Ya era de noche en la granja. Bastiaan, Lysander y las chicas estaban sentados en el balancín del porche trasero.
—Así que, aquí es donde estabais ayer por la noche, ¿no? —preguntó Lysander observando cómo se ponía el sol en el horizonte.
—Hacía mucho tiempo que no veíamos al sol ponerse —contestó Seema mientras lo abrazaba.
—¿Tienes frío?
—Un poco.
El capitán la rodeó con los brazos para que entrara en calor y la pegó más a su cuerpo.
—¿Entramos? —inquirió Bastiaan observando los vellos de punta de Alysa.
—Quedémonos unos minutos más, por favor —le pidió acariciando la mandíbula de él con la punta de los dedos—. Pinchas.
—Lo sé. Mañana me afeitaré.
—¿A quién le toca hacer guardia esta noche? —quiso saber su compañero.
—Al general.
—¿El general? ¿Seguro?
—Se ha empeñado en hacerla él.
—Mirándolo por el lado bueno, esta noche podré dormir —dijo Lysander apoyando la cabeza en el hombro de Seema.
La chica se rio cuando escuchó un ruido que parecía un ronquido, le levantó la cabeza y le dejó un beso.
—Chicos, chicas, la cena está lista —les informó Rita—. Quién pudiera volver atrás y ser joven otra vez —susurró con melancolía al ver a las dos parejas.
Los cuatro se miraron sonriendo. Las muchachas se levantaron del regazo de los capitanes y entraron en la casa cogidos de la mano. Se sentaron a la mesa y degustaron la comida que Rita y la reina habían preparado.
—Buenas noches a todos —desearon los reyes al subir las escaleras después de haber comido y recogido la cocina.
Todos subieron a la primera planta de la casa y las chicas entraron en su habitación.
—Buenas noches, hijas —les deseó el general a las muchachas—. Que durmáis bien, capitanes.
—Gracias, general. Si ve algo raro, avísenos —le dijo Bastiaan antes de cerrar la puerta del dormitorio.
Altaír le asintió y se sentó en el sofá para limpiar el revólver.
***
Entre las sombras del pequeño bosque que bordeaba la granja, un hombre observaba la primera planta de la casa. Cogió los prismáticos y apuntó a la ventana del salón. Vio al general sentado en el sofá mientras ojeaba el periódico.
—Ahí estáis. Os encontré —murmuró el hombre antes de desaparecer en un abrir y cerrar de ojos.
El general levantó la cabeza del periódico que leía y se acercó a la venta. Miró hacia el bosque y entrecerró los ojos. Sabía que había alguien ahí fuera, observando, pero ¿quién? ¿El Comandante? «Imposible, nunca sale del palacio sin sus guardias», se contestó a sí mismo. ¿Algún espía del Comandante? «Probablemente. Tiene hombres en todas partes, aquí no iba a ser menos», siguió cavilando. Se alejó de la ventana y se sentó en el sofá para ver la televisión, aunque en alerta.