El Trotamundos

Capítulo 14: Ecos de otro yo

La noche cayó rápido sobre la selva. Desde la torre, el mundo parecía respirar con un ritmo denso, húmedo, como si el mismo planeta se hubiera convertido en una criatura viva.

Peter no podía dormir. Afuera, los demás ya estaban descansando en un rincón seguro de la instalación. Elías roncaba. Rina dormitaba sentada, con el rifle en el regazo. Sandro murmuraba datos técnicos incluso en sueños.

Pero Peter… no podía dejar de mirar la consola que aún parpadeaba.

“Trotamundos… ya es hora.”

Volvió a teclear. Nada. Ninguna respuesta.

—¿Qué hora? ¿De qué estás hablando? —susurró.

Silencio.

Probó otra cosa.

“¿Quién sos?”

Una nueva línea se escribió sola:

“Vos ya sabés quién soy.”

Peter se congeló. Y entonces, como en un eco lejano, escuchó una carcajada familiar.

—¿Narrador?

Nada.

—Ey… si estás ahí, si podés escucharme... decime algo. Hace semanas que no aparecés. ¿Estoy bloqueado o qué?

Solo el zumbido de las pantallas como respuesta.

Peter frunció el ceño.

—¿Es este mundo? ¿Hay algo acá que te impide hablarme?

Y entonces, un mensaje se desplegó, como un susurro digital:

“No es este mundo. Es lo que duerme en él.”

Peter se levantó de golpe.

—¿Qué significa eso?

Pero la pantalla se apagó.

Silencio total.

A la mañana siguiente, el grupo decidió explorar los niveles inferiores de la torre. Sandro había encontrado registros de una sala de servidores enterrada bajo el complejo.

—Podría haber datos de la época previa al colapso —dijo—. Incluso planos de otras ciudades. Esto es oro.

El ascensor estaba muerto, así que descendieron por una vieja escalera de emergencia. Cada nivel parecía más corroído, más abandonado. Hasta que llegaron a una compuerta metálica con un símbolo grabado: un ojo cerrado rodeado de ramas.

—Esto no es un símbolo oficial —murmuró Rina.

Peter lo miró de cerca. Había algo en ese diseño que le resultaba... familiar. Como si lo hubiese visto antes. En otro mundo. En otro sueño.

Forzaron la entrada. La sala estaba llena de cápsulas de almacenamiento, servidores antiguos y… vitrinas.

Vitrinas con restos. Huesos. Partes mecánicas. Y en el centro, un mural pintado con sangre seca: figuras humanas de pie ante bestias titánicas, algunas con alas, otras con tentáculos. Y entre ellas… un hombre con la ropa desgarrada y una espada en la espalda.

—Eso… —susurró Peter—. Ese soy yo.

Rina lo miró, incrédula.

—¿Cómo puede ser eso posible?

Peter no respondió. Porque no lo sabía. Pero lo sentía.

Y entonces, una voz electrónica resonó por los parlantes del lugar:

“Registro de emergencia activado. Presencia anómala detectada. Activando protocolo de contención.”

Luces rojas comenzaron a parpadear. Puertas se cerraron solas. El techo tembló.

Sandro gritó:

—¡Algo viene bajando por el conducto!

Peter agarró su cuchillo.

—¿Otra criatura?

Pero no era eso.

Del conducto emergió una figura humanoide, con un exoesqueleto parcial y un rostro oculto bajo una máscara con una sola lente roja. Se movía como un depredador entrenado. No emitía sonido. Solo los miró. A Peter, específicamente.

Y habló con voz distorsionada:

—Trotamundos. Al fin.

Peter sintió una presión en el pecho. No de miedo… sino de reconocimiento.

—¿Sos… como yo?

El otro no respondió. Solo cargó un arma de energía.

—¿O sos lo que pasa cuando uno de nosotros cae… y se levanta como otra cosa?

La criatura disparó.

Y entonces, la torre entera pareció rugir.




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