La jungla parecía respirar con ellos. Cada paso que daban hacia el este los alejaba de la torre, pero también de cualquier zona conocida por los mapas de Sandro. El terreno era más inestable, cubierto por raíces negras como carbón, y el aire… el aire olía a sangre antigua.
—¿Seguros que esto es un atajo? —murmuró Peter, abriéndose paso con su lanza.
—No es un atajo —dijo Rina—. Es el único camino. La ruta directa está infestada de bestias cazadoras. Y peor… de rastreadores.
—¿Qué es peor que una bestia gigante con dientes como espadas?
—Una que sepa dónde estás aunque no te muevas.
Peter no respondió. Pero tragó saliva.
Elías, que caminaba más adelante, se detuvo.
—¿Escucharon eso?
El grupo se congeló. Un crujido. Lejano. Como el lamento de un bosque entero.
—No es viento —dijo Sandro, revisando el monitor de detección—. Es vibración. Algo pesado. Muy pesado.
Y entonces lo vieron.
Más allá del follaje, en una hondonada, un claro abierto mostraba los restos de una vieja base de contención. Torres metálicas dobladas como papel. Muros de concreto reventados desde adentro. Y en el centro… una huella.
Gigantesca. De al menos diez metros de largo.
—Eso no es un T-Rex —susurró Rina.
—No —dijo Peter, boquiabierto—. Eso es un coloso.
Sandro revisó los datos.
—Tengo una referencia. Proyecto “Goliat Alfa”. Una criatura diseñada no para cazar… sino para dominar. Tenía implantes cerebrales de control remoto. Capaz de aprender. Capaz de obedecer.
Peter lo miró.
—¿Obedecer a quién?
El grupo se quedó en silencio.
—¿Y si esa cosa… no escapó? —dijo Elías de pronto—. ¿Y si la liberaron?
Peter se inclinó sobre la huella. En el barro aún caliente, algo brillaba. Un símbolo… grabado. Artificial. Como si la bestia lo hubiese pisado a propósito.
Era el mismo ojo cerrado, rodeado por espinas.
—Nos están guiando —dijo Peter—. Esta cosa… esta bestia, no es solo un monstruo. Es parte del mensaje.
Un rugido retumbó a lo lejos. No el chillido agudo de un cazador. Sino un rugido grave, de garganta profunda. Tan poderoso que las hojas vibraron como si el mundo temblara de miedo.
—Ese es Goliat —murmuró Sandro—. O lo que queda de él.
—Y está entre nosotros y la Torre 1 —dijo Rina.
Peter miró hacia el horizonte. Entre las nubes, un destello rojo marcaba su objetivo.
—No nos queda otra —dijo, apretando la lanza—. Si este mundo quiere jugar con monstruos…
Se dio vuelta, mirando a todos.
—Vamos a bailar con ellos.
Pero el mundo no estaba esperando.
El ataque fue instantáneo.
Desde los árboles cayeron sombras alargadas. Un zumbido metálico precedió al salto de una criatura de dos metros, una mezcla de jaguar y reptil, con placas de acero insertadas a lo largo de su espina dorsal. Elías fue el primero en gritar.
—¡A cubierto!
La criatura se lanzó sobre él, pero Rina disparó en el aire antes de que impactara. El proyectil no mató al animal, pero lo desvió lo justo. Sandro activó una defensa de campo pulsante, que emitió un pulso sónico que detuvo momentáneamente a las bestias.
—¡Son híbridos de combate! ¡Versión C! —gritó, mientras cargaba su siguiente arma—. ¡Los soltaron para desgastarnos!
Peter esquivó un zarpazo y hundió su lanza en el cuello de una de las criaturas. Un chispazo eléctrico sacudió el cuerpo del monstruo, y por un momento, este se quedó inmóvil. Sus ojos parpadearon en rojo.
—Están siendo controlados —gruñó Peter—. ¡Literalmente!
Un nuevo grupo emergió de la maleza. Uno de ellos, más grande, llevaba lo que parecía un transmisor sobre el cráneo. No peleaba, solo observaba.
—Ahí está el alfa —dijo Rina, cargando una granada—. Si lo eliminamos…
Peter asintió. Saltó sobre un tronco caído y usó su lanza como pértiga para impulsarse hacia la criatura. En el aire, su lanza se activó en modo vibratorio, y al caer, apuntó al emisor.
Pero justo antes de impactar, una tercera bestia lo golpeó desde el flanco y lo arrojó al suelo.
Todo el cuerpo de Peter crujió. Sangraba por la frente. La lanza había volado lejos.
La criatura alfa se acercó. Sus ojos brillaban con una luz púrpura antinatural. Abrió las fauces. Un zumbido eléctrico salió de su garganta.
Peter rió, escupiendo sangre.
—¿Eso es lo mejor que tienen?
Extendió el brazo. Desde la maleza, la lanza respondió. Voló como una flecha hasta su mano. Peter la giró en el aire y atravesó el cráneo del alfa justo entre los ojos.
Chispas, humo, y un rugido de muerte.
Las demás criaturas se detuvieron. Titubearon. Y luego, huyeron.
Silencio.
Sandro se acercó, jadeando.
—Eso no fue una prueba. Fue una advertencia.
Peter se incorporó, limpiando la sangre de su cara.
—Lo sé.
A lo lejos, en una colina oculta por los árboles, algo gigantesco los observaba.
Sus ojos eran dos faros opacos. Su aliento, un vapor denso que hacía temblar el follaje.
Una voz sin garganta habló desde su interior:
—El peón… ya aprendió a romper cadenas.
Y luego, el coloso se giró, desapareciendo entre la niebla como una montaña viviente.