El tutor de japonés

Capítulo 9

-¿Te apetece hacer algo de ejercicio hoy? –me pregunta Takeshi.

-¡Claro!

Nos subimos a cambiar, según sus indicaciones, y me pongo ropa deportiva; pantalones y sudadera, y cogemos una pequeña mochila. Desde que llegué la primera vez a esa zona de la ciudad, he deseado ver la zona del río Sumida y el hermoso parque natural Arakawa que tiene este distrito de Tokio. El lugar es espléndido. Posee unos lagos a modo de canales, con pasarelas de madera alrededor. El agua está llena de patos y cisnes y los jardines están llenos de flores, sobretodo la Sakura. Hay columpios infantiles y estatuas de grandes mujeres que parecen columpiarse y grandes extensiones de hierba verde.

Dejamos nuestras cosas en el césped y Takeshi empieza a hacer algo de Tai Chi y Qi kung, y yo le sigo. Mi profesor de kárate siempre nos hacía empezar así, pues los músculos se estiran y los tendones se preparan para una actividad más exigente; el corazón se relaja y los pulmones oxigenan mejor. Cuando ya eres un todo con tu mente y la naturaleza que te rodea, puedes empezar a practicar cualquier arte marcial, y mi tutor de japonés elige mi casi olvidado kárate.

-¿Recuerdas cómo debes defenderte si te atacan y no llevas armas? –averigua muy serio.

Noto como Takeshi es casi un experto en el movimiento corporal en cuanto a la lucha y la defensa se refiere. Será músico, pero… es toda una cajita de sorpresas. Intento recordar cada llave aprendida al tiempo que sorteo las acciones de mi tutor. La demanda sobre mi instinto defensivo es cada vez más alta y llega un momento que no sé ni cómo puedo evitar sus patadas y manotazos.

-Parece que no lo he olvidado todo… -digo orgullosa de mí misma.

-¿No puedes hacerlo mejor? –me pregunta, dejando mi vanidad herida y por los suelos.

Ahora sí que me cabreo y saco todo mi potencial. Él lo ha querido. Sin embargo cuando voy a meterle mi pierna entre las suyas, para tirarlo al suelo, Takeshi me agarra de los hombros y me levanta en el aire, cayendo ambos, yo sobre él, en la húmeda hierva. No me he hecho daño, sin embargo siento una terrible vergüenza del peso de mi cuerpo sobre él. No es que sea obesa, pero en el país de los cincuenta kilos de media, pues una tiene alguna reserva de más…

-¡Perdona Takeshi! ¿Te he hecho daño? –pregunto entre roja y granate.

-¿Daño tú a mí? ¡Pero si te he tirado yo!

-Lo digo por mi… peso… -balbuceo mientras intento levantarme de encima suyo.

-¿Peso?

-¡No seas condescendiente conmigo! Estarás acostumbrado a cargar a chicas mucho más flacas que yo…

-Mmm… ¿Tenemos problemas de autoestima?

-¡Qué va! –Miento como una bellaca- ¡Lo que pasa es que aquí sois mucho más delgados que el resto del mundo!

-A mí me pareces una mujer preciosa, Violeta –me dice sujetándome para evitar que pueda poner distancia entre nuestros cuerpos- Yo sé que a ti no te gusto, pero a mí me encanta tu hermosa piel blanca; tus grandes ojos azules y ese pelo claro, largo, y encrespado que tienes cuando te levantas. Me gustan tus largas y rollizas piernas y tus amplias caderas. Me gusta que seas tan alta como yo; me gusta cuando expresas alegría, enojo o sueño. Me gusta tu olor dulce y el brillo de tus ojos cuando algo te  emociona…

Me quedo totalmente en shock, tanto que desde que le escucho no he intentado moverme y sigo encima de su cuerpo. Antes, de los nervios, ni siquiera notaba su anatomía, pero ahora, sin poder dejar de mirarle a los ojos, con los míos abiertos de par en par, noto cada roce y cada prensión de mi cuerpo contra el suyo. Mis pechos sobre sus fornidos pectorales; mis piernas sobre su regazo y mis brazos atrapados entre los suyos… El granate se queda corto para representar el color que tiene mi cara cuando me levanto del suelo y del cuerpo de mi tutor.

-¿Quieres que te enseñe un sitio muy especial? –me pregunta Takeshi evitando cualquier comentario de lo sucedido.

-¿Está muy lejos?

-No, sólo un par de calles. Ven.

Caminamos junto al río Sumida, acompañándolo un tramo de su camino hacia la Bahía de Tokio, justo hasta el puente Senjuo y de allí giramos a la izquierda por entre las calles, hasta llegar al santuario sintoísta de Susanoo Shrine. Nunca he estado en un lugar así, tan sencillo y tan profundamente impactante; un santuario sin una deidad y repleto de cosas naturales como paños, cuerdas, madera, piedra, agua… Es intrínsecamente hermoso y transmite igual que una catedral europea. Takeshi me explica que el sintoísmo es originario de Japón y que muchos de sus congéneres son fieles a esta religión, incluido él mismo, mientras que la otra mitad son budistas. Este culto se basa en la veneración de los “kami”, espíritus sobrenaturales que existen en toda la naturaleza, como por ejemplo “Susanoo” que da nombre al santuario y que es el dios del mar, las tormentas y las batallas; “Amaterasu” la diosa sol; “Tsukuyomi” el dios de la luna.

-¿Tú eres creyente? ¿Qué religión profesas? ¿El catolicismo? –me pregunta Takeshi.

-Bueno… me bautizaron e hice la comunión con la iglesia católica –contesto-…, pero actualmente estoy más cerca de tu sintoísmo que de mi catolicismo… Creo en algo superior y más grande que nosotros mismos, pero creo que ese algo es la madre Naturaleza, que nos protege y nos castiga a partes iguales.




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