastiaan.
—Pues vamos a dormir. Mañana será un día muy duro —aconsejó Armando al levantarse del sofá para caminar hacia la puerta, a la izquierda de las escaleras.
—Hasta mañana a todos —les deseó Rita mientras seguía a su marido.