Seis meses después.
Las tres mujeres salieron de la habitación y bajaron los escalones que llevaban a la sala del altar. Las puertas se abrieron y vieron todas las cabezas que se giraron para observarlas.
—Qué de gente —susurró Seema al oído de la princesa, nerviosa.
Alysa tragó saliva con dificultad y comenzó a andar agarrada al brazo de su padre hasta el altar donde se encontraba Bastiaan esperándola. Estaba guapísimo con su traje azul marino y rojo, el de gala del ejército, con sus medallas en el lado izquierdo, cerca del corazón.
El capitán se quedó boquiabierto al ver a la princesa tan hermosa con ese vestido blanco que acentuaba sus curvas. Los pequeños diamantes del corpiño la hacían deslumbrar allí por donde pasaba. El rey se la entregó al capitán con una gran sonrisa de oreja a oreja en la boca.
—¿Estás bien? —le preguntó el capitán a la princesa.
—Nerviosa.
—Estamos aquí reunidos para unir en sagrado matrimonio a estos hombres y estas mujeres…
Todos estaban en silencio, observando cómo las dos parejas se daban el “Sí, quiero” con una gran sonrisa enamorada en los labios.
—Por el poder que me ha sido otorgado por los dioses, yo os declaro marido y mujer a los cuatro —terminó el sacerdote haciendo una cruz en el aire—. Podéis besar a las novias.
Los invitados estallaron en aplausos y vítores mientras los futuros reyes se besaban para sellar el pacto de matrimonio que habían hecho delante de todos los presentes.
—¡Que empiece la fiesta! —gritó el rey al levantarse de su asiento para abrazar a su hija y a su yerno con emoción.