El tridente de Poseidón

Capítulo 37

—Hazme el hombre más poderoso del mundo —le pidió el Comandante al poner los brazos en cruz y con los ojos cerrados.

La muchacha comenzó a leer en sirenio antiguo y, poco a poco, la parte de arriba de la gran piedra rectangular se fue echando a un lado. El tridente salió de la gran caja, iluminado como el sol. Ya estaba a punto de terminar de leer el texto cuando el Comandante se acercó lentamente. Iba a coger el tridente, pero de repente, las puertas dobles se abrieron dejando paso a los dos capitanes, al general y al detective.

—¡No lo haga, Comandante! —gritó Altaír mientras lo apuntaba con el arma.

—¿Crees que vas a poder impedirlo? —contestó al acercar más la mano al tridente.

Bastiaan disparó e hizo que el Comandante alejara la mano.

—¡Guardias! —gritó furioso.

Los soldados entraron en la sala por las cuatro puertas dobles que daban a la estancia, con el capitán Corban en cabeza. Los rodearon apuntándolos con las armas.

—Creo que estáis en desventaja, general —les anunció el Comandante con una sonrisa llena de orgullo.

—¡Soltad las armas! —les ordenó el capitán Corban.

—Ya habéis oído. ¿A qué estáis esperando? —quiso saber el Comandante con la sonrisa aún más ancha.

Los capitanes se miraron y dejaron caer las armas. El general y el detective los imitaron y levantaron las manos en señal de rendición.

—Muy bien. Por una vez en vuestra vida habéis hecho la elección correcta —los felicitó el Comandante mientras subía de nuevo los escalones—. Vais a ser todos testigos de cómo me convierto en el hombre más poderoso de todo el planeta.

—Comandante, yo que usted no lo haría —le aconsejó el capitán Corban.

—¡Cállate! ¡Vigiladlos! —le ordenó.

El capitán se quedó en silencio y volvió su atención a los prisioneros. Miró a Bastiaan y a Lysander, al general y al detectives mientras guiñaba un ojo.

—Aún no, esperad —articuló Corban con la boca, en silencio.

—Comandante. ¿cómo puede hacerle esto a su pueblo? Y sobre todo, ¿cómo puede hacerle esto a su hermano, el rey Tyronne? —le inquirió Altaír sin poder comprender lo que le pasaba a ese hombre por la cabeza para llegar a hacer algo tan despreciable.

Alysa y Seema abrieron los ojos de par en par, desconcertadas y sorprendidas por esa noticia. «¿El Comandante es el hermano del rey?», pensaron con asombro.

—¿El hermano de mi padre? —dijo Alysa, perpleja por la inesperada relación familiar.

—¿Y puede decirme qué es lo que me ha dado mi pueblo o mi hermano para ofrecerles mi lealtad? ¿Mi admiración? ¿Mi vida? —respondió el Comandante enfadado, ignorando por completo a su sobrina.

—Todos le queríamos, Comandante.

—¡Mentira! Me tienen miedo. Y ahora, lo tendrán con razón —el hombre puso la mano en el mango dorado del tridente. Éste se iluminó aún más para deslumbrarlos a todos.

—¡Comandante! ¡Debería saber que el tridente solo puede ser utilizado por un descendiente varón del dios Poseidón! —le gritó Seema con los ojos cerrados.

—¿Y por qué siento el poder entrando en mí? —una gran sonrisa se ensanchó en su boca.

—No es el poder precisamente lo que está entrando en su cuerpo.

El hombre rio, pero de pronto, empezó a marearse y cayó al suelo.

—¿Qué está pasando? —quiso saber con miedo en los ojos mientras sus pies se convertían en agua—. ¿Qué es esto?

—Está siendo convertido en agua, Comandante —respondió la muchacha con los ojos bien abiertos cuando la luz se desvaneció.

—Dentro de unos minutos solo será un charco que deberá ser limpiado en esta sala —añadió Corban al guardar su pistola.

—Pero ¿qué…? ¿Cómo sabes tú eso? —inquirió el Comandante con asombro.

—Porque yo soy el descendiente varón del dios Poseidón, hijo de Alina y Altaír, hermano de Seema y general del ejército del reino del Norte —respondió Corban dando un paso hacia su jefe.

—¡Soldados, acabad con ellos! —ordenó el medio cuerpo del Comandante.

—No aceptan sus órdenes, solamente las mías. Son mis hombres. Y usted, Comandante —le dijo al acercarse un poco más a él—, es una cabeza parlante que se aguará en apenas unos segundos.

—Tú eras el espía. Tú los ayudaste a entrar el día de la fiesta de máscaras. Me has engañado y traicionado.

—Correcto, pero no le he traicionado. Nunca dije que estaba de acuerdo con usted. Solo soy parte de su ejército. Y tenía que serlo si quería que confiara en mí. No le debo lealtad. Mi lealtad está con el rey Neo, rey del reino del Norte.

Ya solo quedaban los ojos del Comandante por desaparecer. Corban se dirigió hacia uno de los soldados y le pidió:

—Llamad a alguien para que limpie este desastre. Padre —volvió su atención a los “prisioneros”.

—Cuanto me alegro de verte, hijo —lo abrazó el general, orgulloso de él—. Así que eres el general del rey Neo. ¿Por qué no me dijiste nada?




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