—¿Quién es ese hombre? —quiso saber Armando mientras abrazaba a su esposa.
—El Comandante —contestó la princesa.
Lysander cerró los ojos para pensar. ¿Qué podían hacer? Estaban rodeados y solo eran dos para poder pelear. Bastiaan estaba fuera, pero no podría con todos él solo. Si le diera alguna señal de dónde estaba, a lo mejor podría ocurrírsele algo.
—¿Se le ocurre algo, general?
—No, muchacho. No vamos a tener más remedio que pelear y morir en el intento o entregarnos y morir más tarde.
La voz volvió a hablar, esta vez un poco más cerca.
—¡Salid de la casa desarmados!
Lysander se acercó a la ventana del salón y le respondió a la voz:
—¿Qué pasa si no salimos?
—¡Que mataré a tu amigo! —respondió el Comandante.
El capitán echó un vistazo y vio a Bastiaan tirado en el suelo, inconsciente. Alysa se acercó a la venta para mirar, pero el capitán no la dejó.
—¡Déjame verle! —le gritó al joven intentando zafarse de su agarre.
—Tranquila, no está muerto. Solo está inconsciente.
—Tenemos que salir a por él —le dijo llorando.
—Y lo haremos, pero déjame pensar en cómo.
La princesa se derrumbó, llorando en el suelo con Seema a su lado, consolándola. Lysander se fue a la ventana, al lado de la chimenea para hablar con el General:
—La situación es muy mala. Matará a Bastiaan si no salimos.
—Pero también lo hará si salimos. No se me ocurre nada, muchacho.
—Quiere los anillos y a las chicas —pensó en voz alta el capitán mirando hacia la cocina, donde había dejado a Seema junto a la princesa—. General, ¿dónde está su hija?
—Debajo de la… No está. ¿A dónde ha ido? —inquirió con preocupación.
—¡Ares! —le gritó Armando desde la otra ventana del salón con una escopeta en las manos—. Deberías ver esto.
Ambos se acercaron a la ventana y miró la escena, horrorizado.
—¡Quieto, no! —lo paró el general antes de que abriera la puerta de la casa y se expusiera a la amenaza.
—No voy a dejar que se las lleve —le informó Lysander.
—Ellas lo han querido así. Quieren salvarnos a todos.
—Sabe que eso no va a pasar. En cuanto se las lleve, nos matarán a todos.
—Ya lo sé, pero ellas no.
—Ares, Julian, me parece que tenemos otro problema. Ya sé que estoy viejo y mi vista no es lo que era antes, pero creo que eso de allí, en el bosque, es un lanzamisiles, ¿verdad?
Los dos hombres miraron hacia donde el anciano indicaba. Tenía razón, lo era. Los iba a hacer volar en pedazos.
—Armando, dime que tienes un búnker para emergencias, por favor —le pidió el capitán con los ojos abiertos como platos.
—Lo tengo.
—¿En serio? —preguntó con sorpresa el capitán.
—Pues sí. Y está lleno de provisiones. Mi mujer es un poco paranoica.
—Bien. Meteos dentro todos. Yo voy a ir a por Bastiaan y nos vemos allí.
El general y Armando asintieron y se fueron con los reyes y Rita al búnker del sótano.
Lysander se preparó para transportarse en cuanto el Comandante se marchara.
***
El Comandante estaba de pie, delante de la casa, esperando a que las ratas salieran del barco hundido. Por la parte izquierda vio aproximarse a dos siluetas hacia él. Al instante las reconoció.
—Bien. Veo que habéis entrado en razón —les dijo a las recién llegadas—. ¿Tenéis los anillos? —Las dos siluetas levantaron las manos para mostrarlo—. Estupendo. ¿Nos vamos? —inquirió alargando la mano hacia ellas.
No tuvo respuestas, solo un asentimiento de cabeza lento y triste. El hombre las agarró de las manos y desapareció con ellas en un abrir y cerrar de ojos.
—¡Ya sabéis qué hacer! —gritó el teniente al mando al irse el Comandante—. ¿Preparados? ¡Apunten!
Lysander apareció delante de las narices del teniente, agarró a Bastiaan por el brazo y desaparecieron los dos en milésimas de segundos.
—¡Disparad!
Los misiles salieron a toda velocidad y estallaron haciendo añicos la casa de Rita y Armando.
—¡Alto el fuego! —El humo dejó ver los restos de la casa en llamas. Una sonrisa se dibujó en los labios del teniente—. ¡Nos vamos! —ordenó unos segundos antes de desaparecer con todos sus hombres.