La noche pasó en un suspiro y el timbre de la casa sonó.
—Chicos, despertad —gritó Armando desde el otro lado de la puerta.
El general se levantó mientras escondía el arma y abrió.
—Buenos días, Julian. ¿Quién me ayuda hoy? —quiso saber Armando con una gran sonrisa en los labios.
—Buenos días. Todos menos yo. No he podido dormir bien esta noche.
—Si quieres te puedo dar unas pastillas para dormir. Son mano de santo —le ofreció el anciano gentilmente.
—No te preocupes. Son solo algunas preocupaciones mías. Nada serio.
—Como quieras. Diles a los chicos que los espero en los establos.
—Ahora mismo los despierto.
El general cerró y los capitanes salieron de la habitación preparados para entrar en faena.
—¿Qué tal la noche? —quiso saber Lysander mientras se estiraba.
—Bien. Nada extraño. Me voy a dormir un poco, después voy a ayudaros.
—De acuerdo.
***
El Comandante llegó por fin al reino del Norte. Un hombre muy bien agraciado y muy alto, con el pelo negro con algunos reflejos azules, los ojos color café y la piel bronceada, le esperaba en la entrada del palacio.
—Buenos días, Majestad —lo saludó el Comandante al acercarse al rey con los brazos abiertos y una sonrisa en los labios.
—¿Qué le trae por aquí, Comandante?
—Vengo a visitar a la princesa. Quiero conocerla mejor.
—¿Y cuál es la razón para visitarla y querer conocerla mejor? —preguntó el rey con confusión y extrañeza.
—Creo que me he enamorado de ella.
—¡¿Qué?! ¿Enamorado? ¿De mi hija? —inquirió totalmente atónito por la declaración.
—¿Por qué le sorprende tanto?
—Bueno, no estoy acostumbrado a que vengan aquí pretendientes para mi hija.
—Es extraño que no lo hagan. Su hija es una belleza.
—¿Mi hija? ¿Está seguro de que estamos hablando de la misma persona?
—Por supuesto. Qué bribón. Que bien escondida la tenía —le dijo el Comandante dejando una palmadita en el hombro con total confianza—. ¿Me va a invitar a entrar o nos quedamos aquí?
—Claro, entremos. Mandaré a llamar a mi hija. Supongo que llegará mañana por la mañana.
—¿Cómo que llegará? ¿No está aquí?
—Ha ido a ver a la princesa del reino del Sur.
—Ah, bueno. No se preocupe. La esperaré. Estoy impaciente por verla, pero no va a pasar nada por un día más.
—Me alegro que piense así. ¿Ha desayunado? —le preguntó el rey.
—Salí temprano de palacio.
El rey dio dos palmadas y los sirvientes les sirvieron el desayuno en el comedor.
—¿Y cuándo ha conocido a mi hija? —quiso saber el rey con curiosidad.
—En mi baile anual de máscaras. Me deslumbró.
—Fue con su amiga, ¿verdad?
—Otra belleza más. Pero me quedé prendado de su hija.
—Ya lo veo, ya. ¿Cuánto tiempo tenía pensado quedarse?
—Dos o tres días. No puedo más. Tengo unos problemillas que tengo que resolver, pero pueden esperar unos días. Son unas pequeñas vacaciones.
—Muy bien. Yo también debería tomarme unos días libres, pero no sé a dónde ir. Ya conozco todos los reinos como la palma de mi mano.
—Me lo imagino. Siempre le ha gustado viajar.
—Mi hija ha salido a mí, en ese aspecto.
***
—¡Armando, cariño! El desayuno está listo —gritó Rita desde el porche trasero.
—¡Ya vamos, cielo! —contestó su marido al acercarse a las caballerizas—. Chicos, vamos a desayunar.
Los capitanes dejaron lo que estaban haciendo y se encaminaron hacia la casa con Armando.
—Contadme, capitanes, ¿cuándo pensáis pedirles a esas chicas que se casen con vosotros? —quiso saber el anciano como si nada, antes de llegar a la casa.
Bastiaan y Lysander se quedaron parados, paralizados con un pie encima del primer escalón de las escaleras del porche.
—El momento llegará, pero ahora mismo no es posible —respondieron casi al unísono.
—De acuerdo, espero que no invitéis si llegáis hasta el altar con ellas.
—Por supuesto. Seréis los primeros en enteraros.
***
El sol ya se ponía en el reino del Norte cuando el Comandante y el rey Neo llegaron a palacio después de pescar.
—¿Cómo ha ido la pesca, majestad? —le preguntó su mayordomo personal con una reverencia.
—Bien, gracias. Hemos traído un poco de cada especie. Ponlas en el acuario.