Los restos de raíces colgaban del techo, goteando savia espesa sobre los servidores. El grupo se había replegado a un sector menos dañado de la sala inferior. La cápsula rota seguía humeando en el centro, como un corazón artificial que ya no latía.
—¿Creés que va a volver? —preguntó Elías, con el rostro pálido y la lanza apuntando al ducto.
—No ahora —dijo Peter, observando la consola—. Se fue porque no era su momento. No porque no pudiera matarnos.
Sandro, sudoroso y tembloroso, revisaba los paneles con una linterna de bolsillo. Cada tanto murmuraba frases técnicas sin terminar.
—Esto… esto es tecnología híbrida. Analógica… digital… y algo más. Como si alguien hubiera metido magia en una computadora.
Peter se acercó a uno de los monitores que todavía parpadeaba.
—¿Podés acceder a los registros?
—Sí, pero los archivos están fragmentados. Y hay partes… cifradas con símbolos que no reconozco. Como si alguien los hubiera querido esconder... de algo más que humanos.
Rina lo miró desde el fondo, sentada junto a Elías.
—¿Y qué buscás, Peter?
Peter dudó un momento. Luego se encogió de hombros.
—Algo que me diga por qué me vieron en ese mural. Por qué ese otro tipo me llamó Trotamundos. Y qué demonios está pasando con este mundo.
Sandro alzó la mano de golpe.
—¡Acá! Encontré algo. Una serie de registros de voz. Fechados… hace más de cien años. Pero… la última entrada es de hace dos días.
—¿Cómo? —preguntó Rina, incorporándose.
—Escuchen.
Sandro presionó un botón, y un audio distorsionado comenzó a reproducirse:
"Registro 2913. Proyecto Atlas… fallido. La Torre 5 ha sido tomada por la entidad. Repetimos: la entidad se ha liberado. No pudimos destruirla. Solo sellarla. Si este mensaje sobrevive… huyan. No intenten controlarla."
Silencio.
Luego, otro fragmento, más reciente:
"Registro 2914. No queda nadie. El ojo está abierto. Él camina otra vez. Y tiene rostro humano."
Peter apretó los puños.
—¿Él quién?
La consola vibró, y un mapa rudimentario apareció en pantalla. Varios puntos marcaban instalaciones como esa, ahora apagadas… excepto una. En el extremo de lo que alguna vez fue Eurasia. Parpadeando con un rojo intenso.
—Otra torre —dijo Sandro—. Torre 1. La original.
—¿Está… funcionando? —preguntó Rina.
—Sí. O alguien la encendió desde hace poco.
Peter la observó en silencio. Había algo en ese punto que lo llamaba. Como si una parte de él ya supiera que debía ir allí.
Y entonces, la consola proyectó una imagen. Borrosa. Antiguamente grabada. Peter reconoció la figura de la criatura con exoesqueleto… sin la máscara. Su propio rostro, envejecido, deformado… mirándolo con rabia.
—Ese no sos vos —dijo Rina.
—No todavía —respondió Peter.
—¿Y si no llegamos antes de que esto se repita?
Peter miró a todos.
—Entonces tenemos que llegar. Antes de que esa cosa me gane la carrera.
Elías levantó la vista.
—¿Vamos a esa torre?
—Sí —dijo Peter.
Y, por primera vez, lo dijo sin chistes. Sin sarcasmo.
Solo con miedo.
Y una decisión que no iba a poder deshacer.