El tutor de japonés

Capítulo 17

Abro los ojos totalmente desorientada. No sé dónde estoy, ni recuerdo qué ha pasado, o cómo he llegado hasta aquí. Miro a mi alrededor y observo un cuarto oscuro; pequeño; cuadrado, sin ventana y con un horrible hedor putrefacto. En el techo una sucia bombilla me muestra el lugar donde he despertado, pero no lo reconozco. Me duele la cabeza. Observo mi hermosa vestimenta y entonces los recuerdos vuelven a mí. La fiesta de Kamakura; la vuelta en coche y la conversación con  Takeshi… Todo aquello me afectó profundamente, pero cuando me vi en volandas por un grupo de encapuchados que me tapaban la boca… Eso sí me perturbó. ¿Qué quieren de mí? ¿Quiénes son? ¿Tiene algo que ver Takeshi con todo esto?

Me levanto a duras penas. La habitación está en penumbra, pero tiene que haber alguna puerta en algún sitio, así que la busco a tientas. La mano se impregna de una sustancia pegajosa y asquerosa que hay por las paredes, pero me animo a continuar. Debo encontrar la salida y huir cuanto antes.

Siento que algo se me clava entre la carne. El precioso kimono de Aneko no es el outfit más adecuado para que le secuestren a una e intente escapar, así que empiezo a retirar piezas para aligerar mi cuerpo y encontrar la cosa que se me está clavando. Del interior del “obi”, de aquel lazo que me hizo hacia atrás, cae un objeto metálico que al chocar contra el suelo produce un pequeño escándalo. Lo cojo y lo acerco a la sucia bombilla y descubro un puñal, uno de esos antiguos, con funda. ¿Por qué Aneko me metió un arma cuando me vistió? ¿Sabía que esto iba a pasar? ¿Cómo?

Me concentro en buscar la puerta, pero no hay pomo, ni cerrojo, ni hueco para la llave. Desde luego no se puede abrir desde el interior… Lo que me provoca una angustia todavía mayor. Vuelvo a mirar la habitación para ver si se me ha escapado algo, pero para mí desgracia no es así; no hay absolutamente ningún agujero por el que escapar. De repente oigo el gruñido de la puerta al abrirse. El ruido que ha hecho el cuchillo ha podido alertar a mis cautivos. Tras el portón aparece una bestia inmunda que me sonríe con una boca negra que da asco. Es un hombre japonés. Está sudado y sucio y lleva una camiseta de tirantes que en un pasado era blanca, pero que ahora está llena de mierda, y unos pantalones negros sucios y hechos girones, como de artes marciales. Se adentra a mi cubículo y yo por instinto me retraigo hacía atrás. No sé qué intenciones tiene, pero a mí no me parecen buenas, así que no quiero que ni me toque.

-Mö okimashita ka? (¿Ya despertaste?) –me dice con una voz totalmente rota.

-Do you understand English or Spanish? (¿Entiendes inglés o español?) –le pregunto yo.

Creo que ninguno los dos nos hemos entendido, porque el hombre ya no contesta. Ahora sonríe, con una de esas sonrisas que te ponen los pelos de punta. Se acerca todavía más a mí, y en un momento de angustia y terror, saco el puñal de Aneko; lo desenfundo y se lo clavo en el abdomen. El hombre grita y yo salgo corriendo sin mirar atrás.

Me encuentro arrastrando el kimono interior como puedo por unas galerías que parecen las de un barco. Todo es de metal y está oxidado y sucio. Los gritos del hombre al que apuñalé reverberan en aquellos pasillos y oigo pasos que se acercan. Me escondo y cuando veo cómo pasan hasta cuatro hombres más, salgo de mi escondite y sigo corriendo. Pretendo encontrar la salida y mi instinto me dice que suba hacia arriba. Mi mente se ha creído verdaderamente que está en un barco o en un submarino, y sabe que la salida siempre irá hacía ese sentido, y no discuto; hago caso y continúo. Detrás de mí oigo pasos y más voces. Sé que me persiguen a mí y el pánico se agolpa en cada parte de mi cuerpo, pero no me detengo; no puedo hacerlo. Tengo que aferrarme a la esperanza de que saldré de ésta con vida… En mi afán de esconderme, entro en uno de los camarotes que tenía la puerta cerrada. Abrirla ha sido sencillo y tras meterme en su interior, vuelvo a cerrar. El corazón se me sale por la boca.

-Anatahadare? (¿Tú quién eres?) –oigo una pequeña voz tras de mí.

Me giro y veo a un niño pequeño sentado sobre una alfombra jugando con animalitos de madera. Debe tener dos o tres años aproximadamente. Es muy lindo y la mejor imagen que me llevaré de aquel sitio si muero ahora mismo.

-Watashinonamaeha Violeta (Mi nombre es Violeta) –le digo al niño- Anata no namae wa nanidesu ka? (¿Tú cómo te llamas?)

-Watashinonamaeha Harudesu (Mi nombre es Haru).

-Nan-saidesu ka? (¿Cuántos años tienes?) –hago todo mi esfuerzo en recordar las principales preguntas de cortesía.

-Watashi wa chödo 2-nen o shimashita (Acabo de cumplir dos años) –me dice con su dulce carita y levantando dos dedos de su mano, formando una V.

Detrás de ese armonioso escenario un revuelo de hombres siguen buscándome y de pronto suena una sirena. ¿Será por mí? Me escondo detrás de un pequeño armario, tipo alacena, y le pido al niño, con toda la emoción que puedo canalizar en mi rostro, que necesito que esté en silencio y que no alerte a nadie de mi localización. La puerta se abre. Aparece tras ella un hombre extraño. No sabría decir su edad, pero parece mayor por su piel arrugada. Su cabeza está totalmente rapada y tatuada y sus ojos rasgados son fríos. No me gusta. Me escondo todavía mejor detrás de aquel pequeño mueble, mientras veo como el hombre y el niño hablan. Parece cordial con él.

-Kono atari de mishiranu hito o mita koto ga arimasu ka? (¿Has visto a alguna desconocida por aquí?)

Hasta que la mirada del niño se encuentra directamente con la mía y el extraño hombre me agarra del cuello.

-Anata wa watashi no mago o kuzutsukemashita ka? (¿Hiciste daño a mi nieto?) –me dice todo furioso mientras me saca de mi escondite.

-Nigongo ga wakaranai! (¡No entiendo japonés!) –grito con todas mis fuerzas.

-O~! Ïe? (¡Vaya! ¿No?)

Me saca de aquel camarote con fuerza y rabia, mientras yo continuo mirando a la cara del niño. No sé porqué no quiero mirar a otro lado; me aferro a su vida como propia, porque algo me dice que la mía está a punto de acabar.




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