El tutor de japonés

Capítulo 11

-¿De qué estabais hablando? –me pregunta Takeshi- Se oían vuestros gritos desde clase.

-¡Anda! ¡Qué exagerado! De nada en concreto. Ya sabes que los hispanos somos muy ruidosos.

Dirijo una mirada tanto a Celia como a Jairo, y me despido del resto de mis compañeros con una sonrisa.

-¡Hasta mañana chicos!

No puedo evitar la cara que llevo puesta, pues siento que le he ganado la batalla al obseso de mi tutor, pero al ir caminando junto a él hacia la salida del campus, noto como su mano se enlaza en mi cintura y atrae mi cuerpo más cerca del suyo, dejándola posada en ese lugar. Le miro sorprendida y veo que sonríe, aunque yo ya no lo hago.

-Pensaba que los japoneses no soléis tocar mucho… –le recrimino algo incómoda.

-Pues no, pero tú eres española y el contacto entre novios es más habitual, ¿no?

-Sí, pero tú eres japonés, así que no quiero que te sientas violento o incómodo.

-Tranquila, no lo hago –me dice con esa sonrisa que usa y no sé qué demonios significa.

Ya no camino detrás de él hacia el metro, ahora lo hago pegada a él, como verdaderos novios. Es ridículo, lo sé. No sé a quién quiere convencer que somos una pareja a punto de pasar por el altar…

Llegamos a casa y lo primero que me apetece es tomar una ducha de agua caliente y estar sola. Me pongo el diminuto kimono que me regaló y salgo del baño. Takeshi está sentado sobre un cojín mirando hacia el ventanal que da al jardín. Parece en calma y pensativo al mismo tiempo.

-¿Qué me vas a enseñar hoy? –le pregunto sacándole de su ensimismamiento.

-¿Ya conoces los kanjis?

-Ken nos ha enseñado los primeros ochenta. Dice que así empiezan los niños…

-¿Y los recuerdas todos?

-Sé los números del 1 al 10, el 100 y el 1000; arriba; abajo; a la izquierda y a la derecha; grande; pequeño; mes y luna; día y sol… Me lio un poco con el de montaña, arboleda y campo de arroz.

-Demuéstralo.

Me siento a su lado y dibujo los kanjis que sé. Dos rayas horizontales, una sobre otra, para el uno; una raya simple y dos superpuestas para el dos; dos rayas simples y dos superpuesta para el tres y así hasta acabar con lo aprendido.

-¿Cómo se escribe Sumire en kanji? –pregunto con curiosidad.

Él coge mi pincel y dibuja:         紫色

-¿Y Takeshi?        武士 

-¿Tienen algún significado?

-Takeshi simboliza la fuerza, la inflexibilidad; se refiere a un guerrero, un samurái. Sumire expresa pequeña alegría o pequeño amor.

-Vaya…

Me quedo pensando.

-¿Sabes los pronombres personales? –continúa.

-Yo “Watashi”, tú “anata”, él “kare”, ella “kanojo”, nosotros “watashi tachi”, vosotros “anata tachi” y ellos “karera”.

-¿Cuál es el verbo volver a casa?  –me pregunta.

- “Kaeru”.

-¿Y hablar?

-“Hanasu”.

-¿Cómo dirías “No volveré a casa hasta que no hable japonés”

-Watashi wa kaeru ie made hanasu nihongo.

-Estás traduciendo palabra por palabra… Primero el pronombre, luego el nombre, el verbo, la preposición, el nombre y el otro verbo –me corrige-. En realidad sería… “Watashi wa nihongo o hanasu made ie ni kaerimasen”.

-Pues bien. Si hacéis como en inglés ya me dirás cómo voy a saberlo –digo totalmente frustrada.

-¿Cómo se dice “me gusta”? –vuelve a preguntarme.

-Sukide –le contesto orgullosa, pues lo que es memorizar se me da bien.

-¿Cómo dirías… “Takeshi, me gustas”?

-No lo diría –sonrío burlonamente.

-Pero si tuvieras que hacerlo…

-“Takeshi, watashi wa anata ga sukidesu”.

-Muy bien. También podrías decir “Takeshi ga suki”.

-¿Y si tuviese que decir “No me gusta Takeshi”?

-Entonces sería “Takeshi, watashi wa anata ga sukide wa arimasen” o “Takeshi-girai”.

Ya me duele la cabeza de tanta forma verbal; pronombre; preposición; conjunción... En japonés las terminaciones de los verbos cambian según sea la frase en pasado, presente o futuro y según sea en negación o interrogación. De esta manera debes memorizar todos los verbos y sus sufijos. Así no hay manera… Nunca aprenderé esté idioma… Aunque reconozco que su sonoridad es armoniosa.

Le pido a Takeshi descansar. De verdad que no entra nada más en mi cabeza hoy. Él se da una ducha y se pone sus pantalones para cocinar. Con la luz tenue del anochecer y la sutil iluminación del apartamento, la visión color sepia de Takeshi parece un cuadro que exige ser pintado y no puedo negarme. Cojo mis aparejos de dibujo y así en silencio me dedico a dibujar a mi tutor de japonés. Lo miro cien veces para no perder detalle de su anatomía y sus formas y él aunque ve lo que hago, no dice nada; continúa cortando y pelando verduras, mientras mi composición se va haciendo cada vez más hermosa. No es real. A Takeshi me lo imagino vestido de samurái en la oscuridad, tras una luna enorme brillante, como si fuera un personaje de animación, un guerrero de otro tiempo, con otras ropas y con otras normas de convivencia. Una especie de héroe del pueblo que lo libera de las injusticias y los villanos…




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