El Comandante apareció delante del capitán Corban que estaba sentado a la mesa de la cocina, desayunando.
—Capitán, las hemos tenido delante de nuestras narices y no nos hemos dado cuenta.
—¿De quién está hablando, señor? —le preguntó el muchacho después de tragar el bocado que tenía dentro de la boca.
—¡Las ratas! Estaban delante de mí y no me di cuenta. Me engañaron. Me hicieron creer que eran unas invitadas más, y una de ellas me dijo que era la princesa del reino del Norte. ¡Me mintió!
—¿Me está hablando de la princesa y la hija del general? —recapituló el capitán sin entender nada de los balbuceos del Comandante.
—¡Sí! ¿Quiénes van a ser? Ahora sé por qué me sonaban tanto los ojos de la “princesa Casia”. No se llamaba así, era la princesa Alysa. Y la amiga seguro que era la hija del general —«¿Cómo se me han podido escapar de entre los dedos?», pensó enfadado consigo mismo.
—Habrá que aumentar la guardia. ¿Cómo habrán podido entrar? Todos los pasadizos están vigilados —dijo el capitán Corban, desconcertado.
—No lo sé. A lo mejor han matado a alguno de los guardias.
—Imposible. He hecho un recuento y están todos. No me falta ninguno.
—Pues no me lo explico. A no ser que… —se quedó callado, pensando.
—¿A no ser qué, señor? —se interesó el capitán con intriga.
—A no ser que tengan un espía. La cuestión es ¿quién?
El joven se encogió de hombros y le dio el último bocado a la tostada.
—Hay que averiguarlo. Quiero que pongan micrófonos por todo el palacio —le ordenó el Comandante.
—¿El palacio entero, señor?
—No quiero que haya ninguna sala o habitación sin micrófonos.
—Está bien. Mandaré a alguien para que los instale ahora mismo.
—Bien. Avísame cuando estén todos listos.
—Así lo haré, señor.
***
Los dos capitanes y el general se despertaron a la hora del almuerzo. Bajaron a la cocina y todo estaba preparado para comer.
—¿Por qué no nos habéis despertado antes? —preguntó Altaír al sentarse en una silla.
—Lo hicimos, pero volvisteis a dormiros —contestó Rita pasando los platos con la comida.
—Por lo que parece estábamos cansados —respondió Bastiaan un poco avergonzado.
—¿Esta noche también vais a vigilar? —inquirió Seema cortando un trozo de su filete.
—Por supuesto. No pararemos hasta que los detengamos —dijo Lysander con convicción.
—¿Qué hay que hacer por la tarde, Armando? —quiso saber el general al levantarse para llenar de nuevo su plato.
—Pues tengo que ir al pueblo a por algunas provisiones —contestó el aludido mientras su esposa le dejaba unas pocas papas al horno en el plato.
—Puedo acompañarte si quieres.
—No hace falta. No te lo tomes a mal, pero voy más rápido solo.
—No te preocupes, me quedaré aquí.
Armando asintió y se despidió hasta la cena cuando terminó de almorzar.
—Ten cuidado, cariño —le aconsejó su esposa al verlo alejarse con la camioneta.
—¿Te ayudamos en algo, Rita? —le preguntó Alysa cuando la vio entrar por la puerta.
—No, hija. Descansad. Ya no hay nada que hacer hasta la cena.
Todos se sentaron delante de la televisión y pusieron una película con la que entretenerse.
***
Las horas pasaron y la cena ya estaba servida cuando Armando apareció en la finca. Dejó la camioneta a un lado de la casa y entró cargado con las provisiones.
—¿Qué tal la tarde? —quiso saber dejando las bolsas en la encimera.
—Bien. Hemos jugado al bingo. Julian nos ha desplumado a todos —contestó su mujer señalando al general con la cabeza.
—¿Jugaremos ahora otra vez? —preguntó el anciano mientras hacía pucheritos con la boca fruncida.
—Si no es muy tarde, sí —respondió Rita dejando un beso en sus labios para que dejara de poner esa cara de niño bueno.
—¿Cuántos años lleváis casados? —inquirió la reina con curiosidad.
—Una eternidad —contestaron al unísono.
Cenaron en silencio y Armando se fue a por el bingo.
—Tenemos que recuperar nuestro dinero, querida —le dijo a su esposa al sentarse a su lado y preparar las bolas dentro del pequeño bombo.
***
Con cada número que salía del pequeño bombo, el anciano hacía una rima o sugerencia. Todos se reían a carcajadas cuando un objeto volador no identificado atravesó el cristal de la ventana del salón.
Los capitanes y el general se prepararon al unísono con las armas que llevaban escondidas bajo las ropas.