Tras aquella reunión, en la que todas las máscaras cayeron, Aiko y yo volvimos a la mansión Shinoda. Siempre, al entrar en la casa, el Sr. Satou, el jefe de seguridad, pone al capo al tanto de las cosas que han podido suceder en su ausencia, mientras yo me escabullo a la planta de arriba a poner en marcha mi plan. Cojo un camisón; limpio mi cara en el tocador y deshago el peinado que llevo, atusando de nuevo mi cabello para dejarlo desenredado y liso, y salgo pitando a la habitación de Haru antes que suba su padre. Allí utilizo el baño para hacer pis; quitarme el traje y colocarme la ropa para dormir. Haru duerme en un pequeño futón en el suelo, como buen japonés, y yo he dispuesto otro para cuando duermo con él, que coloco justo a su lado. Me introduzco y repaso mentalmente todas las cosas que se han dicho esta noche; las que se han descubierto de mí y las mentiras que yo he conocido… Vuelvo a pensar en Takeshi y lo enredada que me parece toda nuestra relación. Yo había venido a hacerle daño y él quería utilizarme para salvar a su amada. Somos un par de ridículos, bueno yo más que él, pues aunque ambas proezas estuviesen dictaminadas por hacer el bien, la suya me hizo daño… Y parece que la mía, también le dañó a él… Tenemos que aclarar todo esto. Pese a que me cueste volver a tenerlo delante, creo que es la opción más inteligente, así que mañana, en cuanto llegue a mi oficina tomaré el número de Aoi y la haré una llamada. Quizá no sea tarde para hacer un viaje a Kushiro...
Sayuri aparece en mis fantasías cuando un movimiento ajeno me saca del sueño y del futón donde duermo. Estoy levantada, aunque sujeta por otra persona. Abro los ojos y contemplo al hombre que me tiene elevada del suelo y presionada contra la pared. Le miro y le contemplo, pero no me atrevo a hablar. Los dos nos quedamos en silencio, fundiendo nuestros iris. No puedo creerlo; debe ser otra ensoñación. Me he debido quedar dormida y aparece en mis sueños el último pensamiento y la última persona que recuerdo… Takeshi está más mayor; más delgado y su pelo ahora sí luce largo y lacio, como recién sacado de un cómic japonés. Su rostro se muestra severo, sin luz, y con un halo de amargura que no recuerdo haberle observado antes. Sus manos están entrelazadas al contorno de mi cuello y veo cómo crece su furia cuando decide apretarlas aún más, hasta el punto que empiezo a tener problemas para respirar. Mis ojos le miran y le suplican que pare, incluso se anegan y las lágrimas se deslizan por mi cara hasta mojar sus manos, pero ni con esas desiste en su cometido. Creo que es el final. Takeshi ha decidido que debo morir ahora, ya que no lo hice hace un año. Y pensar que yo quería verle para aclarar lo que nos había pasado… Vuelvo a ser una ridícula y el destino vuelve a burlarse de mí.
-Por favor… -consigo mascullar.
Pero Takeshi está como ido. No responde a nada; está frente a mí y al mismo tiempo noto que está ausente, como en otro lugar, o en otro tiempo… Creo que ni siquiera me escucha; quizá ni me ve. Mi sentido de supervivencia, justo antes de desfallecer, crea una idea en mi cerebro y éste, sin demora, se dispone a cumplirla. Se trata de una fuerte patada en la entrepierna, cosa que hace que Takeshi suelte mi cuello y lleve sus manos a esa zona tan delicada de su anatomía. Absorbo una gran bocanada de aire mientras caigo al suelo de culo. Me deslizo cual serpiente por el suelo, serpenteando entre los objetos de la habitación, pero mi marido me coge del pie y me hace resbalar por la tarima hasta su presencia. Ahora la postura es horizontal, sobre el suelo. Yo respiro entrecortadamente y él que está sobre mí, aún gime de dolor.
-Veo que te aferras a la vida como un animal salvaje –me dice en perfecto castellano.
Esa voz hace que por dentro todo se contraiga y se expanda como si fuera el universo mismo el que me hablara. Violeta concéntrate en el ser y no en la emoción, porque ha estado a punto de quitarte la vida.
-Soy de viejas costumbres, ya me conoces… –digo con cierta ironía y en japonés.
Y empieza a reírse. Por fin veo algo de humanidad en su mirada, aunque quiera matarme.
-¿Aiko te ha enseñado japonés?
-No. Lo aprendí en España durante el último año.
Vuelve a quedarse callado y oscuro. ¿Qué pasará por su mente?
-¿Qué haces con él? ¿Eres suya? –me pregunta.
¿Suya? ¿Por qué me hace esa pregunta? ¿Cómo se atreve a preguntarme eso? ¡Yo no soy de nadie! ¡Maldita sea! Y menos de Aiko…
-Tú lo pusiste en mi camino… ¿Recuerdas?
-Sí… -dice, pero creo que la respuesta no era para mí, sino para sí mismo.
-¿Puedo levantarme? –pregunto.
El maldito camisón que me he puesto, uno de algodón sin mangas, corto y de cuello redondo, se ha retorcido en mi cuerpo, y una de las tetas está a punto de asomar por el hueco de la manga. Intento colocarme la prenda para ganar algo de soltura frente a él, pero no recordaba que la camiseta tenía un mensaje grabado, una chorrada que a Celia le hizo mucha gracia y me compró: “Romper en caso de emergencia”, como en las ventanillas de socorro de trenes y autobuses. Veo como la mirada de Takeshi se vuelve sibilina mientras observa la prenda que llevo puesta; sonríe y antes que pueda decir algo, la hace añicos con sus manos, quedándome únicamente con unas bragas de Doraimon frente a él.
-¡Qué haces! –protesto, intentándome levantar y apartarme del calor que emana su cuerpo.
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Editado: 31.05.2022