El tutor de japonés

Capítulo 25

Son las ocho menos diez de la tarde. Estoy en mi habitación, dentro de la casa del jefe de los Yamaguchi y estoy esperando que venga a recogerme. No sé en qué momento de mi vida decidí meterme en un asunto tan turbio, y porqué pensé que saldría bien, o que lo que hacía era lo correcto. Ahora estoy atrapada en su mundo, con él, y lo peor es que no sé si sus juegos son reales o sólo está probándome, pero me ha dejado claro que ahora no puedo retroceder; ni marcharme… Lo que daría por volver al principio y decirle que no a Yoshinori Watanabe.

Llevo un traje azul celeste de pantalón y chaleco largo, sin mangas y anudado a la cintura, con escote en solapa, que deja ver el top de banda, de raso blanco que llevo debajo, con unas sandalias blancas de tacón. Es verano y no quiero pasar calor, pero quiero llevar piezas que me sujeten, como el chaleco y el top, para que mi cuerpo no quede en evidencia frente al clan de los dragones rojos.

Cuando Aiko dejó esta mañana las oficinas de Editoriarukomikku, bajé a la segunda planta, que está repleta de tiendas de moda, y adquirí varios sujetadores, aunque tuve que dejarlos bien guardados en uno de los cajones de mi escritorio. Así me los pondré cuando llegue en las mañanas, hasta que el pervertido de mi casero quiera retirarme la sanción. No sé qué espera de mí en la reunión, ni cómo van a acogerme los miembros del grupo. Lo único que quiero es que esta pesadilla acabe ya, pero no sé cuándo, ni cómo voy a terminarla.

He dejado a Haru con Kaori. Todo está listo para que su padre y yo pasemos la noche fuera; lo único que falta es que venga Aiko, cosa que hace a las ocho en punto.

-Buenas noches, Violeta –me dice con su asquerosa sonrisa perpetua- Estás preciosa. Un traje muy adecuado… -dice estirando las palabras todo lo que puede mientras observa toda el área de mis pechos.

-Gracias –es lo único que digo.

Nos introducimos en el coche y en silencio avanzamos hacia la reunión. Advierto que vamos hacia el distrito de Shibuya cuando pasamos cerca del parque Yoyogi, hasta detener el automóvil frente al  Museo del Santuario Meiji. He venido en alguna otra ocasión. Es un lugar precioso con una arquitectura tradicional, envuelta por naturaleza, donde se guardan y se exhiben algunos artículos del Emperador Meiji y la Emperatriz Shoken, pero la verdad no esperaba que fuese el lugar de reunión de uno de los grupos de la yakuza. Aiko me ayuda a bajar del coche, mientras observo que hay más vehículos aparcados en los alrededores. Tengo un montón de dudas que me asaltan, pero no voy a preguntar nada. Avanzamos por las salas del precioso museo hacia el norte, donde se encuentra anexionada la Sala del Tesoro o “Yukazukuri”, un edificio de hormigón que nada tiene que ver con la belleza del primero. Supongo que es una fiel representación de Japón y la mafia japonesa, siendo Japón el hermoso edificio, y la mafia, el pegado y hormigonado.

Aiko me coge de la mano y me guía hasta una enorme sala, presidida por una enorme mesa ovalada. Él toma posición en uno de los laterales presidenciales, y yo me siento a su lado. Los demás escogen su sitio alrededor de Aiko, aunque no creo que sea de manera espontánea, supongo que tendrá que ver el rango y poder dentro de la asociación. Algunas camareras hacen acto de presencia y traen a cada uno de los miembros algo para beber. A parte de ellas, soy la única mujer y me siento terriblemente pequeña en ese ambiente. Todos los ojos rasgados que allí hay, miran hacia mi dirección y aunque en japonés, estoy más que segura de la pregunta que tienen todos en su mente: ¿Quién es ella?

-Gracias por venir –dice Aiko una vez que ve que todos se han sentado.

La camarera a la que han asignado mi silla me pregunta qué quiero beber. Es extraño, porque a los hombres nadie les ha sonsacado nada. Han servido algunos vasos de un líquido blanco y otros de un líquido rojizo, pero yo elijo vino blanco español, un “frizzante” de baja graduación en una copa. ¡Para chula yo! No suelo beber mucho alcohol porque enseguida me sube, y estoy segura que no es lugar para perder la cabeza, pero pienso que un puntito sí que estaría bien, más que nada para que mis piernas y mis manos dejen de temblar y mi mente se desinhiba un poquito.

-Algunos os preguntareis para que os he convocado –continúa Aiko-. Pues es momento de aclararlo. Quiero presentaros a Violeta, mi futura mujer y vuestra próxima jefa.

-¿Vas a volver a casarte? –pregunta uno de los asistentes.

-Sí, próximamente. En cuanto arreglemos algunos papeles… –dice mirándome de reojo.

-Pero… ¡Si es extranjera! –dice otro.

-Ya me había dado cuenta Byacuya–contesta Aiko-, pero es una extranjera muy peculiar. Es cierto que no tiene rasgos orientales, pero por sus venas corre sangre japonesa como en las nuestras, y una sangre mucho más noble que la tuya.

Ahora no tengo duda. Aiko sabe mi historia…

-¡Explícate! –preguntan casi al unísono los asistentes.

-Violeta es tataranieta de Noboru Yamaguchi, el hijo de nuestro fundador y segundo Kumicho de nuestro clan.

Ahora todos quedan en silencio de nuevo, y la mirada que me dirigen es diferente de la primera. Ahora adivino que deben pensar: ¡Es imposible!. Aiko se gira a mirarme también, y me sonríe, y como yo no digo nada, continúa:

-Supongo que todos sabéis que cuando murió Noboru, fue su ahijado Kazuo Taoka, quien heredó el papel de kumicho y engrandeció a nuestra organización, pero muy pocos saben que Yamaguchi sí tuvo hijos, en concreto una niña, Sayuri Yamaguchi. Lamentablemente, a la corta edad de doce años, fue violada por un soldado estadounidense tras la invasión de Japón y su preliminar derrota en la Segunda Guerra Mundial. El 11 de abril de 1946, 40 soldados estadounidense cortaron las líneas telefónicas de una zona residencial de la ciudad de Nagoya y simultáneamente violaron a niñas y mujeres de edades comprendidas entre 10 y 55 años. Fruto de esa violación, nace en enero de 1947 la nieta de Noboru, otra niña, Ume Yamaguchi, que es llevada a Italia y criada por unos familiares de nuestro líder, ya que Sayuri muere poco tiempo después debido a graves complicaciones. Ume ya era una simbiosis entre genética japonesa y yanqui. Se escoge Italia porque por aquel entonces Japón estaba sumido en una profunda crisis y hambruna, y porque nuestros países fueron aliados durante la guerra.




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