El Trono de Huesos

Último hechizo: Réquiem

El hechizo de Thana, a ojos de los presentes, se tragó por completo a Radimir, quien no dio señales de vida en su momento, rodeado por la macabra luz que la mujer emitía desde su mano.

—¡No! —gritó Sarutobi, deshecho el circulo de protección para quitarse su bandana y volver a su forma original, invocado su báculo y volando en dirección de la bruja en favor de tratar de atacarla.

—Patético —emitió la mujer, levantada su extremidad libre y proyectando desde ella un hechizo idéntico, cosa que iba a dar de llano en el ahora mono, de no ser porque aquel fue cubierto.

Radimir, con un hechizo de transportación menor, se colocó enfrente de su amigo para defenderlo, rodeado de una especie de campo que anulaba la magia de la bruja, apuntada su varita hacia el choque del hechizo enemigo con su magia.

—¡Radimir! ¡Estás bien!

—¡Regresa con Doly y váyanse de aquí! ¡Ahora! —emitió el mago, molesto y con una apariencia moribunda, a punto de perder el conocimiento.

—¡No! ¡Déjanos ayudarte, maldición!

—Es muy tarde para eso —dijo la bruja—. Ya se terminó. Radimir está tratando de resistir para que se vayan. Deberían hacer caso antes que me arrepienta —enunció la mujer, segura de su victoria y sin dejar de proyectar su magia hacia ambos, oprimido el mago por ello, resistiendo.

—Radimir…

—¡Sólo hazlo! —Los gritos del hombre hicieron entender a Sarutobi, mismo que regresó con Dolores para acogerla e irse volando, cosa que la chica rechazó.

—¡No! ¡No puede terminar así! ¡El maestro va a vencer! ¡Sé que puede! —declaró la joven con lágrimas en sus ojos, notadas las de su amigo que la tomó en sus brazos.

—No va a ser así. Se acab… —Fue entonces que todos escucharon las sonoras carcajadas de la bruja.

De la nada, Thana comenzó a reír como loca, cuyo semblante serio se desvaneció en un instante.

—¡Llegaste! ¡Estás aquí, mi amor! ¿Quieres que lo mate? Deseas verlo morir, ¿cierto? ¡Pronto te daré mucho más! ¡Te daré el placer de miles de muertes consecutivas de lo que más amas! Así jamás tendrás que irte de nuevo —exclamaba la bruja con un rostro lleno de demencia al observar hacia su derecha, cosa que extrañó a los presentes.

No obstante, Radimir volteó en dicha dirección, justo cuando sentía que la vida se le escapaba de las manos y su campo de fuerza estaba por romperse gracias al rayo de su oponente.

Ahí, junto a Thana, la vio. Una figura torcida y oscura se materializó, cuyas alas oscuras y emplumadas se extendieron a los costados, envuelto su cuerpo de una tela etérea de tinieblas, oculto su rostro dentro de ella, resaltadas sus largas y pálidas manos blancas, como si fuera huesos viejos. La muerte se hizo presente frente a los ojos de Radimir, justo cuando estaba a punto de morir, lo que le hizo recordar sobre su pasado.

Cuando era aprendiz de Mikelhabarus, el joven de Ttetain curioseaba en los antiguos libros de magia de su maestro. Aunque la mayoría estaban escritos en drakonico, lengua que no dominaba del todo, había algunos que eran posibles traducir con un simple hechizo, cosa que le llevó a encontrarse con el tomo que hablaba de una magia muy singular que un hombre investigó durante años.

—¡Maestro! ¡Maestro Mikel!

—¿Qué pasó? Es muy temprano para comer, Radimir —enunció el dragón al escuchar a su aprendiz, justo en el momento que exploraba una proyección del universo desde su habitación astral.

—¡Encontré este libro!

—¿Quién te dio permiso de leerlo?

—¿Usted? —preguntó con cierta extrañez.

—¡Ah! Sí, ¿verdad? —mencionó algo apenado el dragón—. ¿Qué hay con él?

—Es una investigación sobre la necromancia…

—Sí, lo sé. Recuerda que yo soy el dueño de ese libro. ¿Qué te…? ¡Oh! —En ese momento, el dragón entendió el apuro de su alumno al recordar el contenido del texto.

—Hay un hechizo con el cual es posible hablar con los muertos. Según el autor, sólo es necesario una parte del cadáver de la persona. Puede ejecutarse desde su tumba y hasta con un simple fragmento de su ceniza. ¡Podría hablar de nuevo con Devotha! ¡Podría…!

—¡Radimir! —interrumpió su maestro al joven, cosa que le borró la sonrisa del rostro—. Las personas que han muerto ya no volverán con nosotros. El hechizo es molestar a las almas que ahora descansan. Deja que su ciclo siga y continua con el tuyo. Decirle unas palabras no será suficiente. Tratarás de hablarle diario, una y otra vez, hasta que creas que sigue con vida, cuando no es así —explicó el dragón, apenado.

—Yo… sólo quiero despedirme —dijo el joven Radimir, cuyas manos abrazaron fuerte el libro, brotadas lágrimas de sus ojos. La voz del joven se rompió y cayó de rodillas al suelo, conmocionado—. Tengo tanto que decirle. ¡Sólo una vez! Por favor —rogó el chico, a lo que su maestro respondió, regio.

—No. Acepta la muerte de Devotha y sigue con tu vida. Debes avanzar por el duelo de perderla hasta el final y dejarla en paz, como merece —rectificó el escamado, molesto el hombre por ello.

—¡Ni siquiera has de saber el hechizo!

—¡Cualquier dragón lo conoce! —declaró Mikel, molesto—. Pero ninguno te lo dirá. ¡No hay forma de que puedas ejecutarlo, porque tendrías que conocer la muerte de frente!

—La he visto. ¡He estado presente en la muerte!

—No es así —secundó tranquilo el dragón—. Y espero que jamás la veas.

En ese instante, cuando la vida del mago estuvo por terminar, la vio, pudo observar a la muerte viéndole de vuelta, expectante a su deceso.

Con ello, y después de haber leído aquel libro mil veces, aprendido su texto a la perfección, pudo colocar la última pieza del rompecabezas que faltaba. Por fin, luego de tantos años, lo entendió.

El mago frunció el ceño, regresó la mirada al frente, escuchadas las carcajadas de Thana a la distancia y nacida una pequeña sonrisa de su rostro. De su saco, Radimir tomó un pergamino azul cobalto, mismo que extendió para invocar su magia.




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