Esa noche, Peter no pudo volver a dormir.
El cuerpo estaba exhausto, pero su mente era un enjambre de dudas, imágenes de Roma ardiendo, de Clara sonriendo mientras todo colapsaba a su alrededor. ¿De verdad había hecho lo correcto?
Sentado en el borde de la cama, con la espalda encorvada y las manos entrelazadas, observaba la nada. Un pensamiento giraba en su cabeza como engranaje roto: ¿Salvar... era eso?
La noche se fue lenta. Y cuando los primeros rayos del sol cruzaron la ventana lateral de su casa rodante, Peter alzó la mirada... y los vio.
—Buen trabajo, Peter —dijo Chamuel, sentado sobre la mesada con las piernas cruzadas, como si estuviera en un café.
—¿Decís buen trabajo? —preguntó Peter, sin disimular la culpa en su voz—. ¿Realmente hice lo correcto?
—¿A qué te referís? —respondió Zadkiel, acomodando sus guantes blancos—. Cumpliste tu objetivo. El núcleo fue desactivado. El sistema opresor cayó.
—¿Y los pocos humanos que quedaban? ¿Los niños con brazos de metal? ¿La gente que aprendió a vivir con lo que tenía? ¿Qué fue de ellos?
Chamuel alzó una ceja y se encogió de hombros.
—A veces, un diluvio... es necesario.
—Claro —bufó Peter—. Un diluvio de aceite, sangre y muerte. Muy bíblico todo.
Zadkiel lo miró con atención. Sus ojos, más humanos que celestiales, mostraban algo parecido a respeto.
—Veo que empezás a entender —dijo con calma—. Esto no fue un sueño.
—Sí... eso lo entendí hace rato. Pero no sé si estoy listo para vivir con las consecuencias.
Hubo un silencio breve. Chamuel comenzó a recorrer la cocina como quien visita una casa ajena, abriendo alacenas, oliendo especias.
—Ese mundo no morirá, Peter —respondió al fin Zadkiel—. Los humanos son tercos. Se adaptan. Siempre encuentran una manera. Donde haya cenizas... habrá una chispa. Harán sus propias arcas. Y volverán a empezar.
Peter suspiró. Tal vez era cierto. Tal vez no.
—¿Entonces esto es? ¿Mi "misión"? ¿Ser un ángel de la entropía? ¿Un agente del caos disfrazado de solución?
Chamuel lo miró con media sonrisa.
—Cada mundo es distinto. Algunos tienen problemas políticos, tecnológicos, espirituales. Otros... son más ridículos. A veces, tu presencia solo será necesaria para salvar una vida. O para decir una frase clave. Pero la decisión final... siempre será tuya.
Peter pensó en Clara.
—Ella... Clara... ¿Ella es como yo?
Ambos ángeles se miraron. La pregunta los tomó por sorpresa.
—¿Clara estaba ahí? —preguntó Chamuel, ahora realmente interesado—. Qué curioso...
—Es una trotamundos —confirmó Zadkiel—. Como vos. Pero no esperábamos que cruzaras caminos con otro tan pronto.
—Tiene sentido, igual —Peter se cruzó de brazos—. ¿Qué hay más entretenido que lanzar dos piezas rotas al mismo tablero?
—Pero vos sos distinto —agregó Chamuel, mientras se metía un puñado de maní en la boca—. Hay algo especial en vos. Aunque no podamos decírtelo. Es parte del ministerio.
—¿Mi superpoder es no morir? Muy útil... si te gusta el dolor fantasma —Peter tocó su abdomen, recordando las heridas que no estaban, pero aún dolían.
Zadkiel asintió.
—Sí. Y no sos el único con habilidades. Todos los trotamundos tienen una. Pero solo vos podés volver cada vez que morís. Solo vos viajás entre mundos... y entre muertes.
—¿Y los demás?
—La mayoría está atrapada en un mundo. Hasta cumplir su propósito... o hasta que se quiebran.
Peter se quedó en silencio.
—Entonces, ¿qué hago ahora?
—Vivir —dijo Chamuel mientras se ponía de pie—. Por ahora, no habrá salto inmediato. Tu vida aquí debe seguir. No es solo un punto de guardado, Peter. Este mundo también importa.
—Y recordá —agregó Zadkiel, abriendo la puerta—: no todos los que encuentres son reemplazables. Vos podés volver. Ellos, no.
—Evitá que otros mueran... si podés —murmuró Chamuel con la boca llena—. Y no te olvides de disfrutar el viaje. Hay cosas hermosas incluso en el caos.
Ambos salieron sin hacer ruido. Como si nunca hubieran estado ahí.
Peter se dejó caer sobre la cama. La casa rodante crujía suavemente con la brisa de la mañana. El sol lo cegaba un poco. Cerró los ojos. No para dormir. Solo para procesar.
Días pasaron. Trabajó en pueblos, limpió parabrisas, arregló caminos rurales, hizo changas. Su casa rodante avanzó hacia el norte. De a poco, comenzó a sentir que la vida seguía... incluso entre mundos.
Y entonces, una noche cualquiera, sin aviso, volvió a soñar.
Pero esta vez…
…el suelo tembló al dormir.
Un rugido lo despertó.
Un bosque.
Un cielo naranja.
Y algo enorme… avanzando entre los árboles.
Peter abrió los ojos en otro mundo. Y entonces, sin pensarlo:
—Decime que esto no es Jurassic Park versión latina o algo peor... porque si veo un velocirraptor con un láser, te aseguro que me dejo morir.
Una nueva aventura lo esperaba, con grandes sorpresas.
—Pero que no sean todas malas, ¿sí?
¿Podrá enfrentar la maldad en este mundo?
—¡Hey! ¡No me ignores, narrador!