El Trotamundos

Capítulo 18: Garras que susurran

Avanzaron por la espesura con el corazón latiendo como tambores de guerra. La jungla se volvía cada vez más espesa, más extraña. No era solo la vegetación: era el silencio. Un silencio lleno de murmullos.

Peter lo sintió primero.

—¿Escuchan eso? —dijo en voz baja, clavando la lanza en la tierra.

El grupo se detuvo. En lugar del crujido habitual de hojas, se oía un susurro, como si mil voces hablaran a través de los árboles. Voces que no usaban palabras, sino garras, ojos… y hambre.

—Están cerca —susurró Rina—. No el Goliat… los otros.

Desde las sombras, los vieron.

Criaturas bípedas, con cuerpos grises como acero viejo y ojos rojos sin pupilas. Deinonyx… pero distintos.

—Modificados —dijo Sandro, bajando el visor de su casco—. Los rastreadores de élite.

El primero se lanzó sin aviso.

Peter apenas tuvo tiempo de girar cuando la criatura lo embistió. Rodaron por el suelo. Peter sintió la garra curvada rasgarle la chaqueta. Disparó su lanza como una lanza eléctrica improvisada, aturdiendo a la bestia. Rina la remató con un cuchillo giratorio, hundido entre los ojos.

Pero había más. Muchos más.

El grupo se replegó en formación circular. Elías activó una defensa de pulsos sónicos con su reloj, creando una cúpula que empujó a las bestias unos segundos atrás.

—¡No va a durar! —gritó, sangrando por el brazo.

Los rastreadores los rodeaban. Diez, veinte… tal vez más. Y se movían como un solo organismo. Coordinados. Calculadores.

Peter comprendió algo.

—¡No ataquen al azar! ¡Busquen al que guía!

Rina lo entendió. Saltó sobre un árbol caído, giró en el aire y lanzó una de sus dagas con precisión quirúrgica. Dio en el cuello de un rastreador más grande, que observaba desde una rama. Al caer, los demás dudaron.

Solo un segundo. Pero fue suficiente.

Peter recogió la lanza, la activó con toda su energía, y la clavó en el suelo. Una onda eléctrica atravesó el barro, electrocutando a cuatro criaturas cercanas.

—¡Ahora! ¡Avancen!

El grupo rompió el cerco. Rina se movía como un espectro, Elías cubría con pulsos de choque y Sandro disparaba con un arma que parecía robarle energía al entorno mismo.

Justo cuando creían haber escapado, el suelo tembló.

Y entonces lo vieron.

Entre los árboles, levantándose como una montaña viva, Goliat Alfa emergió. Cubierto de cicatrices, con trozos de armadura cibernética colgando de su cuerpo, y un ojo que no era un ojo… sino una cámara roja incrustada. Un titán de hueso y acero.

—¡Corred! —gritó Sandro.

Pero Peter no se movió.

El coloso lo observaba.

Y Peter sintió algo imposible: una conexión.

El monstruo rugió, pero no atacó. Dio un paso… y luego otro… como si esperara una orden.

—No es solo una bestia —dijo Peter, mientras un zumbido nacía en su cabeza—. Es un mensaje.

En ese momento, el ojo-cámara del Goliat proyectó un holograma. No palabras. No símbolos.

Una figura.

Humanoide. Sin rostro. Envuelta en fuego negro.

Y una frase, proyectada en letras rojas:

"El Edén no es un refugio. Es una prueba."

Y luego el rugido regresó. Esta vez, no solo como sonido.

Como sentencia.




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