El Trono de Huesos

Primer hechizo: Sin color

En el tenebroso castillo de Thenejad, donde Thana, la reina bruja del lugar reside, los más altos mandos del país se reunían para esperar las ordenes de su temible soberana, misma que se hallaba en la sala del trono, sentada en su siniestra silla, formada aquella por una variedad de diferentes huesos, cuyo acomodo formaba una espectral amalgama de terror en el cual la mujer se sentía cómoda, tanto así que permanecía dormida sobre éste sin problema alguno.

Resguardada por guardias fieles, la mujer continuaba sumergida en un largo letargo. Sus acompañantes sólo estaban ahí, parados a sus costados y resguardando el descaso de su matriarca, la cual, de un momento a otro, abrió los ojos de manera lenta, finalmente despertando.

—Llamen a todos a pasar —comandó la mujer, cosa que provocó a uno de sus lacayos ponerse frente a ella, hacer una reverencia y dirigirse fuera de la sala del trono, donde la mujer esperó paciente a todos sus subordinados.

Luego de unos momentos, un montón de personas uniformadas y con aires de gran experiencia en su historial militar accedieron a la sala del trono. De manera casi robótica, todos se acomodaron en filas frente a la gran reina, quien les observó hacer una reverencia ante ella, permitido por la misma descansar a todos, los cuales volvieron a su posición normal.

—Gracias por venir hasta acá, mis queridos jefes militares. Entiendo que han hecho un excelente trabajo en la conquista de los alrededores. Sé que Thenejad se vuelve una nación más fuerte y grande por sus incomparables esfuerzos. Estoy feliz de poder contar con todos ustedes como mis fieles ciervos. No hay duda en ello, sirven bien a su reina —comentó regia y tenebrosa la mujer, paseada su mirada entre los presentes—. Me es grato informarles que las guerras están por terminar. El solsticio de inverno marca el final de mi tiempo limite para enfrentar a mi último rival, cuyo paradero está atravesando el océano del oeste. Para vencerlo, voy a requerir que toda la fuerza militar posible se embarque hacia allá. Cada navío, cada flota, cada escuadrón aéreo en nuestro dominio, abordado por todo soldado disponible, va a venir con nosotros en una invasión definitiva para acabar con este último peldaño. Una vez hecho esto, habremos ganado el premio mayor. Me convertiré en la reina absoluta de este planeta en sequia de magia —explicó la soberana, cosa que puso nerviosos a todos, por lo que un hombre de barba cana, aparatosamente veterano, se inclinó ante la mujer en señal de querer hablar, cosa que le concedió Thana.

— ¡Mi reina! ¡Oh, gran señora de la muerte! ¡Dama inconfundible del descenso! ¡Amante fiel del oscuro fin! Deseo preguntar si habla literalmente de mover toda nuestra fuerza o si piensa mantener alguna línea de defensa en los lugares conquistados tanto como en el país —cuestionó el hombre, cosa que lo tenía sumamente atemorizado.

—Sé que fui clara, mas entiendo que crean que es una exageración. Todos irán sin falta alguna. Cada hombre y mujer superior a 14 años y menor a 55 tomará un arma y servirá a su reina. No necesito defender lo conquistado. Cuando gane, no sólo tendré la libertad de conquistar lo restante a mi parecer, sino que podré regresar a los caídos sin ningún tipo de problema. Todos los que mueran a mi nombre serán regresados a la vida y una nueva era será escrita con sangre en los textos de este mundo que dejará de llamarse Naerke, para ser Thenejad —Al decir esto, la mujer se puso de pie, lo que hizo a sus súbditos emitir un grito de guerra de la emoción.

— ¡Oh, mi gran reina! La seguiremos siempre. Hasta el último de nuestros alientos. Sin dudar, ni escapar. ¡Denos su bendición y haga con su voluntad lo que desee de este insignificante mundo! —Mencionó un hombre un tanto joven que parecía completamente devoto a Thana.

—Eso mismo haré. En dos semanas partiremos. Reúnan todo y estén listos —declaró la mujer y se sentó nuevamente en su trono, lo que provocó a todos irse para que comenzaran con los preparativos que llevarían a la invasión, cosa que hizo sonreír siniestramente a la bruja—. Pronto nos volveremos a ver, mi amor —susurró la mujer al poner la mirada en el techo de su salón, en donde estaba pintada la imagen de la muerte, junto a otras figuras ignominiosas que la rodeaban, creada así una representación oscura y perfecta del aquel ser pesadillesco que todos temen.

En la casa de Radimir, desde su jardín, se podía escuchar cómo tocaban el piano de una manera bella y lenta, perfectamente coordinada y tranquila, cuya melodía transportaba a cualquiera que la escuchara mucha paz.

Pronto, un violín le acompañaría, tocado por el joven Tomás, un muchacho prodigio al cual Radimir le estaba dando clases de música, pues era él quien tocaba el piano para el estudiante, interpretada la melodía por ambos en el atardecer.

Por su lado, Erick y Dolores caminaban hacia la casa del mago, sin decir mucho en el transcurso, pues desde los eventos pasados, la chica había sido un poco más callada y cortante en cuanto sus respuestas. Al inicio, su amigo cubría la falta de habla de la chica, mas llegó a un punto donde era sólo él hablando y eso lo terminó por cansar lo suficiente para preferir ir en silencio.

Los chicos entonces escucharon la música, entendían que Tomás estaba en casa del mago, por lo que Erick decidió hacer una pregunta un tanto peculiar.

— ¿Crees que él pueda volverse un bardo? ¿O tal vez yo un clérigo? —Preguntó el chico, cosa que llamó la atención de la joven—. Se supone que ese tipo de magia viene de la música y la fe, ¿no? No me considero muy devoto a la luz, pero podría hacerlo. Tomás toca ese violín todos los días. ¿Crees que Radimir pueda enseñarnos? —Lo dicho por el joven dejó pensando a la chica, para luego aquella responder.

—Lo dudo. Ni siquiera sabemos si podré ascender a ser un mago.

—Ya acabamos con los hechizos. Ya los has estudiado todos. ¿Qué sigue? —Dicha cuestión dejó a la aprendiz pensativa, quien suspiró y miró al hogar del hombre con tristeza.




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