El tutor de japonés

Capítulo 20

Mi vida ha cambiado en sobremanera. De repente me he convertido en una adulta con responsabilidades que atender; un trabajo y una “familia” a la que cuidar. Nunca me lo hubiese imaginado. Mi tarea en el departamento de creatividad editorial se está desarrollando de maravilla. Me encanta trabajar en esto y me encanta hacerlo rodeado de mis compañeros. Ahora mismo estamos en pleno proceso creativo de un nuevo personaje de manga que queremos dar a conocer próximamente. Alguien dijo alguna vez que si tienes la suerte de trabajar en lo que te gusta, el resto de las cosas de la vida vienen rodadas y no debe estar tan equivocada esa persona, pues de pronto vivo en una mansión, con todo lujo de detalles; tengo servicio y un Rolls-Royce Coupé aparcado en la puerta, que me lleva a la Torre Chuo Minato todas las mañanas y me regresa a casa todas las tardes. Cuando vuelvo a la mansión Shinoda, Haru me espera como agua de mayo. Estoy totalmente enamorada de este niño; es un auténtico amor de criatura. Tiene tres años y pico y ya demuestra una valentía; un arrojo y unas ganas de comerse el mundo que me sorprende. Le gusta mucho pintar con las manos y hacer figuritas de papel. Yo creo que será un artista, siempre y cuando los negocios familiares no le lleven por otros derroteros… La cosa es que lo que hagamos le ilusiona y se empeña en hacerlo lo mejor posible. Siempre está motivado y dispuesto a jugar; a sacar sus animalitos de madera y a colorear la alfombra y las paredes de su cuarto. Cuando llego del trabajo nos vamos al parque en bicicleta y hacemos un pequeño picnic sobre la hierba para merendar. Después nos subimos a los columpios o cogemos con las manos los peces de colores de las fuentes, y cuando ya hemos descargado toda esa adrenalina, nos juntamos con el resto de niños que vienen del vecindario, mientras yo hablo con mi padre y le cuento cómo me va. Resulta muy agradable. Haru habla muy a menudo con él y entre los dos le hemos enseñado algo español y alguna barbaridad que en tierras orientales no se da. Ambos se han cogido cariño, pese a la distancia; Haru le llama abuelo Pablo. Al volver a casa nos bañamos juntos en mi enorme bañera y preparamos la cena. Ima nunca está dispuesta a dejarme la cocina, pero a mí me gusta cocinar y preparar platos sencillos para el niño; ver cómo se chupa los dedos y cómo intenta ayudarme a organizar la receta. Le gustan mucho los macarrones con tomate y la pizza con jamón y champiñones. Mi vida gira en torno a Haru. A excepción del trabajo y del rato al mediodía que voy al gimnasio, todo lo demás lo hago con él. Médicos; peluquería; burocracia; compras; diversión… Y tras tres meses aquí, Haru me llama “mamá”. Yo al principio le corregía, pero el niño siguió haciéndolo y al padre no pareció importarle.

Aiko no viene todas las noches a casa, pero sí muy a menudo. Cuando no va a venir me avisa y yo me organizo sola con el crío. Haru le quiere mucho, pero creo que tienen un problema de conexión. Por lo que he visto la cultura japonesa no es muy emocional que digamos, y las relaciones paternofiliares son un poco frías para una latina como yo, pero mi padre me educó de otra manera y ahí estoy yo para subsanarlo. Mi relación con él es sólo correcta. No somos amigos ni fingimos que nos llevamos especialmente bien, sólo pensamos en el bien de Haru, aunque a mí nunca se me olvida que no soy su madre. Al principio quiso que me hiciera pasar por su novia o algo así, ya que estaba viviendo en su casa, pero yo me negué categóricamente. No quiero involucrarme en una nueva farsa de ese estilo. Le insinué que dijera que trabajaba para él cuidando a Haru y nada más. Después empezó a llevar una vida un tanto desordenada. Muchas noches volvía borracho y con olor a perfume barato. Supongo que su duelo aún le hace daño y debe conocer a muchas ranas para encontrar de nuevo a su princesa. En el fondo me da pena, pese a lo retorcido de su plan. Esta noche ha vuelto a hacerlo. Me ha avisado que llegará tarde, pues algo en el “trabajo” se ha complicado, así que después de cenar, acuesto al niño y me dedico a leer un poco en el salón. Sobre las once de la noche el señor Satou, el jefe de seguridad de la mansión, me ha venido a comunicar que había una mujer en la puerta de la casa, en evidente estado de ebriedad y que venía gritando que quería ver a Aiko. Me pongo una chaqueta y salgo al jardín para hablar con ella.

- Buenas noches –le digo con un tono más maduro del que se espera por mi edad.

- ¿Tú eres la puta que me ha robado a Aiko?

- ¿Puta? ¿Robado? ¿Vienes a mi casa a estas horas para soltar por tu boca esas lindezas? ¿Sabes que hay un menor aquí dentro? Salí pensando que necesitabas ayuda, pero veo que lo que necesitas es pasar la borrachera que llevas. ¡Lárgate de aquí! Y cuando estés en condiciones, dile a Aiko lo que has venido a hacer.

-¡Aiko me ha dejado! –grita.

-¿Sí Pues aquí no está, así que lo que tengas que decir, díselo a él.

-Pensé que se casaría conmigo… -dice ahora llorando e hipando- Y ahora viene con que está enamorado de otra mujer. Una vulgar occidental…

No me conmueve lo más mínimo. Seguro que Aiko me ha utilizado para cortar su relación con esta mujer.

-Mira preciosa, no sé cómo te llamas y me imagino que hoy no está resultando un buen día para ti. Entiendo que Aiko te ha hecho daño, pero te aseguro que yo no soy tu enemiga. Ahora vete a casa y descansa. Mañana veras las cosas de diferente manera, te lo aseguro.

Me giro; le hago una señal al señor Satou y vuelvo a meterme en casa. Es la primera vez que pasa algo así. ¿Qué le estará pasando a Aiko? Decido consultarlo con la almohada e irme a descansar. Mañana intentaré resolver mis dudas, pero un ruido a altas horas de la noche me despierta. Me cubro con una bata y salgo de mi habitación. Compruebo el dormitorio de Haru y veo que el niño sigue durmiendo tranquilo, así que bajo a la cocina donde veo algo de luz, y al traspasar la puerta, me doy de bruces con un Aiko irreconocible. Está tirado en el suelo en un estado lamentable; el pelo alborotado y la camisa sacada del interior de sus pantalones, llena de manchas amarillas y rojas; la chaqueta del traje rota y tirada en el suelo, mientras el hombre que me salvó la vida sostiene un vaso en su mano de algo que huele a alcohol de hospital.




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