El Trono de Huesos

Séptimo hechizo: Albastru

Cada uno de los hechizos de nivel siete fueron completados con magnificencia. Dolores, exhausta, cayó de rodillas al suelo, a la par que su maestro eliminaba los restos de las personas que habían usado como objetivos, desaparecidas todas al instante ya sin más a pesar de las suplicas de únicamente un sobreviviente, al cual Radimir ni siquiera se tomó la molestia de responderle.

Una vez pasado eso, el mago ayudó a su alumna a ponerse de pie y ambos siguieron la acostumbrada rutina, aunque estaba vez no hubo una sola palabra. Todo lo que pudo haber sido expresado estaba más que entendido desde lo contado la noche anterior, y cuando llegó la actual, ambos se sentaron enfrente de la fogata, listos para continuar.

—La voz —inició Dolores antes que su maestro, el cual tenía la mirada baja para entonces—, quien le estaba hablando era la Diosa de fuego, ¿no es verdad? —Preguntó la joven, cosa que hizo a Radimir sonreír levemente.

—Sí, se me apareció frente a mis ojos en aquel instante, con el cadáver de Devy en manos, repleto de su sangre, lleno de ira y confusión, al igual que tristeza. No sabía cómo reaccionar ante lo que estaba frente a mis ojos y no me quedó de otra mas que escuchar y tratar de comprender qué había pasado —comenzó a contar el hombre, a la par que sus palabras se volvían sus propios recuerdos dentro de la mente de Dolores.

Ahí estaba yo, parado frente a la diosa a la que tanto le rezaban mis padres, cuya apariencia era la de una mujer envuelta en múltiples telares púrpuras que flotaba frente de mí, poseedora de una bella heterocromía y un cabello similar al mismísimo fuego.

Sonriente y apacible, la entidad luminosa volvió a hablarme con una naturalidad impresionante, como si nos conociéramos de toda la vida, y de cierta manera, así era.

Ttetain está sufriendo. Está ahogado en la desigualdad y el abuso de poder de la mayoría. Los más fuertes han tomado el control para torturar al débil, no para ayudarlo, y no importa qué pase, siempre el resultado es imperdonable. Los dioses no debemos intervenir, pero esto lo amerita a mi parecer y el de mis iguales —explicó con una voz femenina y regia, anonadado yo por su presencia y aura.

—Por favor, Diosa de fuego. ¡Te lo ruego! ¡Regrésame a Devotha! Ellos la asesinaron en tu nombre. Sé que no es tu culpa, pero tampoco la de ella —al decir eso, caí de rodillas y lloré al ver a mi amiga en mis brazos, destrozada.

Devotha fue una terrible víctima. Merece mejor trato, en definitiva —dicho eso, con un simple movimiento de mano, un aura purpura emergió de la diosa y envolvió al cadáver de mi amiga, cosa que le provocó restaurarse por completo en un parpadeo, como si no le hubieran puesto una mano encima—. Así está mucho mejor —aseguró la deidad. Quedé impresionado y maravillado por esto.

— ¡Gracias, mi Diosa! Es usted muy gentil —agradecí al tener a una restaurada y desnuda Devotha en mis manos—. ¡Devy! ¡Por la luz! ¡Devy, despierta! —Mas noté que seguía enfriándose y que no respondía.

La muerte es parte del ciclo de la vida mortal. Interrumpirlo es un grave error. Lo que está roto, puede refojarse, mas no lo que ya se ha esfumado —al decir esto continué llorando, me puse de pie y miré a la entidad, desafiante.

— ¡Usted es una Diosa! ¡Puede revivirla! ¡Por favor, hágalo! ¡Haré lo que sea! —Pedí desesperado, observada la faz de la divinidad que no cambió ni por un segundo.

Puedo hacerlo, no obstante, no lo haré —Aclaró la entidad, segura—. Radimir, me encuentro ante ti porque has sido elegido para restaurar el equilibrio en tu mundo. Tú crearás un balance perfecto con mi ayuda, como mi emisario —al mencionar esto, la mujer creó de la nada una manta púrpura con la que cubrió a Devotha por completo, lo que me provocó llorar de nuevo—. Te daré la oportunidad de formar un mundo donde tú y Devotha pudieron ser libres y felices. ¿Aceptas? —Estaba confundido, mis emociones no eran las correctas para tomar una decisión así en el momento, mas entendí que, lo único que podía hacer era luchar por el bien de los nuestros. Siempre supe que sería lo que mi amiga querría.

—A-acepto… ¡Acepto! —Grité con lágrimas en los ojos y la Diosa me sonrió, alegre de escucharme.

A partir de hoy, llevarás mi sello. Con él, tendrás la capacidad de usar magia. Te otorgo el don de la arcana. Desde ahora, eres un mago, Radimir —a la par de esas palabras, en la palma izquierda de mi mano nació una luz que dibujó en ella la insignia de la divinidad, y al mismo tiempo, sentí cómo la cantidad de mana dentro de mi cuerpo aumentó un poco, lo que me dio la posibilidad de ejecutar los hechizos de bromas.

—Yo… ¿Qué haré con esto? No entiendo…

Has sido elegido por tu identidad para ser portador del sello, Radimir. Aprenderás en tres años a ser un mago ejemplar y pasarás el sello a tus iguales, a aquellos que no tienen interés en el amor o el sexo. Al poseer magia, el equilibrio podrá recuperarse en este mundo. Esa es la tarea que te doy —la explicación me dejó perplejo, más porque tenía muchas preguntas al respecto aún.

—P-pero, ¿cómo aprenderé magia?

Aprenderás del mejor mago que existe en el universo entero, el cual, casualmente, vive en Ttetain. Dile que vienes de mi parte y dará lo mejor de sí para orientarte. Suerte, Radimir —luego de esto, un símbolo de luz nació por debajo de mí y fui transportado de inmediato hasta lo que parecía ser un enorme castillo, cuyas paredes estaban repletas de innumerables simbologías, alfombrada la mayoría de la zona, hecha de piedra blanca la estructura completa

—Hola… ¡Hola! ¿Diosa de fuego? ¿Dónde estoy? —Grité con mi amiga en brazos, preocupado y dando pasos cortos por el sitio, cuya iluminación era generada gracias a que el techo estaba hecho de una especie de cristal traslucido e, igualmente, había internas con cristales por todo el sitio que brillaban con mucha intensidad.




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