El Trono de Huesos

Décimo Quinto hechizo: Defensa

Radimir estaba preparándose para salir, con una mochila tras sus hombros bastante aparatosa, además de llevar ropa más cómoda para el movimiento, no su atuendo formal que suele usar.

Al verlo así, los muchachos, Sarutobi y Ángeles se reunieron a su lado, distraído el hombre por las correas que iban puestas sobre sus hombros, aseguradas por él de momento para que la imponente bolsa no se fuera a caer en el viaje que iba a hacer.

—Maestro. No quiero sonar insistente, pero ¿está seguro que no desea compañía? Aunque sea lleve a Sarutobi con usted. Él puede retirarse si las cosas salen mal como quiere prevenir —ofreció la chica, en total de acuerdo el can en seguir al hombre hacia su destino.

—Por favor, maestro. Sabemos lo poderoso que es. Nos lo ha demostrado ya más de una vez a todos, a mí con una fue más que suficiente, pero ¿no cree que está siendo un poco descuidado al no llevar aliados? La bruja usará todos sus recursos contra usted. ¿No debería hacer lo mismo? —cuestionó Tomás, escuchado por los presentes.

—Radimir. Al menos dinos qué tienes planeado hacer. El ejercito viene con ella. ¿Vas a enfrentarte a tantas personas? No quiero sonar grosero, pero acabaste muy mal del concierto de Zondra, donde las cosas eran bastante similares —secundó Erick a su novio, hasta que Sarutobi tocó la pierna de su amigo para hablarle.

—Espero no quieras hacerte el héroe o el valiente. ¿Por qué no quieres que ni siquiera yo vaya? ¿Qué tienes en mente, Radimir? —preguntó el can, serio.

—Muchas gracias a todos por preocuparse. Pero no, esto debo hacerlo yo solo. Este oponente está fuera de cualquier expectativa o posibilidad. Llevarlos al campo de batalla sólo hará que estén en un peligro del cual, tal vez, ni siquiera pueda protegerlos con mi vida. Es mejor que estén lejos y esperen el resultado. Si todo sale bien, volveré en tres días. Si tardo más, usen el pergamino de teletransportación que les deje para irse al punto en el mapa indicado. Ahí estarán lejos y a salvo —indicó el hombre, tranquilo y sonriente.

—Yo…

—Doly, ya ha muerto mucha gente por nuestra culpa. Me temo que más deberá caer, pero si puedo salvar, aunque sea una vida inocente más, lo haré. Cree en mí, tengo un plan y sé que todo irá bien. Se lo prometo a todos —aseguró el hombre al colocar ambas manos sobre los hombros de la chica, puesta su mirada en los ojos de la misma.

—Confío en usted, maestro —confirmó la muchacha, encontrada la sonrisa del mago en el momento.

—¡Bien! Utilizaré el hechizo de vuelo para ir a mi destino. Me tomará poco más de un día en preparar todo en la costa y, de ahí, ejecutaré mi bien elaborado plan.

—¿Por qué no usa el hechizo de teletransportación para ir allá? —preguntó Erick, extrañado.

—Hay un objeto que no puede ser llevado conmigo si uso esa magia. Es importante, por eso debo cargar todo con vuelo —explicó el mayor, sonriente—. En el tercer día tengan a sus seres queridos en esta casa, cerca de ustedes, listos para la contingencia. Tienen todo para estar cómodos aquí en mi ausencia. Ésta es su casa —dicho eso, el hombre regreso sus ojos a su aprendiz, revolvió su cabello y le dedicó una sonrisa apagada—. Deséenme suerte

—No la necesita, maestro. Usted es el mejor mago del universo entero. —La declaración alegró al hombre y lo hizo suspirar para darse algo de valor antes de salir de su casa.

—Por cierto. Si Leónidas vuelve a convertirse en humano, dejé un par de pergaminos de verdadero polimorfo para que me hagas el favor de regresarlo a ser una copa. No le des el gusto de envenenarlos con sus estupideces. No lo escuchen, ni siquiera un poco. Ese hombre, más allá de su resistencia mágica, tiene un carisma impresionante. Estoy seguro que puede llegar a engañarlos —advirtió el mago, cosa que dejó pensativos a los presentes, en especial a los muchachos.

—No se preocupe, maestro. Me encargaré de ello sin falta —aseguró la aprendiz, secundada por un ladrido del perro.

Ya afuera, tomó uno de sus pergaminos y se conjuró sobre sí el hechizo de vuelo. Dicho le entregó un par de alas mágicas con las cuales consiguió elevarse sin problemas a pesar del tamaño de las extremidades y de todo lo que cargaba.

—Tres días. No esperen un segundo más. Llegaré antes del crepúsculo o en su apogeo —aclaró Radimir con sus ojos puestos en sus alumnos y amigos, emprendido viaje y perdido en la vista de aquellos que le esperaban en casa, orgullosos.

—Regresará —declaró Dolores—. Yo sé que volverá triunfante. —Las palabras de la chica sembraron mucha confianza en los presentes, cuyas sonrisas apuntaron al cielo, en dirección del mago, del horizonte.

—Radimir es un mago excepcional y una persona con un gran corazón. No puede perder contra alguien tan siniestro como lo es la bruja: una homicida hambrienta de poder.

—Es más que eso, Tom —destacó la aprendiz, temerosa—. Esa mujer es un presagio de maldad pura. El maestro no es perfecto, él también ha hecho cosas horribles, pero ha conseguido redimirse con el tiempo. Creo que está destinado a ello, a la redención. Por eso es que tiene ese nombre. —Sonrió la chica al mirar hacia el horizonte, con ambas manos sobre su corazón. —Maestro Mikelhabarus, si está viendo esto, por favor, guie a nuestro amigo a la victoria. Creador, nunca te he pedido nada, mas hoy quisiera que protegieras a mi maestro. Te lo ruego. —Las plegarias de la chica impresionaron a los presentes, mismos que comenzaron a preocuparse un poco, con fe de que todo saliera bien.

Durante el vuelo, Radimir miraba preocupado su destino, la costa este del gran país Hereum, lugar en donde planeaba pasar los siguientes días para preparar la trampa que podría salvar a la gente de una inminente invasión por parte de las fuerzas bélicas de Thenejad.

Por otro lado, la reina bruja se encontraba en el barco más grande y aparatoso de la flota marina, sentada en su tenebroso trono de huesos, custodiada por varios soldados en armaduras negras y otros en ropajes militares, observado como navegaban y revisaban los datos de la altamar en diferentes aparatos del navío. La soberana se hallaba en la sala de control, en medio y encima de todos, donde podría ser informada de inmediato de cualquier cosa.




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