El núcleo de Roma Nova latía con furia. Cada pulso agitaba el suelo bajo los pies de Peter, como si la ciudad respirara con dificultad. Tubos incandescentes expulsaban vapor a presión, y los gritos en latín mezclados con alarmas generaban un caos ensordecedor.
Peter se lanzó hacia el panel de control como si su vida dependiera de ello. Y era cierto: su vida, su muerte… y probablemente también la de Clara.
Golpeó un autómata que intentaba interponerse, usó su barra de acero para enganchar uno de sus brazos mecánicos y lo lanzó por una compuerta abierta. Luego, se deslizó por debajo de una válvula que estallaba y trepó hasta un nodo de control colgante.
—Vamos, vamos… esto es como hackear un lavarropas con esteroides —gruñó, mientras intentaba entender el lenguaje de símbolos romanos mezclado con código binario.
“ACCESSVS NEGATVS.”
“INTRVSIO DETECTA.”
—¡Sí, sí, ya sé! ¡Soy un usuario no registrado, ya me lo dijeron todos hoy!
Forzó un cable con los dientes, metió un destornillador improvisado (robado de un técnico caído), y presionó una palanca con una patada.
El zumbido general se volvió grave. Un campo eléctrico se expandió desde el núcleo, y por unos segundos, todos los autómatas se congelaron en su lugar, con los ojos rojos parpadeando.
—¡Clara! ¡Ahora!
En otro extremo de la ciudad subterránea, Clara giraba su maza envuelta en chispas. Aprovechó el parón para abrirse paso entre los centuriones mecánicos. En su rostro había furia, pero también esperanza. Por primera vez en años, su rutina de lucha sin sentido parecía tener un propósito.
—¡Bien hecho, Trotamundo! —gritó mientras estrellaba su maza contra el suelo, derribando a tres centinelas que comenzaban a reiniciarse.
Peter, colgado del panel, apenas sonreía. Las luces parpadearon.
—No te emociones tanto… fue más suerte que otra cosa.
De repente, una sombra emergió del vapor. No era un autómata cualquiera. Era algo más grande… más antiguo. Un centurión negro, con alas metálicas, ojos en forma de engranajes y una lanza que zumbaba con electricidad pura. En su pecho, el emblema del César.
—“Centurión Primus: activado. Autorización directa del Emperador. Ejecutar eliminación.”
—¡Perfecto! ¿Y ahora aparece el subjefe? ¿Dónde están mis puntos de guardado? —bufó Peter.
El Centurión se lanzó hacia él, rompiendo los soportes de metal como si fueran de papel. Peter cayó hacia una plataforma inferior, rodando entre chispas. Se incorporó con dificultad, con la barra aún en mano.
Clara apareció justo a tiempo, interponiéndose entre Peter y el nuevo enemigo.
—¿Qué demonios es eso?
—La voz del César. Su sombra. Su perro guardián… lo que sea, ¡hay que detenerlo!
La criatura se movía rápido, como si estuviera prediciendo sus movimientos. Clara recibió el primer impacto de la lanza, que la lanzó contra una columna. Tosió, pero se levantó.
—Voy a necesitar algo más grande que esta maza…
Peter se le acercó mientras el enemigo recargaba energía.
—¿Qué pasa si le cortamos el suministro?
—Imposible. Está conectado al núcleo por una frecuencia interna. Solo alguien dentro del sistema podría...
Peter lo miró con una mueca resignada.
—Otra vez no.
Y sin pensarlo más, se lanzó hacia la criatura. El centurión lo atravesó con la lanza. Todo se volvió negro.
Peter despertó en su casa rodante.
De un salto, se sentó en la cama, sudando y con un agudo dolor fantasma en el pecho.
—¡Aaah, mierda! ¡Eso dolió! ¡Narrador! ¡¿Dónde estabas cuando me electrocutaban con un tridente de Roma steampunk?!
El silencio volvió a ser respuesta. Aunque... por un instante, una voz lejana pareció murmurarle desde el rincón de su mente. Algo no humano. Algo... diferente.
No había tiempo para pensar. Buscó su notebook, se sirvió un café instantáneo y se puso a investigar.
—Centuriones automatizados… lanza de plasma… debilidades de núcleos eléctricos. Vamos, internet, no me falles ahora.
Pasaron unas horas. Volvió a cerrar los ojos.
Peter apareció en el mismo lugar.
Clara seguía peleando, más cansada, pero aún de pie. El Centurión Primus seguía operativo.
—¡Peter! —gritó ella, al verlo reaparecer— ¡Estás vivo!
—Más o menos. Sentí que me atropelló Optimus Prime, pero traje un plan.
Sacó de su cinturón improvisado un pequeño tubo que había fabricado: un pulso electromagnético casero. Un suicidio en potencia… pero con suerte, un suicidio útil.
—Distráelo —dijo—. Solo un minuto.
Clara asintió.
Peter trepó hacia una plataforma elevada, esquivó a dos autómatas recién reiniciados, y cuando tuvo al Centurión en la mira, se lanzó desde lo alto con el tubo en mano.
La descarga fue brutal. El estallido de energía dejó fuera de combate a la criatura… y a Peter. Su cuerpo cayó humeante, inerte.
Despertó una vez más.
Dolor en cada hueso que no tenía roto. Al menos esta vez, estaba preparado. Se levantó y dijo:
—¡Narrador, espero que hayas grabado eso! ¡Fue de película! ¿Lo vieron? ¡Eso fue un salto suicida a lo John Wick meets Iron Giant!
Silencio.
—Oh, vamos… eso fue épico.
Volvió a la cama, aún con la sensación de quemaduras en el pecho.
—Mañana será un día largo… y el César todavía está esperando.