El Trono de Huesos

Prólogo

Thenejad, el país más grande del mundo, ha conseguido conquistar ya a doce naciones aledañas a él de una manera un tanto pasiva-agresiva. Los gobiernos de las demás naciones desean detenerlo, pero, con la fuerza que ha ganado, suena a suicidio tratar de hacerle frente al titan del norte. El ejercito del lugar es enorme, y se presume que, de alguna manera, sus armas son tan letales que asesinan de un sólo proyectil a cualquier soldado, penetran todo tipo de maquinaria y derriban a los más rápidos jets sin fallar una vez.

La soberanía, dirigida por una nueva reina de identidad desconocida, está decidida a continuar a paso veloz la conquista, y advierte a cualquiera que se atraviese que será condenado a las garras de la mismísima muerte en persona. He de ahí porque le llaman «la reina Thanatos».

Aquí, en Hereum, se sabe que la guerra no ha llegado, mas la gente desea que sea así después de los atentados terroristas cometidos por la nación bélica que tanto han aterrado al país en los últimos meses.

¿Será que vendrá una nueva era de oscuridad a nuestra nación?

Se despide Guillermo Galván. Estás fueron las noticias del crepúsculo.

Las noticias eran escuchadas por Radimir, quien se encontraba viendo el cielo ya nocturno desde su hogar, bebido el vino de una copa que sostenía en su mano, mientras que Dolores estaba en la sala leyendo al lado de Sarutobi, el cual se hallaba recostado al lado del sofá donde la chica reposaba.

De pronto, Radimir suspiró, agachó la mirada, tomó de su vino hasta acabárselo y regresó sus ojos hacia el cielo nocturno. Trataba de adivinar qué era exactamente lo que les esperaba pronto a él y a su alumna, los terrores que deberían enfrentar tan pronto la bruja llegara a por ellos para combatir, a menos de un mes de terminar el plazo que la diosa les había puesto.

Por otra parte, una mujer alta, de belleza indiscutible, vestida de manera formal para oficina, acababa de bajar de un transporte público, encaminada por una calle un tanto oscura en donde sólo el sonido de sus tacones podía percibirse.

De la nada, al pasar un entrecruce de calles, un par de hombres aparecieron detrás de ella. Mismos que iban guardando cierta distancia. Esto puso muy nerviosa a la mujer.

—Maestro. Ya es algo tarde. Será mejor que vaya a dormir —declaró la chica al ponerse de pie y colocarse al lado de Radimir, mismo que salió del trance en el que andaba.

— ¡Oh! Claro, Doly. Descansa bien —deseó el hombre, con una enorme sonrisa en su rostro—. ¿Mañana irás a ver a doña Daniela? —La pregunta hizo a Dolores detenerse justo cuando ya estaba con un pie sobre la escalera, miró hacia el techo un segundo y luego respondió.

—Yo digo que sí. Iré después de clases. ¡Hasta mañana!

—Hasta mañana, Doly. Me saludas a tu madre —dicho eso, la chica se retiró, lo que provocó a Sarutobi despertarse y levantar la cabeza, así como las orejas, en alerta.

A la par de esto, la mujer que estaba siendo seguida aceleró el paso, y justo en el siguiente entrecruce de calles apareció, de la nada, un auto que abrió la puerta trasera del mismo.

Aquello hizo que los hombres detrás de la mujer se abalanzaran sobre ella, trataban de meterla al auto tan pronto fuera posible, al mismo tiempo que ella gritaba por ayuda, sin recibir algún auxilio de las casas aledañas al sitio.

Cuando los hombres estuvieron a punto de conseguir introducirla en el auto, un par de proyectiles carmesí fueron disparados desde atrás de ellos, atravesados y pulverizados al instante por los mismos, lo que los desintegró en instantes hasta volverlos polvo. La mujer y los secuestradores que estaban en el vehículo quedaron atónitos ante la escena, para luego la victima ser tomada de la falda por la mandíbula de un perro y empujada con una fuerza descomunal que la alejó del auto.

Al levantar la mirada, luego de rodar en el suelo, notó que un perro blanco estaba atacando a sus agresores, mismos que trataban de defenderse del can sin mucho éxito.

De momento, alguien se colocó al lado de la mujer y le ofreció la mano, cuyo rostro confiado y sereno le dio la confianza de recibir la ayuda.

—No tema, señorita. Nosotros nos haremos cargo. Por favor, vaya a casa y procure no estar sola a estas horas —mencionó Radimir, cosa que la mujer de inmediato atendió con lágrimas en los ojos, asustada y en apuro de irse de ahí corriendo tan pronto sus piernas se lo permitieron.

Radimir, al notar que Sarutobi había salido del auto, sacó su varita mágica y la agitó una sola vez en forma circular apuntando al vehículo, lo que desmanteló el objeto, dejado caer el cuerpo mordisqueado y maltratado del último malhechor vivo.

— ¿Para quién trabajas? —Preguntó el mago al hombre, cosa que aquel no pudo ni decir, mas no fue necesario—. Ya veo. ¡Adiós! —Luego de eso, con un simple movimiento de la varita, Radimir expulsó otro proyectil carmesí que desintegró al hombre, transformado el auto en una caja de acero que Sarutobi tomó con el hocico y entregó a su amigo.

—Ya es el tercer intento de secuestro en esta semana. ¿Qué está pasando? —Preguntó el can al mago con su pata puesta sobre la pierna de este último, respondido luego de un suspiro.

—La gente se está desesperando. Todo el problema con Thenejad se está saliendo de control. Más vale estar preparados —explicó Radimir con tristeza y preocupación.

— ¿Le dirás a Doly, Erick y Tomás lo que sucede? —Cuestionó el perro, algo que hizo que el mago cerrara los ojos antes de responder.

—Debo hacerlo —una vez que eso fue declarado, Radimir giró su brazo con la varita sujeta en él por encima de ambos, lo que creó un círculo mágico que los teletransportó lejos de la escena, en donde parecía no haber rastro de que algo hubiera sucedido.

La oscuridad se cernía sobre la ciudad donde Dolores y Radimir habitaban, envuelta en las oscuras garras de un destino que atemorizaba al más valiente de los guerreros. Un aura ignominiosa se asentaba en el lugar, producto de una mujer que estaba por ir a aquella tierra, donde la paz ya ha sido violentada gracias a los caprichos de una diosa ígnea.




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