El Trono de Huesos

Décimo hechizo: Regresivo

Dolores se encontraba sola, sentada al filo de un acantilado, con los ojos puestos en el filo del horizonte marino. La chica estaba completamente inerte, pensativa, dejado el viento mover sus cabellos y prendas, olvidado su alrededor y compañía, quien estaba arreglando todo para volver, observada su alumna a lo lejos, preocupado.

Radimir, quien estaba profundamente apenado, no sabía qué más decirle a su alumna que no haya expresado ya. Él sabía, desde un inicio, que todo era una prueba, un simple experimento para ver si era posible hacer que una persona desarrollara más mana por su cuenta y así poder evolucionar en un mago. No obstante, se probó que es algo con lo que se nace o un ser superior te regala, tanto cómo ya lo sabían desde un inicio.

Aun así, el hombre no se quería rendir, y ya habiendo terminado de recoger todo, fue y se sentó al lado de su alumna, misma que no volteaba a verlo, con sus ojos todavía puestos enfrente. Temeroso, Radimir decidió hablarle, con fe en poder mejorar un poco la situación.

—Todo esto es mi culpa.

—Maestro…

—Déjame terminar —interrumpió el hombre, apretado el entrecejo Dolores ante esto—. Cuando la Diosa de fuego nos dejó venir a Naerke, nos advirtió que la magia aquí no era fuerte. Que los habitantes del mundo no podían desarrollar nada de magia. Fue justo cuando me encontré con todas ellas. En el momento que la Diosa de fuego nos invocó para este tonto juego —al contar aquello, Dolores miró al mago y entonces sus palabras se volvieron imágenes para ella, pues nuevamente le contó del pasado, de cómo todo dio inicio hace ya casi cinco años atrás.

Lo recuerdo bien. Fuimos llevados a un extraño salón oscuro, con múltiples luces alrededor, como si fueran estrellas, a la par que una bella luz parecía ser vertida desde el fondo del abismo hacia el techo del sitio, la cual era consumida por las luces antes mencionadas.

Nosotros estábamos sobre una extraña plataforma hecha de cristal, y cuando nos vimos los unos a los otros, al menos tres de las presentes me reconocieron.

— ¡Tú! ¿Qué está pasando? ¿Tú nos trajiste? —Preguntó Zondra, molesta, a la par que tomaba su lira, lista para atacar.

— ¿Dónde estamos, mago? —Cuestionó amenazante Rada, detenidas por Jessenya.

—Dudo que él nos haya traído hasta acá —explicó la mujer, lo que llamó la atención de todos—. Ésta es la sala del fuego. Es el lugar en donde habita la Diosa de fuego —lo dicho dejó a Zondra y Rada boquiabiertas, mas no a la bruja, misma que estaba parada, sólo observando todo tras su capucha.

— ¿Quiénes son ustedes? —Preguntó Rada, extrañada de no saber nada de las demás.

—Primero tú, si eres tan amable —emitió la bardo, para luego escuchar todos la voz de nuestra anfitriona.

Ustedes han sido elegidas por mí —explicó la entidad al hacerse presente en un haz de luz divino, manifestada majestuosamente frente a nosotros al flotar entre la nada.

Al hacer acto de presencia, Jessenya se colocó de rodillas y con las manos sobre el suelo en dirección a la divinidad, Rada y yo sólo nos inclinamos ante ella, pero Thana y Zondra no hicieron nada. Además, la última puso ambas manos tras su cabeza y torció la boca al estar presente la Diosa.

— ¿Huh? ¿De verdad eres tú la Diosa de fueg…? —Pero antes de continuar, Jessenya tomó su báculo y golpeó fuertemente las piernas de Zondra para hacerla caer de frente, en favor de estar aquella inclinada ante la divinidad.

— ¡No seas grosera! ¡Estás en presencia de una de las tres fuerzas creadoras supremas de nuestro universo! ¡Ten más respeto! —Regañó la clérigo a su amiga. Dicha estaba sujetando su nariz, ensangrentada, sin yo poder evitar sonreír ante esto.

— ¡Estúpida! ¿Cómo sabemos que sí es ella?

—Porque mi poder resuena ante su presencia. Yo soy una clérigo de la llama, mi magia proviene de mi fe en ella —aclaró Jessenya, lo que provocó a Zondra girar los ojos y hacer una reverencia sobre una rodilla, con la cabeza agachada—. Por favor, disculpe a mi compañera, mi Diosa.

No hay necesidad de esto. Por favor, levántense y mírenme. Son dignos de hacerlo —dicho aquello, todos acatamos la orden y miramos a la mujer en toda su magnificencia, la cual nos regresaba una tenue y gentil luz que nos atraía paz—. Todas ustedes han sido elegidas para participar en una prueba que definirá cual de las cinco clases supremas de la magia es la mejor —aquello dejó a todos sin habla, más porque nos volteamos a ver y notamos que, evidentemente, cada uno era un usuario de la magia diferente, esto gracias a Zondra y Jessenya, sobre todo.

—Eso quiere decir que ellas dos son una hechicera y una bruja, ¿cierto?

Es correcto, Zondra —respondió la diosa con una grata sonrisa—. No solamente son de cada clase, sino que son las más poderosas en todo el universo. No existe otro mortal que se comparé al increíble poder que ustedes tienen. Son dignas de mi admiración y respeto —al decir esto, Jessenya hizo una pequeña reverencia, apenada.

— ¡Mi Diosa! No sabe cuánto aprecio que diga eso. Es un honor ser la clérigo más poderosa en su nombre.

— ¡Wow! La bardo más increíble y cool del universo. Digo, ya lo sabía, pero que lo diga la mismísima Diosa de fuego es… ¡Wow!

—Mi Diosa, ¿de qué prueba está hablando? ¿Qué debemos hacer? —Preguntó Rada luego de escuchar a Zondra auto alabarse, provocada curiosidad en todos, menos en la bardo.

— ¡Un momento! —Pidió la mujer de blanco, todas observándola, incluido yo—. No es que quiera «cuestionar» su sabiduría, ni mucho menos, Diosa de fuego.

—Zondra… —llamó Jessenya claramente molesta a su amiga, pues sabía que iba a decir una estupidez.

—Pero, ¿Radimir? ¿Ese mago es el más poderoso entre todos los magos? ¡Sólo mírenos! Es obvio que las mujeres somos muchísimo mejores usuarios que los hombres. ¿No hay una maga por ahí que esté de verdad a nuestra altura? ¿O será qué?




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