El día comenzó y todos estaban nerviosos. El rey ultimaba los preparativos para la fiesta, la reina escogía los atuendos de la princesa, de Rita, de Armando, del rey y de Seema. Las invitaciones fueron enviadas y contestadas lo más rápido que pudieron. Todos los reinos asistirían, incluido el rey Neo y su hija.
***
La hora de la fiesta llegó sin que se dieran cuenta y Alysa terminó de prepararse. Bajó la escalera que daba al salón de baile, ataviada con el vestido que su madre había escogido para la ocasión.
Bastiaan estaba al pie de las escaleras, esperando con su traje de gala azul marino y rojo, y con todas las medallas que había ganado durante su trayectoria en el ejército. Se quedó paralizado al ver lo hermosa que su princesa bajaba las elegantes escaleras.
—¿Qué haces aquí? ¿No deberías estar al mando del ejército? Hay una fiesta, mis padres necesitan más protección —le dijo la chica al pararse en el último escalón para quedar a la misma altura que él.
—Tus padres me dijeron que me necesitaban aquí, acompañándote. No me han dicho para qué.
—En ese caso, acompáñame hasta mi sitio. Estos tacones y yo no nos llevamos bien.
—Con mucho gusto —una sonrisa seductora se instaló en los labios del capitán.
La muchacha lo agarró del brazo y caminaron hasta la silla del trono reservada para la princesa mientras todos los invitados los observaban.
Le tocó el turno a Seema. Bajó las escaleras despacio, temerosa de caerse y hacer el ridículo delante de la gente. Al pie de las escaleras, vestido como un príncipe de cuento, Lysander la esperaba y la acompañó hasta la silla que habían reservado para ella, a la derecha de la princesa.
—Antes de empezar la fiesta, quiero anunciar tres cosas —anunció el rey al levantarse con una copa de champán en la mano—. La primera es que dentro de unos minutos tendremos dos habitantes nuevos en la isla, Rita y Armando. Os deseo a los dos que esta nueva vida que vais a empezar sea mejor que la anterior y que, si alguna vez necesitamos escondernos otra vez, vosotros estéis allí para ayudarnos —los invitados aplaudieron—. La segunda cosa es que tengo que anunciar una boda. La boda entre mi capitán Lysander y la hija de mi gran amigo Altaír, Seema.
Los aludidos se miraron totalmente sorprendidos y se dedicaron una sonrisa. El capitán se inclinó hacia la chica y la besó. Los invitados estallaron es vítores y aplausos.
—Y la última cosa, aunque no por ello la peor, es anunciar el compromiso de mi hija, la princesa Alysa. Tenía pensado que se casara con un príncipe, pero mi esposa me ha hecho cambiar de opinión. Los dos hemos decidido y estoy seguro de que ella no pondrá ninguna resistencia en casarse con… —se paró. Quería dejarlos con la intriga.
—¿Con quién? —preguntaron los invitados.
—Con… ¡El capitán Bastiaan!
—¿De verdad, padre? —inquirió Alysa al levantarse de un salto de su silla.
—Siempre y cuando ambos queráis.
La princesa miró al capitán, se dedicaron una sonrisa y la chica saltó a sus brazos.
—Tomaré eso como un sí. Y, ahora, ¡que empiece la fiesta! —gritó el rey al levantar la copa para beber de ella.
***
Dos canciones después, el rey se levantó de nuevo.
—Es la hora. Acompañadnos a la sala del altar, por favor —bajó del trono ayudando a su esposa y se dirigieron a la sala del tridente.
El general Corban estaba ya dentro, preparado con el tridente en la mano.
—Acercaros, por favor —les dijo a los ancianos.
Rita y Armando se acercaron cogidos de las manos y sonriendo felices, pero nerviosos.
—Arrodillaros. ¿Juráis no subir a la superficie, proteger nuestros poderes y a la corona para siempre? —les preguntó Corban.
—Sí, lo juramos.
—Por el poder que me ha dado mi antepasado el dios Poseidón, yo os declaro habitantes de isla Sirena para toda la eternidad —contestó pasando el tridente por encima de sus cabezas.
Una luz emanó de ambos ancianos para elevarlos en el aire. Una ráfaga de viento atravesó la sala haciendo que la luz deslumbrara a todos los presentes. Cuando recobraron totalmente la vista, delante de ellos, había un hombre y una mujer jóvenes.
El hombre era alto, rubio, con los ojos castaños, muy corpulento y varonil. No había ningún rastro de arrugas en su piel. La mujer, por otro lado, era pelirroja, con los ojos azules casi violetas como la medianoche, esbelta y muy femenina.
—¿Cómo os sentís? —inquirió el general Corban.
—Estupendamente. Vigorosos, jóvenes y felices —dijeron al unísono.
—Bienvenidos, habitantes de isla Sirena —los recibió el rey con un saludo.
Los invitados parecían estar alucinando. Era la primera vez que veían una ceremonia y el poder del tridente en acción. Ahora entendían por qué el Comandante quería ese poder.
***
La fiesta continuó hasta casi el alba, cuando ya solo quedaban unos pocos invitados por irse.