El tutor de japonés

Capítulo 10

Jueves, seis de la mañana y mi móvil se pone a cantar y vibrar como un loco al lado de mi cabeza. ¿Dónde estoy? Otra vez me despierto desorientada y confusa, hasta que veo a Takeshi dormido en el futón contiguo y me quedo mirándolo. Cuando ayer me dijo que para él era preciosa, algo dentro de mí se rompió, aunque intenté ocultarlo por todos los medios. Le conozco desde hace tres días y sus rasgos no han solido atraerme nunca, aunque reconozco que es guapo. Las veces que me llama Sumire la sangre se me alborota toda, pese a que intento que no lo note, pero es la primera vez que me gusta mi nombre. Se me van a hacer largos estos cuatro meses…

Salimos camino a la universidad a la hora programada y volvemos a despedirnos en la entrada cuando ve que Celia se acerca a mí. Creo que no han hablado nunca entre ellos, tras su negativa a tomarla también como alumna.

-¡Buenos días Celia! –la saludo con una sonrisa de oreja a oreja.

-Vaya… Hoy estas especialmente guapa y contenta… ¿Ha pasado algo que yo deba conocer?

-¡Que va! ¿Una no puede estar contenta así porque sí?

Pero al final acabo contándole algo de lo que Takeshi y yo hicimos ayer por la tarde, todo excepto mis emociones. También le explico el episodio con las japonesas asesinas de la universidad y me avisa que ande con cuidado con ellas, porque ha oído que se han propuesto arrebatarme a Takeshi.

-¿En serio? ¿Van a quitarme algo que no es mío?

-¡Sí supieran la verdad!

Acabamos riendo de nuevo antes de entrar en clase de Ken y aprender algo más de japonés. Cuando es Yoko la que nos enseña Diseño editorial, me fijo en que Jairo está sentado sólo en una mesa cerca de la ventana. Veo cómo está ausente a través de ella, sin escuchar nada de lo que sucede en clase.

-¿Qué le pasa a Jairo? –le pregunto a Celia que está ubicada junto a mí.

-No lo sé. Lleva unos días así. Txema, su compañero de cuarto, dice que no quiere hablar de ello, pero que algo le ha pasado aquí… –me contesta casi en un susurro.

-Pobrecillo…

-¿Pobrecillo?  ¡Pero bueno! ¡Tú eres tonta o qué? –grita hasta el punto que los compañeros de delante se giran para mirarnos.

-¿Tonta por qué? –insisto una vez pasado el revuelo.

-¿Qué no te das cuenta que está así por ti?

-¿Por mí? ¡Pero si sólo me hizo un masaje!

-Piensa lo que quieras, pero ese chico venía ilusionado y ahora parece un alma en pena.

Me quedo pensando en lo que me ha dicho Celia, tanto que no atiendo a ninguna de las asignaturas restantes ni a ninguna explicación de Yoko. ¿Qué le debe pasar a Jairo? ¿Tan rápido se puede enamorar una persona? Después pienso en Takeshi. Cuatro meses y se acaba, pero… ¿Y si cada vez me afectan más sus palabras? Sé que si viviese aún en la residencia, no tendría que tenerlo todo el día pegado a mí, ni verlo dormir… ni verlo sin camiseta mientras cocina… ni escucharlo llamarme Sumire… ¡Por Dios Violeta, no puedes enamorarte de tu tutor de japonés! ¡Tengo que poner distancia! ¡Tengo que alejar mi corazón del trato que he hecho con Takeshi! Y para eso no se me ocurre otra cosa que acercarme más a Jairo y así averiguar exactamente qué le pasa y si puedo hacer algo para aliviarlo, y quién dice algo, dice “algo”…

En la última hora de clase me siento al lado de Jairo. Le busqué durante la comida, pero los ojos de Takeshi no me dejaban ni a sol ni a sombra, así que no fue un buen momento. Cuando pongo mi cuerpo en la mesa de al lado, Jairo me mira interrogándome con la cara y frunciendo el ceño.

-¿No puedo sentarme aquí contigo? –le pregunto.

-Sí, claro –dice, pero continúa serio.

-Oye… ¿Te ocurre algo? ¿Puedo ayudarte con algo?

-No. Nada.

-¿He hecho algo que te haya afectado?

-¿Crees que estoy así por ti?

-No lo sé. Dímelo tú.

-Mira Violeta, somos del mismo país pero de diferentes ciudades. No tenemos que ser amigos; hemos venido a aprender y cuando acaben estos cuatro meses, volveremos a nuestra casa y nunca más volveremos a vernos, así que… ¿Por qué tendrías que ser tú la causa de mi malestar?

-Por nada. Sólo quería asegurarme. Perdona si te he molestado.

Me siento cabreada y ofendida y todo por ir de buena samaritana por la vida, o por hacer caso a Celia que tiene una mente demasiado fantasiosa para la vida real. No voy a perder más tiempo con este imbécil ni con su mal humor; ya me he rebajado bastante y no pienso preocuparme nunca más por él, así que recojo mis cosas y me cambio de mesa antes que Yoko se dé cuenta, pero Jairo me coge del brazo y me retiene.

-Perdona… -su tono de voz es distinto- No te vayas, por favor –me pide.

Y aunque es lo que deseo, resoplo y vuelvo a sentarme, y a colocar mis apuntes y mis bolígrafos sobre la mesa.

-¿Me vas a contar ahora qué te pasa? –pregunto.

-No es tu culpa, pero… me siento así por ti.

-¿Entonces sí soy la causa?

-Eres la causa, pero yo soy el culpable.




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