El tutor de japonés

Capítulo 28

Cuando voy a salir del baño, después de ducharme de nuevo, me doy cuenta que en el gancho de la pared, está colgado como era habitual, el pequeño kimono que me regaló Takeshi, como obsequio de bienvenida. Es cierto que Aneko ha dejado las cosas como estaban, aunque tras más de un año, todo está perfectamente limpio. Decido ponérmelo porque no he traído más ropa que la que llevaba al salir, y cuando deslizo la puerta corredera, yo y todo mi alrededor retrocedemos a un bonito momento de mi vida, en el que no sabía de los tejemanejes del destino. Takeshi está cocinando algo que huele de maravilla, con su pelo largo sujeto en una coleta alta, como la que usan los samuráis; sus pantalones negros de lucha y su torso desnudo, invitando a deleitarme con los dibujos que le adornan. Me toma un instante resetear la parte racional de mi cerebro, el mismo que él se da cuenta que estoy de pie, semidesnuda y observándole.

-¿Te gusta lo que ves? –vuelve a preguntarme como tiempo atrás.

-No está mal… –comento.

-¿No? –pregunta con una apretada sonrisa.

Me acerco hacia el lugar donde sale el extraordinario olor a sopa de miso, y me cuelo entre los fogones de la cocina y el cuerpo de mi antiguo tutor de japonés. Una parte de mi feminidad se ha vuelto juguetona de repente, y contonea deliberadamente la musculatura de mis glúteos contra la pelvis de Takeshi, arriba y abajo; acercándose y alejándose... Él no dice nada, pero siento como su respiración se detiene. Entonces paso a realizar movimientos circulares, totalmente descarados, notando cómo Takeshi debe aferrarse con ambas manos a la superficie de la cocina.

-Sumire… -le oigo susurrar con una voz muy afectada- Me estás matando…

-¿Dejamos la sopa y pasamos directamente al postre? –Pregunto insolentemente, mientras acaricio mi pelo y me muerdo una uña- Creo que mi marido me debe una noche de bodas…

No sé en qué momento he decidido hacer y decir eso, pero siento el cuerpo arder bajo mi piel, y volver a tener a Takeshi para mí, en aquella cocina; en aquella sala; con la tenue luz del anochecer que entra por el ventanal… Creo que es la atmosfera más adecuada para tener mi primera experiencia, y no deseo tenerla con otra persona que no sea él, mi sexy tutor de japonés…

Takeshi deja la cuchara con la que removía el caldo y posa sus manos en mis caderas, una a cada lado. Se acerca más a mí, e introduce sus dedos bajo la tela del kimono, no encontrándose ninguna barrera más, y apretándolos contra la piel de mis nalgas. Pega su boca a mi oído y vuelve a murmurar.

-Te deseo tanto, mi amor…

-Pues aquí estoy –le digo.

Mi esposo gira mi cuerpo y me enfrenta a él, y acto seguido deshace el lazo del kimono, que cae por su propio peso hasta el suelo. Vuelvo a estar desnuda frente a esos ojos rasgados que me miran de una manera tan intensa, que hace que me sienta segura en cuanto a lo que estoy haciendo. Me sube a la superficie de la pequeña cocina; abre ligeramente mis piernas y se coloca entre ellas, justo pegado a mí; asciende sus manos, adheridas a mi cuerpo, y acaricia cada rincón de mi expuesta piel. Se detiene en mis pechos; los acaricia con las manos; los sostiene, y dedicándome una mirada de autorización, se mete en la boca uno de ellos y pincela con su lengua el sensible pezón, que sale totalmente excitado.

-Qué piel tan suave… -musita- Si supieras las veces que he soñado en saborearte y tocarte…

En mi interior algo se está removiendo de cintura para abajo. Las vibraciones de su voz reverberan dentro de mí y hacen que sienta una lluvia templada que va descendiendo. Sigue acariciándome cuando su boca decide saborear a la mía, y las lenguas juegan a tocarse. Su beso es tranquilo y seguro, como queriendo alargar el tiempo de placer todo lo que sea posible, pero también posesivo y hambriento. Mis manos por fin pueden tocar ese precioso torso lleno de músculos y tinta; marcas de vértebras y cuadritos abdominales, hasta que alcanzo la cinturilla de su pantalón y lo desciendo, dándome cuenta que Takeshi tampoco lleva nada debajo de ellos, y el saberlo me produce un calor asfixiante en el rostro. Los dos estamos desnudos y aunque nos hemos visto así anteriormente, ahora mis intenciones son totalmente diferentes, y sé que él desea lo que estamos haciendo, desde hace mucho más tiempo que yo.

El final de su abdomen es liso; suave; claro y lampiño; un auténtico placer tocarlo… Y cuando bajo más la mano, siento su falo ya preparado para entrar en mí. Encadeno mis pies alrededor de su talle, y acaricio su pequeño trasero con ellos, mientras noto como él me agarra del mío y lo acerca todavía más a él, quedando los dos tan cerca, que sólo le falta introducirse en mí.

-Takeshi… -le digo totalmente excitada, pero consciente de mi realidad- Debes ir despacio… Aún soy virgen…

Me mira con cara de asombro y un interrogante enorme en su mirada.

-¿En serio? Yo pensé que…

Sus palabras se detienen y dejan salir una expresión diferente. Si fuera transparente podría ver un sentimiento de satisfacción, estoy segura de ello, pero aun así prefiero confirmarlo.

-¿Te molesta?

-¡No! –me dice negando también con la cabeza- Al contrario… Eres legalmente mía y ahora lo serás físicamente… -me dice y yo siento como una nube en mi cerebro.

Mi cuerpo entrelazado al suyo, se mueve cuando sus manos sostienen mi trasero y nos lleva a ambos hacia el tatami. Recuerdo que eso no estaba el año pasado… Me posa despacio encima del suave y mullido futón; desciende mi espalda sobre él y me deja tumbada. Con sus suaves manos acaricia mis muslos por el interior y los entreabre ligeramente, para poder actuar con su lengua entre mis pliegues. Jamás me habían hecho un oral, claro, pero sentir su lengua suave, húmeda y sinuosa rozar mi carne una y otra vez, me lleva a la más dulce de las sensaciones. Takeshi lame, chupa y mordisquea todos mis tejidos y yo siento que la voz se me atora en la garganta. Algo se precipita dentro de mí y no sé qué es. De pronto siento como su lengua se introduce todavía más en mi canal, ese que todavía está sin estrenar. Entra y sale; entra y sale, insertándose cada vez más hacia dentro, y yo comienzo a gemir cada vez más fuerte. Sus manos tienen aprisionados mis muslos, para que el impulso de cerrarme no aparezca, hasta que una de sus manos se desplaza a mi vulva y uno de sus dedos sustituye a su lengua.




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