Llegaron las Navidades, y con ellas, el inevitable regreso a casa. Tres meses fuera parecían poco, pero también habían sido toda una vida. Volver a ver a mis padres, a mis amigos, aunque Clara no iba a estar porque se iba a Italia de vacaciones con su familia… Bueno, era raro. Mi casa, mi ciudad, lo que siempre había sido mi refugio, ya no se sentía igual. No sabía cómo explicar la sensación, como si la ropa cómoda que llevaba años usando de repente me quedara un poco ajustada. Pero abrazar a mis padres y ver a los de siempre fue como darle un abrazo al alma. ¡Qué falta me hacía!
No llevaba ni dos días cuando sonó el teléfono. ¡Andrés!
—¡Sofía! ¿Cómo estás? ¡Joder, qué ganas de verte! Estamos montando una cena de reencuentro con los del insti. ¡No puedes faltar! Sábado a las nueve, en la pizzería de siempre. ¿Te recojo y nos ponemos al día?
—¡Por supuesto! ¡Tengo ganas de darte un buen abrazo!
Sabía perfectamente que en esa cena me encontraría a Javi. Lo supe desde el momento en que acepté. Pero bueno, mejor enfrentarse al toro de una vez, ¿no?
Andrés pasó a recogerme, puntual como siempre, con esa sonrisa suya que lo iluminaba todo. Pelo rubio despeinado, ese aire de chico fuerte que siempre tenía, y por un segundo me preocupé de que volviera a cogerme en volandas como solía hacer. Por suerte, no lo hizo.
—¡Sofía! —me miró de arriba abajo—. Te veo distinta, como… más adulta.
—¡Anda ya, Andrés! —me reí, incómoda.
—Que sí, que sí. Bueno, cuéntame, ¿cómo te va por Mallorca?
Nos subimos al coche y empecé a soltarle la retahíla: que me había adaptado bien, que ya tenía un grupo de amigos, que las clases me gustaban pero que el ritmo era una locura. Él me escuchaba, con esa media sonrisa suya, hasta que cambió el tema.
—Y… ¿con Javi?
Suspiré. Sabía que vendría esa pregunta.
—¿Sabías que acabó en Mallorca? —le pregunté, casi como lanzando una prueba.
—Me lo dijo la última semana antes de irse. ¡Nos quedamos todos a cuadros! Pensábamos que iría a Valencia.
—¿Y te explicó por qué cambió de opinión?
—Sí, se hizo el interesante, ya sabes cómo es. Me dijo que había mirado salidas laborales y que Turismo tenía más futuro… Y que conocía a más gente allí. —Andrés me lanzó una mirada rápida—. Ya sabes, cosas de Javi.
—Sí… cosas de Javi. —Intenté sonar despreocupada, pero ambos sabíamos que no lo estaba.
—¿Lo has visto?
—Sí. —Mi tono fue más bajo—. Nos hemos encontrado. Y bueno, estamos… adaptándonos.
Bajamos del coche, y antes de entrar al restaurante, Andrés soltó la bomba:
—Por cierto, Sofía… Tengo novia.
—¡¿Qué?! ¡¿Y no me lo cuentas antes?! ¡Anda ya!
—Se llama Cata, y estoy que no me lo creo. Es majísima, te va a caer genial.
—¿Viene a la cena?
—No, paso de agobiarla con la tropa del insti. Además, hoy vamos a estar tan pendientes de ponernos al día que seguro que acabamos todos hablando encima del otro.
Entramos en la pizzería, y fue como si el tiempo se hubiera congelado en algún rincón de nuestros años de instituto. Abrazos, risas y ese ansia por contar lo que habíamos hecho en nuestras vidas, como si a todos nos urgiera soltarlo. Los de siempre, con nuestras bromas, nuestras miradas cómplices, aunque algo en el aire había cambiado. Y, sin embargo, algunas cosas permanecían exactamente igual. Sabía que esa noche, el reencuentro que más nervios me ponía no era con mis amigos… sino con él.
Javi no tardó en aparecer. Yo, prevenida, me aseguré de sentarme pronto, estratégicamente lejos para no tentarme a estar cerca y complicarme la vida. Pero cuando entró, fue como si todo el lugar se parara por un segundo. Empezó a repartir abrazos y besos a todos, uno a uno, y cuando llegó a mí, no me quedó más remedio que incorporarme un poco de la silla para no parecer borde.
—Hola, Sofía, ¿cómo estás? —su voz, esa maldita voz, cálida como siempre, y una sonrisa que era más bien un recordatorio de todo lo que había sido.
—Bien, Javi, ¿y tú? —le devolví la sonrisa, y le di esos dos besos que duraron medio segundo pero pesaron como toneladas.
—Vamos a decir que bien —me miró directo a los ojos antes de seguir saludando al resto.
"Vamos a decir que bien." Sonó esperanzador, ¿no? Parte de mí quería creer que era cierto, que estaba bien de verdad. Que habíamos sobrevivido a la tormenta.
Durante la cena, no hubo ocasión de cruzar miradas. Él se sentó seis asientos más allá, en la misma fila, pero lo bastante lejos como para que nuestros caminos no se cruzaran. Yo hablaba, reía, y en el fondo sentía ese tirón que inevitablemente me llevaba a él. Cuando terminó la cena, un grupo decidimos seguir la fiesta en un garito del centro, porque, claro, las noches no acaban a las doce.
De nuevo, Andrés y yo en el coche. Mientras conducía, me contaba lo encantado que estaba con Cata, y yo lo escuchaba mientras mis pensamientos se iban y venían entre él y Javi. Afuera, las luces navideñas iluminaban la ciudad, y me perdí un momento en ellas. Navidad siempre me ponía tontorrona. Esa mezcla de magia y familia, de risas y regalos, siempre me había encantado.
Editado: 11.05.2025