Me presenté a diez exámenes y, después de todo el esfuerzo y las noches sin dormir, por fin empezaba a ver la luz. ¡Aprobé siete! Era como si, por fin, mis esfuerzos estuvieran dando sus frutos. Estaba subiendo mi media de asignaturas aprobadas, lo cual era súper motivante para mí. Pero no voy a mentir, había otra cosa que también me mantenía con la mente activa: Víctor.
Una de las mayores motivaciones que tenía al finalizar los exámenes era verlo de nuevo. Claro, había un pequeño problema: no nos habíamos pasado los teléfonos otra vez. Y ahí estaba yo, preguntándome cómo iba a suceder. ¿Vendría a buscarme a casa? ¿O esperaríamos que el destino nos cruzara de nuevo en algún lugar random, como la última vez? La incertidumbre me ponía de los nervios, pero también me emocionaba.
No tardé mucho en comprobar cómo se resolvería el asunto. Un día, mientras estaba fuera con Elena y Vicente, ocurrió lo inesperado. Al volver a casa, fue Teresa quien me dio la buena nueva.
—Ha venido un chico a dejarte una nota —me soltó con esa sonrisa pícara que le salía cuando olía una historia interesante—. ¿Es tu ligue o algo? Porque, si es así, te aviso que Pedro se va a poner súper triste. Justo me estaba diciendo que quería quedar un día para seguir conociéndoos.
En cuanto oí "Pedro", sentí cómo me recorría una incomodidad instantánea. Sin pensarlo, salté:
—¡No, no es mi ligue! —solté de golpe—. Es... más que eso. Hemos empezado a salir.
No sé por qué lo dije así, pero de algún modo sentía que era cierto. Víctor y yo no habíamos tenido "la charla", pero en mi cabeza, ya estábamos encaminados hacia algo más que un simple tonteo. Y, por nada del mundo, quería volver a pasar por lo que había vivido con Pedro. Dios mío, qué incomodidad de noche fue aquello...
Recogí la nota que Víctor había dejado. Tenía su número de teléfono, y con solo verla, me sentí aliviada. ¡Por fin! Ahora solo quedaba una cosa: llamarlo. Y ahí empezó el verdadero drama...
Me pasé un buen rato preparándome mentalmente para la conversación que iba a tener con él. "Vale, le preguntaré por los exámenes, cómo le han ido, si quiere que quedemos pronto...". Pero, claro, solo pensar en eso ya me ponía de los nervios. No quería sonar desesperada, pero tampoco demasiado fría. Tenía que encontrar el equilibrio perfecto.
Después de ponerme varias excusas para no llamarlo en ese momento (que si tenía que repasar algo, que si mejor después de comer, que si me temblaban las manos), por fin me armé de valor. Llamé.
El teléfono sonó. Una vez. Dos veces. Tres veces. Y entonces... nada.
No estaba en casa. ¡Ay, por favor! Me quedé mirando el teléfono como si fuera el culpable de mi frustración. ¿Qué hacía ahora? Bueno, lo único que se podía hacer en esos casos: dejar un mensaje.
—Hola, Víctor. Soy Sofía. Te llamaba porque recibí tu nota. Espero que estés bien, y... bueno, cuando puedas, llámame. Un beso.
Colgué. Me quedé mirando el teléfono como si fuera a sonar de inmediato, pero claro, no lo hizo. Ahora solo quedaba esperar. Los nervios seguían ahí, pero, al menos, ya había dado el primer paso.
Víctor no tardó en llamarme. Se notaba algo cortado por teléfono, lo que me hizo gracia porque, en el fondo, yo también estaba nerviosa. Era como si estuviéramos jugando a ver quién podía sonar más tranquilo, aunque por dentro nos moríamos de emoción. Parecíamos dos tontos, sonriendo todo el rato, y aunque no nos veíamos, estoy segura de que él también lo sentía. Después de algunas palabras torpes, me invitó al cine. Y, obviamente, le dije que sí.
Fuimos a ver la película "La sombra del diablo". Estaba nerviosa, claro, pero mucho menos que la primera vez que fui al cine con Javi. Con Javi, recuerdo haber estado temblando de los nervios, probablemente porque ya me tenía totalmente pillada y no sabía qué esperar. Con Víctor, en cambio, iba más relajada. Él ya me había dado más confianza en un par de fiestas que Javi en meses de tiras y aflojas. Todo fluía con más naturalidad. Y, lo que más me sorprendía, es que sentía que, con Víctor, no faltaría mucho para que diera ese paso que siempre me había costado tanto con Javi.
Después del cine, decidimos ir a un bar cercano a cenar algo ligero. Las horas volaron mientras hablábamos sin parar de todo: nuestros gustos, nuestras aficiones, las inquietudes que teníamos sobre el futuro. A mitad de la conversación, ni siquiera nos dimos cuenta de que el bar estaba cerrando hasta que el camarero nos miró con esa cara de “es hora de irse”. Nos reímos y decidimos que cada uno iría a su casa. Bueno, no sin antes una pequeña sorpresa por parte de Víctor.
—Oye, ¿te apetece cenar en mi casa mañana? —me dijo de repente, como si fuera la cosa más casual del mundo.
—¿Me estás diciendo que me vas a cocinar? —le respondí, divertida.
—Sí. Mi especialidad: espaguetis.
—¿Cómo voy a decir que no a eso? —le sonreí.
Al día siguiente, me planté en su casa a la hora acordada. Me recibió con sus ojos chispeantes y esa sonrisa picarona que tanto me gustaba. Su piso era... bueno, el típico piso de chicos. Práctico, con muebles mínimos y sin un solo cuadro o detalle decorativo que lo hiciera acogedor. Muy funcional, pero apañado. Me presentó a sus tres compañeros de piso, que estaban medio tirados en el salón, y luego me llevó directamente a la cocina.
Editado: 11.05.2025