Llegaron los exámenes. Otra vez. Con su sobredosis de Ceregumil, los nervios, las ojeras y ese pensamiento constante de: "¿Cuándo acaba esta tortura?". Pero, al menos, esta vez iba más preparada. Concienciada, también. Me lo repetía como un mantra. Siempre dicen que las primeras veces son las peores, y la verdad es que mis nervios lo confirmaron. Esta vez lo tenía todo más claro... o eso me decía entre bostezo y bostezo en la biblioteca.
Menos mal que teníamos nuestros ratitos de desconexión en la cafetería con Lucía y las chicas de clase. Ahí hacíamos terapia, de la buena, sobre todo cuando empezaron a salir las notas. ¿Que cómo me fue? Pues mira, de doce exámenes, aprobé nueve. Nueve. Vamos, que ni tan mal. De esas, dos eran de libre configuración, tres optativas y cuatro obligatorias. ¿Y lo mejor? Solo me dejé once asignaturas para septiembre. Ironía, activada.
Lucía, que es muy lista, decidió que Psicología no era lo suyo y que el año siguiente se iba a matricular en Derecho. ¡Menudo cambio! Pero oye, cada una con lo suyo. Y para celebrar el fin del curso, organizó una salida con las compis de clase. Yo, por supuesto, no podía decir que no. ¡Había aprobado la mitad de las asignaturas de mi primer año! Entre la adaptación y todo, no estaba mal, ¿no? Modo autoconvencimiento activado.
El sábado le pedí a Eva que me dejara algo de su armario. Quería ir monísima de la muerte, y Eva tenía el vestuario más rompedor del universo conocido. Terminé con unos pantalones negros, una camisa blanca y una chaqueta de cuero que me daba ese toque de chica rebelde. ¡Y tan rompedora! Por si fuera poco, Eva decidió pintarme eyeliner en los ojos y los labios de rojo burdeos... No sé si me veía yo, pero sí que me ayudó a sentirme más segura. Se lo agradecí eternamente. Solo ella lograba darme ese empujoncito para sentirme fuerte.
Lucía llegó puntual a recogerme a la resi con el resto de las chicas. Fuimos a cenar a un chino, y luego salimos por una zona diferente. Un lugar más pijo de lo que solía frecuentar, pero bueno, yo me adapto a cualquier sitio. Ahí estábamos, listas para darlo todo.
Empezamos en un bar que se llamaba “La bolsa”. Tenía un sistema curioso: el precio de las bebidas subía o bajaba según la cantidad que pedían los clientes, como si fuera la bolsa de Wall Street. Claro, mal asunto para las que como yo no bebemos mucho. En fin, me subieron los chupitos más rápido de lo esperado. Y ahí empezaron las risas, la verborrea... y mi habilidad especial para no parar de hablar.
De repente, alguien me tapó los ojos. Sí, lo sé, ya sabes quién era. Exacto. Javi. Mi... bueno, mi ya no Javi. Javi a secas. Después de dos meses sin verle, allí estaba. Y yo, en mi estado verborreico y con dos chupitos de más…
—¡Javi! ¡Qué alegría verte! —Exclamé sin poder contenerme, lanzándome hacia él con un abrazo que, a juzgar por su cara, lo tomó por sorpresa. Me separé lo justo para mirarlo, y con una emoción contagiosa, giré la cabeza hacia Lucía—. ¡Lucía, mira! ¡Javi, del insti!
Lucía, con los ojos brillantes por los chupitos y la emoción del momento, le dio dos besos efusivos como si fuera el reencuentro del año. Apenas intercambiaron unas palabras antes de que ella volviera a perderse entre las chicas, dejándonos a Javi y a mí en medio de una mezcla de incomodidad y familiaridad.
Javi me miraba con esa sonrisa suave, ladeada, como si el tiempo no hubiera pasado, como si los últimos meses no hubieran cambiado nada.
—Vaya, me alegro de que te alegre tanto verme —dijo con una calma que contrastaba con mi explosión de entusiasmo.
Su tono me hizo reír un poco nerviosa. Me coloqué el mechón tras mi oreja, sintiendo cómo me temblaban ligeramente los dedos.
—Pero, ¿cómo no me voy a alegrar? Javi, de verdad, qué cosas tienes. —Le di un golpecito en el brazo, intentando disimular lo extraño que me hacía sentir verlo otra vez—. ¿Estás solo? ¿Con quién has venido? —Me mordí el labio mientras miraba a sus espaldas, y antes de poder evitarlo, añadí—. ¿Me tengo que esconder de Susana?
El silencio entre nosotros se volvió un poco denso, aunque él mantuvo la sonrisa. Su mirada bajó por un segundo antes de volver a encontrarse con la mía.
—Ni tenías que esconderte antes ni ahora. O ahora menos. Ya no estamos juntos.
Me quedé helada, las palabras flotando entre nosotros como si el aire se hubiera vuelto más pesado. Intenté reaccionar rápido, pero sentí que la cara se me calentaba, como si me hubieran pillado en falta.
—¡Javi! ¡Cuánto lo siento! —Solté de golpe, llevándome una mano al pecho como si eso pudiera aliviar la incomodidad. Él alzó una ceja, divertido—. Jo, ¿estás bien? O sea... —Ya me estaba atropellando con mis propias palabras—. Si necesitas una amiga para hablar, puedo ser tu apoyo... —Intenté sonar seria, incluso madura—. Recuerda que estudio Psicología, así que practico mucho la escucha activa, y la empatía, ya sabes, es muy importante para comprender lo que siente el otro, para crear un espacio seguro donde puedas desahogarte, sin juicios ni interrupciones, solo dejar que fluyan tus pensamientos y que yo te escuche de verdad, como una amiga que está aquí para ti, para que te sientas acompañado, porque a veces solo necesitamos a alguien que realmente nos escuche y...
Javi soltó una carcajada, esa risa que me desarmaba, y de pronto me di cuenta de que estaba soltando un monólogo sin darle ni un respiro.
—¿Escucha activa, Sofía? Si no dejas de hablar... —dijo entre risas, sacudiendo la cabeza, sus ojos brillando de puro entretenimiento.
Editado: 11.05.2025