El último aleteo de mis mariposas

13

El primer fin de semana en Mallorca lo abracé con todas mis fuerzas. De verdad, lo necesitaba como el aire. Después de esa primera semana en la universidad, en la que todo se me había hecho cuesta arriba, me daba cuenta de que las vacaciones eran geniales, sí, pero la resaca vacacional era un castigo. Pasar de la tranquilidad de casa a la rutina de clases, con los profesores lanzando trabajos como si fueran confeti, era un golpe brutal. Así que el sábado por la mañana, con el alma pidiendo un poco de vida social, me planté en la residencia y solté con el mejor ánimo posible:

—¿Quién se viene a desayunar?

Pero lo que me encontré me dejó ojiplática. Ni respuesta, ni entusiasmo. Era como si hubiera entrado en una zona fantasma. Elena estaba en pleno modo marmota, sobando como si el mundo se acabara y ella necesitara toda la energía posible para sobrevivir. Vicente, el gruñón, ni siquiera estaba: había huido a un pueblo de la isla para pasar el fin de semana con unos familiares. Y luego, los demás… ya habían desayunado. ¿Cómo era posible? ¿Acaso había cambiado la ley universal de los fines de semana y no me había enterado?

Por suerte, siempre podía contar con Eva, la inagotable, la motivada, la amiga que nunca fallaba. En cuanto me vio, su cara se iluminó y dijo:

—¡Yo me apunto!

Salimos ambas de la resi cogidas del brazo como dos abuelas, pero con toda la energía que solo nuestra juventud nos daba. Eva y yo éramos como dos fuerzas de la naturaleza cuando estábamos juntas, siempre listas para comernos el mundo... o, en este caso, para comernos un buen desayuno lleno de azúcar. Mientras caminábamos hacia la cafetería, no pude evitar soltar:

—Eva, necesito mucho azúcar. Estas Navidades han sido muy familiares, que bien, pero… acabo de darme cuenta de que he hecho vida de monja de clausura.

Eva me miró con una mezcla de curiosidad y risa contenida, esperando a que continuara, porque sabía que detrás de esa confesión venía algo jugoso.

—A ver, ¿qué ha pasado? Cuéntamelo todo —me animó.

Y ahí, en mitad de la calle, mientras el sol de la mañana mallorquina empezaba a desperezarse, le conté toda la movida con Javi y Víctor. Desde los no encuentros con Javi que me dejaban hecha un lío, hasta el momento patético con Víctor y su novia sorpresa, Raquel, que había arruinado por completo cualquier fantasía que me hubiera montado durante las vacaciones. Todo, absolutamente todo, se lo conté. Y Eva, siendo Eva, me escuchaba con esa sonrisa cómplice, como si ya supiera el final antes de que yo lo dijera.

—Tía, bienvenida al club —dijo Eva con una sonrisa cómplice, como si acabara de iniciarme en un mundo secreto—. Esto es lo que hay. Los chicos son expertos en complicarlo todo. Créeme, llevo años en esto y ya lo he visto todo —Se acomodó en mi brazo, como quien va a dar una lección de vida—. A mí me han hecho de todo: el que desaparece sin decir adiós, el que te dice que solo quiere amistad y luego aparece con novia, y, por supuesto, el clásico como Víctor: el que coquetea a dos bandas como si no fuera evidente —Se rió con esa carcajada suya contagiosa—. Pero tranquila, tía. Lo mejor que puedes hacer es aprender rápido, no tomártelo tan a pecho y actuar igual. ¡Nos queda mucho mundo por recorrer!

—Lo peor es que yo... no sé, me lo creí —dije, sintiéndome un poco ridícula al admitirlo en voz alta—. Es como si me hubiera vendido una peli de final feliz y al final resultó ser una comedia absurda.

Eva estalló en una carcajada.

—¡Eso te pasa por montarte películas! Pero, ¿sabes qué? Ahora es el momento de hacer borrón y cuenta nueva. Javi está fuera del radar, y mantenlo así. Víctor es historia, y tú tienes todo este año por delante para disfrutar y centrarte en lo que realmente importa.

—Sí, tía, además es que los exámenes… Ya están aquíííííí… —dije, como si fuera Carol Anne en Poltergeist.

—¡Exacto! Y después de los exámenes: sal, baila, conoce gente nueva... ¡Vamos, que estás en Mallorca, tía! ¿Qué más se puede pedir?

Llegamos a la cafetería y nos sentamos en una mesa junto a la ventana. Pedimos dos desayunos gigantescos llenos de tortitas, croissants, zumo de naranja, té y, por supuesto, azúcar. Mucho azúcar. Estaba claro que necesitaba endulzar la vida después de todo el caos emocional que había vivido en las últimas semanas.

Mientras nos zampábamos todo, Eva seguía dándome su punto de vista, con esa mezcla de sabiduría y humor que solo ella tenía.

—Mira, Sofi, yo creo que Javi te va a seguir rondando en la cabeza un tiempo, pero eso no significa que debas dejar que te frene. Y Víctor... bueno, lo suyo es fácil. Olvídalo, y la próxima vez que lo veas, actúa como si nunca hubiera existido. No hay mejor venganza que la indiferencia.

—Tienes razón. Pero me da rabia haberme hecho ilusiones con él. Es que me lo pinté todo tan bonito...

—Tía, todos lo hacemos. Pero, ¿sabes qué? Es hora de cambiar el guión. Ahora tú eres la protagonista de tu propia historia, y esta vez vas a escribir el final como te dé la gana. Nada de chicos que te hagan dudar o te monten dramas innecesarios.

Le di un sorbo a mi té y asentí, pensando en lo bien que me hacía sentir tener a Eva a mi lado. Siempre sabía qué decir, y siempre me hacía ver las cosas desde otra perspectiva. Claro que el lío con Javi y Víctor no iba a desaparecer de un día para otro, pero tenía razón: era el momento de resetear, centrarme en mí, en mis estudios, y en disfrutar de lo que Mallorca tenía para ofrecerme.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.