¿Libertad? Ja. En cuanto crucé la puerta de casa, después de los abrazos, las risas y la ilusión de volver tras dos meses lejos, mi madre me soltó la bomba:
—Sofía, cariño... Tu padre y yo no llegamos. En el trabajo me preguntaron si conocía a alguien que pudiera echarme una mano este verano, que va a estar fuertecito, y les dije que sí. Pensé en ti. Tendrías que pasar a firmar el contrato mañana.
El mundo se me vino encima. No por el hecho de trabajar, nunca me ha importado ganarme el pan, sino porque ya tenía todo mi verano planificado: los estudios, la semana con Clara… ¡Mi verano! Pero con la mejor de mis sonrisas le agradecí el esfuerzo a mi madre.
—Claro, mamá, mañana mismo firmo. ¿Voy a tener el mismo horario que tú?
—Sí, claro, trabajaremos juntas.
Y ahí estaba yo, imaginándome el “verano de ensueño”. Mi madre limpiaba apartamentos. Un trabajo durísimo, más aún en verano, con el calor, mientras todo el mundo disfrutaba en la playa o la piscina. Nosotras íbamos a estar limpiando de 9 a 16 de la tarde, rodeadas de turistas.
Me fui a mi cuarto con una resignación que me pesaba más que el calor de julio. Me senté frente al escritorio, saqué mi planning, y reorganicé todo. Estaba claro que no me daba la vida para sacarme todas las asignaturas pendientes. Era imposible, a menos que de repente me convirtiera en un cerebrito... y no era el caso. Al menos, Javi estaba en Alemania. Eso me ahorraba una distracción importante, quizá la más importante.
Le escribí una postal a Clara. Le conté el panorama, que mis planes de pasar todo el tiempo con ella se habían ido al garete, pero que las tardes serían nuestras, sí o sí.
El 1 de junio empezó mi nuevo “trabajo soñado”. La primera semana fue brutal. Miraba a mi madre y no entendía cómo podía estar feliz. Ahí, con sus cascos, escuchando música como si su cuerpo estuviera en piloto automático, pero su mente... en otro planeta.
Yo, por mi parte, me encabroné con todo. ¿Cómo podía la gente ser tan cerda? ¡Era alucinante! ¿Hacían lo mismo en sus casas? Me hervía la sangre. Pero con los días, viendo a mi madre, entendí que enfadarme no servía de nada. Así que me traje mis walkmans, me puse a The Cranberries en bucle y empezamos a repartirnos las tareas: tú las ventanas, yo las camas; tú el polvo, yo el suelo; tú el baño, yo las sábanas... Y así, sin darnos cuenta, pasaban los días. No volaban, pero al menos se movían.
Un día, después del trabajo, metí la mano en el buzón y me llevé una sorpresa: ¡dos postales! Clara estaba desatada, enviándome postales a pares como si el cartero fuera su nuevo mejor amigo.
Me duché, me tumbé en la cama con el ventilador zumbando a tope y cogí las dos postales. La primera, con la letra inconfundible de Clara:
¡Sofí!
No te preocupes… Estoy segura de que las horas que estemos juntas las aprovecharemos al máximo. ¡Qué ganas de verte y contarte de todo! Queda una semana: tic, tac, tic, tac!
XX Clara
Sonreí. Clara, siempre tan positiva, siempre tan Clara. Pero… madre mía, tenía que pensar en algún plan pronto. Entre el trabajo y el calor, mi mente estaba en blanco, pero no podía decepcionarla. Me quedé mirando al techo un rato, pensando en lo que podríamos hacer. Segunda postal.
Hola Sofía,
En Alemania hay muchos alemanes. Me lo figuraba. Es un idioma muy cabrón, pero no va a poder conmigo. Te mando un abrazo.
Javi.
Una postal de Javi. No me la esperaba en absoluto. Mi corazón dio un pequeño vuelco, de esos que intentas ignorar pero ahí están, haciéndote sentir de todo. La cogí entre mis manos, dándole vueltas. ¿Por qué me enviaba una postal? Después de todo… yo fui quien cortó con él, quien puso fin a lo nuestro. Pero aquí estaba, con su humor seco y directo, como siempre.
Me quedé mirando su letra, y por un momento sentí que estaba ahí, conmigo. Era raro. Habíamos pasado por tanto… y, aún así, una simple postal podía hacerme dudar de todo. Me sentí idiota, como si con esas pocas palabras se hubieran reabierto heridas que pensé que ya estaban cerradas.
"Te mando un abrazo", había escrito. No me había dado cuenta de cuánto extrañaba sus abrazos, su forma de hacer que todo pareciera menos complicado. Sus silencios, sus miradas. ¿Por qué demonios una postal insignificante me hacía sentir así? Dejé caer la postal sobre mi pecho y cerré los ojos. Sabía que no era tan simple como echar de menos a un amigo. No. Era mucho más.
Me di la vuelta en la cama, con las dos postales a mi lado, y me prometí que, pasara lo que pasara, no iba a dejar que una simple postal de Javi me descolocara. Ni un poquito. Pero sabía que, por dentro, ya lo había hecho.
Llegó el viernes de la llegada de Clara. Por suerte, aunque los sábados por la mañana me tocaba currar, los domingos los tenía libres, así que dejé que Andrés se encargara de los planes. Ese mismo viernes, nos invitó a un grupo de amigos a una casa que cuidaba y que, esa noche, estaba libre. Planazo.
Cuando Clara y yo nos vimos, corrimos la una hacia la otra como si no hubiera un mañana, gritando como locas: "¡Aaaaaaaaah!" Nos dimos un abrazo superfuerte, de esos que te estrujan los pulmones, mientras los grititos poco a poco se iban apagando.
—Ay, Clara, qué fuerte... Te veo más mayor. ¿Has crecido? —le dije, medio en broma, mientras ella me daba un codazo.
Editado: 11.05.2025