El tutor de japonés

Capítulo 27

Corro al armario donde tengo mi ropa y cojo de él unos vaqueros; una camiseta y unas “converse”. Casi me visto por el pasillo, yendo de nuevo a la habitación de Haru, donde ya sólo permanece el niño dormido. Sé que tengo que irme, pues mi vida depende de ello, pero no puedo hacerlo sin él; al menos sin decirle algo. Se lo prometí…

-Haru, cariño… ¿Estás despierto?

-Mmm…

-Mamá tiene que irse…

-¿Dónde vas?

-Voy a ver a una amiga.

-¿Y cuándo volverás?

-No lo sé…

-¿Puedo ir contigo?

-Tú padre se entristecería mucho si te llevo conmigo.

-Pero yo me entristeceré mucho si no me llevas contigo.

-Lo sé, pero prometo que volveré.

-¿Por qué te vas, mami?

-Porque tengo que buscar un sitio para nosotros y cuando lo encuentre volveré a buscarte, ¿vale?

-¿Lo prometes?

-Por supuesto, pero no debes contarle nada a papá porque es una sorpresa, ¿entendido?

-Entendido mamá. Ten cuidado y vuelve pronto a por mí. –me dice volviéndose a retorcer dentro del futón, cual crisálida de mariposa, para volver a encontrar la postura idónea y quedarse dormido.

Ahora sí me encamino a la primera planta. Todo el mundo anda ocupado buscando a Takeshi, así que no me resulta difícil meterme en el Rolls-Royce Coupé que suele llevarme a trabajar, aunque esta vez yo seré mi propia conductora. Sólo queda un guarda apostado en la cancela que da a la calle, y a éste le digo que Haru tiene algo de fiebre y que me he quedado sin antipiréticos, por lo que voy a acercarme a la farmacia de guardia más próxima. El hombre me mira con bastante recelo, por lo que sigo explicando que dado el revuelo en la casa, no creo que sea lo más inteligente mandar a un hombre que está buscando al intruso que ha roto la seguridad, para ir a comprar un medicamente infantil, que por otro lado me ha mandado hacer Aiko a mí.

-Ve a preguntarle, si quieres… -le digo para convencerle de mi historia- Está cuidando de Haru.

-No hace falta, señorita. Vaya y regrese pronto.

-Así lo haré.

Acelero el coche de manera apropiada al principio, pero las ganas de salir de allí me hacen apretar el pedal hasta el fondo, justo al salir de la mansión Shinoda. Espero no haber llamado demasiado la atención… No tengo ni idea del tiempo que durará la inconsciencia de Aiko, pero no deseo estar allí cuando se recupere. Tampoco sé dónde ir y tengo la ligera sospecha que el coche debe tener algún mecanismo de rastreo, dado el precio de la marca, por lo menos para no perderlo, así que decido dejarlo aparcado en las inmediaciones del Parque Central de Shinjuku, y coger la línea Oedo del metro, desde la parada Nishi-Shinjuku-Gochome hasta Shin-Okachimachi, en el distrito de Taito. Allí cojo el Tsukuba Express que me lleva hasta la estación Minami-Senju, ya en el distrito de Arakawa. No sé por qué he cogido esta dirección, pero algo me ha hecho venir hasta aquí. De los amigos que tengo, casi todos están relacionados con la imprenta y no quiero acudir a ellos, y menos meter en problemas a Kumiko, por lo que no la digo absolutamente nada, así si la preguntan por mí, su cara de desconcierto será natural.

Camino unas calles hasta que mi vista alcanza la hermosa y conocida pensión de Aneko. El tiempo parece haberse detenido; todo está igual. La hermosa arquitectura de madera; el hermoso jardín; el estanque; las flores... Son las seis y cinco de la mañana y no he dormido en toda la noche; estoy exhausta. Por suerte la verja ya está abierta y me dirijo al interior de la casa. Cuando atravieso la puerta corredera la veo. Sigue teniendo este porte aristocrático; esa elegancia propia de las geishas. Está preparando el té en su pequeña cocina; cargando una bandeja repleta de tazas, platillos y una tetera, y sus movimientos naturales tienen tanta armonía y vistosidad, que no puedo dejar de mirarla; es todo un espectáculo.

-Buenos días Aneko…

Aneko se gira y me ve, y la sorpresa que se lleva es tan grande, que la bandeja, con toda su porcelana, acaba en el suelo, haciendo un gran estruendo.

-¡Sumire…! –susurra.

A ella sí la permito llamarme de esa manera. No puedo contrariarla. Y aunque le diga lo contrario a Takeshi, seguro que también se empeña en llamarme así.

-¡Mi niña! ¿Estás viva o eres un fantasma que viene a buscarme?

Las lágrimas comienzan a rodar por el precioso pero cansado rostro de la mujer, mientras veo que se acerca a mí y se postra a mis pies.

-¡Por Dios, Aneko levanta! Estoy viva, te lo aseguro –le digo mientras la ayudo a incorporarse.

-¿De verdad que estás viva?

-Por supuesto.

Aneko no me pregunta nada de mi mejorado japonés; creo que ni siquiera se ha dado cuenta que es la primera vez que tenemos unas conversación ella y yo, pero no tiene importancia; nosotras nos hemos comunicado anteriormente de muchas maneras, aunque sin palabras de por medio.

-¿Cuándo has llegado? ¿Lo sabe Takeshi? Ese chico no está bien. ¡Nada está bien desde aquella noche!




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