Estaba metida de lleno en mis apuntes, con esa mezcla de entusiasmo y necesidad de sentir que tenía control sobre algo, cuando de repente apareció Eva, por sorpresa, rompiendo mi burbuja de concentración.
—¡Vamos! —dijo, con esa sonrisa traviesa que siempre me arrastraba—. ¡Pilla la chaqueta, que nos vamos! A que nos dé el aire, tía, que te va a salir humo de la cabeza de tanto estudiar.
—¡Eva! —grité y me abalancé a ella para abrazarla—. Pero, ¿cómo has entrado? No he escuchado ni el interfono ni el timbre.
—¡Normal!. Con lo concentrada que te veo…
No me dio tiempo a procesarlo. Era imposible decirle que no a su energía, aunque por dentro llevaba semanas sintiéndome como una extraña. Cogí la chaqueta por inercia y me levanté de un salto, como si sus palabras fueran un motor que encendía algo dormido en mí.
—¡Disparada que voy! —respondí dejando los apuntes a un lado sin siquiera terminar lo que estaba haciendo. Necesitaba ese respiro.
Nos dirigimos a un bar pequeño, uno de esos donde puedes esconderte del mundo, con luces suaves y el bullicio justo para sentirte acompañada sin estar rodeada. Pedimos algo para beber, y Eva, como siempre, fue directa al grano:
—Venga, suéltalo. Sé que algo te pasa. No me hagas el resumen rápido que te conozco.
Suspiré, apoyando la espalda en la silla, sintiendo que, por fin, podía bajar las defensas. Porque con Eva todo era más fácil, pero aún así, no quería soltar la bomba de golpe.
—Pues... —empecé, mientras jugueteaba con el borde de mi vaso—. Estoy hecha un lío, para variar. Javi me tiene en un punto en el que no sé si voy o vengo. Un día parece que le importo, me mira como si fuera la única persona del mundo, pero luego... que si se echa novia, que si tiene ligues... Me tiene descolocada, y no sé qué hacer. Para colmo, he conocido a Víctor, que parece el chico ideal, pero mi cabeza sigue en Javi. Y... encima, mis compañeras de piso...
Ahí fue cuando noté que todo lo que llevaba dentro empezaba a desbordarse. Lo de Javi era un lío, pero lo que realmente me estaba afectando era esa sensación de soledad que había estado guardando. Me recosté un poco más, evitando la mirada de Eva por un segundo.
—Es que no tengo nada que ver con ellas. Mis compañeras de piso son... no sé, como de otro mundo. No encajo. Todo el día están con sus cosas y siento que no pinto nada allí. Echo muchísimo de menos la residencia. El ambiente, las risas, la gente. Era como... como estar en casa. Aquí me siento tan... sola.
Eva me miró, sin soltar palabra, pero con esa expresión que decía que lo entendía todo, más de lo que yo misma me atrevía a decir en voz alta.
—¿Sabes lo mucho que se nota que no estás en la resi? —me dijo, mirándome con esa mezcla de comprensión y determinación que solo ella podía tener—. No eres solo tú la que lo extraña. Te echan de menos, tía. Yo te echo de menos.
Sus palabras me llegaron más de lo que quería admitir. Notaba que algo me faltaba, pero no esperaba escuchar que, en el fondo, los demás también lo sentían.
—Ay, tía, no sabes lo que me dices —contesté, sintiendo ese nudo en la garganta que no quería dejarme en paz.
Y entonces, como quien suelta una bomba con la misma facilidad con la que pide un café, Eva dijo lo que nunca me habría esperado:
—Pues, ¿sabes qué? El año que viene nos vamos a vivir juntas. Así de claro. Ni tú ni yo necesitamos sentirnos solas. Nos buscamos un sitio y ¡a vivir!
Exploté. Literalmente exploté de emoción. En un segundo ya estaba abrazándola como si acabara de salvarme la vida. Y en cierta forma, lo estaba haciendo.
—¡¿En serio?! —le dije, con una sonrisa tan grande que me dolían las mejillas—. ¿No me estás vacilando?
—Te lo digo en serio —respondió, devolviéndome el abrazo—. Vamos, que la próxima vez no te vas a librar de mí ni aunque quieras. Llevo dos años en la residencia y estoy harta de tirarme a los tíos en sus camas. ¡Exijo tirármelos en la mía!
Nos reímos y seguimos abrazadas por un momento más. Esa sensación de alivio, de tener a alguien que entiende tus pequeñas crisis y te da una salida, era justo lo que necesitaba. A veces, la vida te da ese empujón cuando menos te lo esperas, y Eva siempre había sido ese empujón en mi vida. Sabía que, con ella, todo sería más fácil. Y por primera vez en mucho tiempo, no me sentí sola.
Había pasado prácticamente un mes desde la fiesta de cumpleaños de Diego, y la verdad, alguna vez me pasaba por la mente Víctor. Me acordaba de su sonrisa, de cómo me había hecho reír toda la noche, y de ese buen rollo que parecía envolvernos sin esfuerzo. Pero había un pequeño detalle... no tenía ni idea de cuándo lo volvería a ver. Nos habíamos ido de la fiesta sin pasarnos nuestros números de teléfono, ni una dirección, ni una señal de humo, ¡nada! De él solo sabía que estudiaba Biología. Vamos, que ni siquiera había opciones de encontrármelo por casualidad en mi facultad.
A veces me preguntaba cómo el destino podía ser tan cruel. Ya estaba resignada a la idea de que aquello había sido un cruce de caminos fugaz. Un “qué podría haber sido” más para la lista. Pero, claro, como siempre, cuando menos te lo esperas... ¡pum! Ahí está, el destino poniéndote a prueba otra vez.
Fue en la parada del bus universitario, esa mañana gris y anodina en la que ni siquiera había reparado en que la vida me tenía preparada una sorpresa justo el día en que me quedé dormida y me perdí la primera clase. Me planté en la parada, distraída, con la mente en otro sitio, cuando escuché mi nombre.
Editado: 11.05.2025