Todos se fueron a dormir menos los capitanes y el general. Esa noche estaban dispuestos a averiguar quiénes habían estado escondidos en el bosque.
—Vaya arriba a cuidar de los demás —le dijo Lysander al general mientras miraba por la ventana del salón más cercana a la chimenea.
—¿A los demás o a mi hija? —le preguntó con una sonrisa traviesa.
—A todos, señor. Pero si le echa un poco más el ojo a su hija, mejor —contestó con las mejillas un poco ruborizadas.
—Tranquilo, lo haré —se iba a dirigir hacia las escaleras cuando volvió tras sus pasos—. ¿La quieres de verdad?
—No —esperó dos segundos—, estoy enamorado de ella. General, quiero que sepa que cuando termine todo esto y ya no estemos en peligro, voy a pedirle a su hija que se case conmigo.
Altaír abrió los ojos y la boca de par en par ante la confesión.
—Capitán Lysander, tiene toda mi bendición para pedir su mano. Me alegra que seas tú —respondió con un abrazo como si fuera su hijo—. Sé que contigo está bien protegida.
El general subió las escaleras, abrió la puerta y dio un salto cuando vio a su hija sentada en el sofá.
—¿Qué hacer aún despierta? —le preguntó con la mano en el corazón.
—No puedo dormir. ¿Va todo bien?
—Eso esperamos. No te preocupes, duerme tranquila.
—Lo intentaré. Buenas noches, padre —le dijo dejando un beso en su mejilla.
El general se acercó a la ventana para observar el bosque. Todo parecía tranquilo. Lo parecía, pero no lo estaba. Entre los arbustos, una sombra se movió. El hombre cogió la radio y llamó a los capitanes:
—¿Qué ocurre, general? —inquirió Lysander con los oídos bien abiertos.
—Hay una sombra en los arbustos que dan al salón. Tened cuidado. Y, Lysander…
—Ahora mismo lo miramos. Dígame.
—Llámame Altaír.
El capitán sonrió, cogió las armas y salió de la casa siguiendo a su compañero por la puerta de atrás. Bastiaan se fue por la derecha y su amigo por la izquierda. Se acercaron lentamente por ambos flancos y en silencio.
Ya estaban cerca del arbusto, sacaron las armas y apuntaron. Miraron detrás del seto los dos a la vez y no vieron nada.
—Aquí no hay nada, gene… Altaír. ¿Estás seguro de que era aquí? —le preguntó su yerno por la radio mientras observaba atento a su alrededor.
—Claro. Aún no estoy ciego.
—Pues aquí no hay nadie.
—Yo no diría eso —añadió Bastiaan arrodillado en la hojarasca—. Aquí ha estado alguien y parece que ha forcejeado con otro alguien.
—Esto cada vez se está poniendo más extraño. No me gusta nada, compañero. Aquí está pasando algo.
—La cuestión es, ¿el qué?
—¿Podéis contarme qué ocurre? —pidió el general por la radio.
—Siga vigilando. Vamos a hacer una ronda. Si ve algo, avísenos —respondió Lysander empezando a caminar para bordear el bosque.
La conexión se cortó y Altaír cogió los prismáticos para observar con atención. Sabía que alguien estaba vigilándolos, pero ¿quién?