El tutor de japonés

Capítulo 4

Le mando un mensaje a Celia:

<Te espero en nuestra habitación. No tardes>.

Takeshi me espera a las puertas del campus, mientras yo subo a mi habitación a empacar las cuatro cosas que he traído en la maleta. Nos dijeron que íbamos a llevar uniforme durante las clases, así que sólo me traído un par de pantalones vaqueros, un par de camisetas; un par de vestidos de fiesta que, compré a última hora para venir; un par de zapatos de tacón negro; un par de botas cómodas; unas zapatillas deportivas; el neceser con mis aparejos de higiene y alguna camiseta larga para dormir.

Cuando le explico a Celia la propuesta de mi tutor se queda en shock.

-¿Estás loca o qué?

-¿Qué es lo peor que pueda pasar? –la pregunto sin entender bien su problema.

-¿Qué te rapte? ¿Qué desaparezcas y no encuentren tu cadáver? ¿Crees que en Japón no se cometen homicidios?

-¡No me va a pasar nada! Vendré a clase todos los días y veras que estoy bien. No te preocupes… Algo me dice que puedo confiar en él y que va a ser una gran experiencia.

Celia se queda un rato pensando.

-¿Sabes lo popular que es tu tutor? ¡Chica con suerte!

-¿Si? ¿En serio?

-Y tan en serio. He preguntado a las japonesas y todas me han dicho que es el más popular; el más guapo y que todas andan detrás de él, pero… parece que a Takeshi no le interesa ninguna.

-Yo le he preguntado si es gay…

-¿Qué? ¿Qué has hecho qué? –me mira Celia con el rostro enrojecido.

-Pues para saber… Pero me ha dicho que no.

-¿Y qué te va a decir? Sí soy gay, pero no se lo digas a nadie –me dice a modo de burla-. ¿Aquí no  está bien visto decirlo?

-¿A no? Pues hay un montón de animes homosexuales… No creí que fuese tabú.

Dejo a Celia en la habitación de la residencia un poco preocupada y algo apasionada, y bajo a encontrarme con Takeshi.

-Has tardado mucho –me dice.

-Lo siento.

Sigo a mi tutor por las calles de Tokio, con el ruido que hacen las ruedas de mi maleta, hasta que nos adentramos a los canales subterráneos del metro. Desde la estación de Iriya hasta la de Minowa. Continuamos caminando hasta coger el tranvía en la estación de Minowabashi, en el distrito de Arakawa, hasta la de Arakawa-Nichôme. Lo primero que hice al saber que venía a Japón, fue estudiarme el callejero de Tokio para saber moverme. No sé porqué pero para saber dónde estoy tengo que verlo desde arriba, sino me pierdo fácilmente.

Takeshi me conduce hasta una casa extraña. Es de madera vieja y con el típico estilo nipón. No me imagino verle vivir aquí, pero entramos. Son pasadas las cinco de la tarde y una mujer mayor nos recibe en su idioma. Yo sólo sonrío y bajo mi rostro cuando Takeshi también lo hace. No tengo ni idea de qué le está diciendo, pero la anciana me observa como si pudiese atravesarme la piel y ver mis entrañas. Finalmente subo las escaleras detrás del él. Durante nuestro pequeño viaje no hemos hablado, así que no me ha preparado para nada de lo que voy a ver.

-La hosuto se llama Aneko. Abre la puerta a las seis de la mañana y la cierra a las nueve de la noche. Dentro de ese horario podemos entrar y salir; ni antes ni después. No se permiten visitas, ni animales de compañía, ni por supuesto fiestas. De la comida y la limpieza del apartamento nos ocuparemos nosotros, y más nos vale hacerlo bien, porque ella puede entrar cuando quiera, y si lo hace y considera que no está en condiciones… podemos encontrar nuestras pertenencias en la calle. No le gustan los ruidos fuertes ni los escándalos.

-¿Y por qué vives aquí? –pregunto totalmente perpleja.

-Es la típica residencia para estudiantes japoneses que deben venir a Tokio. Es barata, limpia y tradicional, y los padres saben que aquí los chicos estarán vigilados.

-Entiendo… -le digo- ¿Qué le has dicho de mí?

-Que eres mi prometida.

-¿Y no le ha sorprendido que sea occidental?

-La sociedad japonesa ya no es tan cerrada como podía ser antes… Aunque Aneko sea mayor y tradicional, acepta perfectamente una pareja como la nuestra… -dice sonriéndome.

Takeshi se para frente a una puerta corredera de madera fina y papel. Como un día tenga que dar un portazo no sé cómo saldrá indemne –pienso-. La corre hacia un lado –no tiene pomo ni lugar donde cerrar con llave- y entramos. Mi visión me ha hecho retroceder varios siglos o me ha llevado a otro mundo, pues no soy capaz de reconocer nada de lo que pienso que debe tener un apartamento. Es un espacio abierto por donde entra la luz a través de otra puerta de papel, que ahora mismo está cerrada y que cerca de ella hay una tabla de madera algo elevada y unos cojines en el suelo. No hay nada más. No hay habitaciones, ni cocina, ni baño, ni nada. Miro a Takeshi con los ojos como platos y sólo veo su satisfacción a modo de sonrisa, mientras se dirige a abrir la otra puerta de papel. Tras ella hay una  plataforma a modo de balcón, que no es más que la propia extensión de la casa, pero donde se observa un bello jardín; los numerosos árboles y flores que inundan esta zona de la ciudad. El lugar es realmente hermoso, pero volviendo a la habitación sigo sin comprender dónde están las cosas.




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