Dolores, auxiliada por sus amigos varones, consiguieron dejar a Radimir en su habitación, en donde Ángeles consiguió arroparle, revisado por Sarutobi de momento, mismo que se dio cuenta qué era lo que le sucedía al examinarlo de cerca.
—Es su mana. Está casi vacío el tonto. Tal parece que lo gastó en el enfrentamiento que tuvo. Bueno, no tengo idea de qué demonios sucedió, porque si inició la pelea, debió terminar con un ganador. Radimir dijo que Thana seguía viva, e igual él. Parece que no hubo combate como tal. Hay que esperar a que despierte para que aclare todo eso —explicó el can a Dolores al momento de tocarla, traducido a los demás por la chica y retirados de la habitación para dejar descansar al anfitrión, pues a según los que conocían el tema, sólo necesitaba dormir un par de días para recuperarse por completo.
—Estará bien. Espero que nos pueda decir qué fue lo que ocurrió en la proximidad —argumentó la joven a los inquilinos, apartado el pergamino de teletransportación de su poder—. Por ahora sugiero que nos quedemos en esta casa. Tía Dalia, mamá. Las acomodaré en la habitación de huéspedes. La madre de Tom puede descansar en mi habitación. Los demás dormiremos en la sala —aclaró la joven, y aunque hubo respuestas en contra por parte de los adultos, la mirada fría y madura de la adolescente les hizo entender que no iba a cambiar de opinión, por lo que atinaron a agradecer y acomodarse en sus respectivos lugares, a la par que Dolores y Sarutobi preparaban de cenar para todos.
—Por un momento pensé que nos iríamos lejos. Menos mal el tonto de Radimir volvió justo a tiempo. Por su estado, me hace creer que hizo algo para detener al ejército, no a Thana. ¿Qué opinas? —preguntó el can a su amiga. Ésta se veía concentrada en lo que hacía—. ¿Doly?
—¡Perdona, Sarutobi! Yo… Estoy distraída, es todo. Me preocupa el estado del maestro, aunque sea sólo falta de mana. ¿Qué tal si la bruja está cerca y no podemos enfrentarla? ¿No sería injusto? —cuestionó la chica, marcada la sonrisa del perro.
—La diosa de fuego les pidió un duelo. Si Radimir no puede siquiera responder a esto, no iniciará. Una vez que el bobo esté consciente, preocúpate por ello. Conozco al mago mejor que nadie. Sé que algo hizo para retrasar a Thana, al menos lo suficiente como para darle tiempo de recuperarse. De no ser así, no habría vuelto a exponernos —aclaró Sarutobi, confiado.
—Tienes razón. Será mejor concentrarnos en hacer las cosas bien y pensar en el siguiente paso. Es obvio que el ejército de Thenejad no viene en camino. El maestro hubiera hecho lo posible por advertirnos. Creo que tenemos a lo mucho un día para prepararnos para lo peor —concluyó Dolores.
—El duelo entre la bruja y el mago.
—Así es —afirmó la aprendiz, continuada su labor de cocina.
La cena fue servida e ingerida. Todos agradecieron la amabilidad de la muchacha, orgullosa su familia al ver lo mucho que ésta había crecido, ayudada por su madre y tía en recoger los trastes, lo que las dejó a solas unos momentos.
Todo parecía ir normal, hasta que, a punto de terminar, Daniela se acercó a su hija, la cual se hallaba un tanto impaciente por todo lo que estaba ocurriendo.
—Dolores, hija. Quisiera hablar contigo. Tanto tu tía como yo —explicó la mujer, cosa que extrañó un poco a la adolescente.
—¡Sí! ¿Qué pasa? —preguntó un tanto extrañada la chica, lista para oír lo que tenían qué decirle.
—Cuando fuiste por nosotras a la casa y nos explicaste la situación, no dudamos en venir, porque creímos que era un asunto de huir y regresar, pero escuchamos a tus amigos comentar que era irnos para siempre. Abandonar Naerke y no ver hacia atrás, porque la bruja podría destruirlo todo. No sólo las ciudades o la vida, sino el mundo entero. Ambas estábamos preocupadas por eso, y mi primer pensamiento era: «por supuesto que iré con mi hija. Ella me necesita». Pero, ¿sabes algo? Desde que viniste hasta acá y conociste al señor Radimir, has crecido tanto, que ya no te reconozco —aseguró la madre, sorprendida y preocupada su hija por esto.
—Yo…
—Es cierto —interrumpió Dalia a su sobrina—. Has cambiado tanto, Dolores. Ya no queda nada de la niña temerosa, frágil y triste que tanto recordamos. La misma que nos necesitaba, que debíamos proteger y que fallamos en hacerlo —comentó la mujer, seguida por su hermana.
—Sí, pero nos has demostrado lo fuerte que eres. Lo mucho que has madurado este año. No podría estar más orgullosa. Te has vuelto ya toda un mujer responsable, amorosa, inteligente y fuerte. Eres lo que mamá siempre vio en ti desde que naciste. Donde quiera que esté, sé que la has llenado de mucha honra, mi niña. —Aquello fue dicho con ambas manos en el rostro de Dolores, expulsadas lágrimas de los ojos de Daniela, alegre y triste a la vez.
—Muchas gracias, mamá. Tía. No saben lo feliz que me hace escuchar esto de ustedes. —Dolores tomó las manos de su madre y las besó en agradecimiento, repleta de paz y amor.
—Es por eso que, si te vas, no nos necesitarás allá a donde vayas —explayó Daniela, cambiada la expresión de su hija al instante.
—Mamá, no digas eso.
—No, Dolores. Escúchanos, por favor —pidió Dalia, puesta una mano sobre el hombro de la aprendiz—. Tu madre y yo ya no somos jóvenes. No conocemos otro lugar que no sea Naerke, ni siquiera otro país o estado del mismo. Toda nuestra vida la pasamos aquí, y sabemos que, para una persona joven como tú, el llegar a otro lugar suena como una gran aventura. Para nosotras, sería como vivir una historia de terror. Iniciar desde cero, confrontar nuevas costumbres, adaptarnos una vez más. Ya no podemos después de lo que hemos pasado y decidimos dejar que vuelves lejos del nido, de este mundo que te vio nacer, de nosotras, para que descubras tu verdadero potencial y seas muy feliz, como siempre debiste serlo —agregó la mujer, enternecida Dolores y llena de lágrimas al saber todo eso.