El tutor de japonés

Capítulo 2

Es lunes; primer día de los próximos cuatro meses. Las clases empiezan a las ocho de la mañana. Fuera hace un día un poco gris, pero quizá es porque aún es un poco pronto. Lo primero que nos enseñan es japonés, que en mi caso en nulo, por eso cada día tendremos dos horas de este extraño y pictográfico idioma. Es normal que con lo que tienen que dibujar para entenderse, sean unos artistas haciendo mangas y animes.

Lo más curioso con lo que he tenido que lidiar nada más empezar el día, ha sido ponerme este absurdo uniforme escolar. Dicen que en Japón es de lo más normal, ¿pero también en la Universidad? No me han dejado otra opción y he tenido que salir con Celia vestida de colegial sexy. Una falda de cuadros blancos y marrones que no tapa más que el culo; una blusa blanca y una chaqueta marrón de algodón… ¿Se puede ser más típico? Menos mal que tanto Celia como yo, como buenas latinas, somos bastante muslonas, porque si tuviese que ir sola con este cinturón y enseñando mis jamones por la calle… acabaría poniéndome el uniforme masculino. Menuda soy yo para eso. Sin embargo, las mujeres japonesas parecen contentas con esa falda tan corta y enseñando sin pudor sus piernas delgadas. Las envidiaría si no tuviese miedo que se las llevara un fuerte viento con tan poquito cuerpo.

El profesor de japonés habla español y nos ha hecho muy amena la clase. Se llama Ken y nos dará clases todos los días las dos primeras horas, de ocho a diez de la mañana. A las diez empieza la acción; lo que a mí me gusta. Todos los alumnos somos de tercero de diseño audiovisual e ilustración y han hecho coincidir el principio del segundo cuatrimestre del curso, con este intercambio, así cuando volvamos a nuestra Universidad, ya empezaremos cuarto. Más o menos el Plan de Estudios es el mismo en todas partes y durante cuatro horas al día, nos enseñaran en japonés e inglés materias como Diseño editorial y Comunicación corporativa; Edición y Postproducción audiovisual; Taller de Proyectos audiovisuales y Social Media. Yoko, la profesora, me ha parecido bastante simpática y muy dulce.

A las doce del mediodía nos dejan ir a comer al comedor de campus. A la una volvemos y acabamos las dos últimas clases, hasta las tres de la tarde. El primer mes, que se supone que aún no nos defendemos en japonés, tendremos tiempo libre a partir de esa hora. Podremos repasar o lo que queramos, pero a partir del segundo mes y hasta final del cuatrimestre, nos asignaran un lugar para hacer las prácticas y desarrollar nuestro japonés en la vida real. Temo ese momento, pues nunca se me han dado muy bien los idiomas y menos los que no tienen letras… Las prácticas serán de cinco a siete de la tarde, todos los días, de lunes a viernes.

-¿Has visto lo guapo que es el profesor de japonés? –me pregunta Celia justo cuando posa el culo en la mesa que hemos escogido para comer.

-¿Guapo? Para nada…

-¿Qué dices? ¿No tienes ojos en la cara?

-Sí tengo, pero…

-¿Pero qué?

-Lo siento, no me gustan los hombres orientales. -digo bajando la voz todo lo que puedo.

-¿Qué? –grita mi compañera.

-Shhh ¡No grites! ¡No tiene que enterarse todo el mundo!

-¿En serio no te gustan?

-No… Me parecen muy flacos y femeninos…

Y es la verdad. No puedo evitarlo. Yo soy una chica europea, la típica caucásica; piel blanca; ojos azules; pelo entre rubio y castaño claro; alta y con curvas generosas, y los chicos orientales llevan más tinte en el pelo y afeites en la cara de lo que yo me pongo normalmente. Son poco peludos y muy estilizados. Seguro que uno tiene que cargar conmigo y no puede. Siempre he pensado así, quizá tenga que ver con el gen cromañón de las cavernas, ¿no? Celia sin embargo es mexicana. Es más bajita que yo y su piel es mucho más oscura que la mía. Tiene el pelo negro brillante y liso, igual que los japoneses, y sus ojos algo rasgados, aunque no tanto. Su cuerpo también es generoso en curvas, sobre todo en las caderas y en el culo y no es muy alta que digamos.

-Pues chica, me sorprende… -sentencia finalmente.

Después de nuestra comida, terminamos las clases y volvemos a encontrarnos con el resto del grupo.

-¿Qué tal? –preguntamos unas a las otras.

-¡Bien, bien!

-¿Ya tenéis tutor?

-¡Sí! –dicen todas excepto yo.

-¿Tutor?

-Sí. Tutor es un estudiante japonés con el que quedas todos los días después de clases para tomar un café y hablar en su idioma. Normalmente los chicos buscan chicas, y las chicas buscan chicos, así si algo surge…

Celia me dirige una sonrisa.

-Tienes que poner un anuncio aquí en el tablón y esperar que contacte contigo.

-¿Tú ya lo tienes? –la pregunto sorprendida.

-¡Sí! Lo puse antes de sentarme a comer y al poco recibí un mensaje… Se llama Nori y hemos quedado ahora en la cafetería de enfrente. Suele ser a esta hora –me dice instruyéndome- y tienes que invitar tú, ese es el pago por su tiempo.

-Ayúdame a poner un anuncio por favor… -pido a Celia.

En un papel escribimos mi nombre, mi número de teléfono y un galimatías que dice algo así como “kateikyöshi o sagashiteimasu” (busco tutor)




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