Se acercaba el Día de las Vírgenes, y, como no podía ser de otra forma, Eva estaba en modo organizador.
—Oye, vamos al súper, que hay que aprovisionarse de profiteroles y moscatel —dijo con entusiasmo mientras revisaba la despensa.
—¡Ostras! Es verdad… Pero hazme un favor, ¿puedes pedir tú? La última vez que fui yo, pedí profilácticos en vez de profiteroles… —le contesté, poniendo los ojos en blanco.
Eva se quedó congelada por un segundo, y luego estalló en carcajadas.
—¡No puede ser! —logró decir entre risas.
—Sí, ríete todo lo que quieras, pero no sabes el bochorno que pasé. Así que te acompaño, pero muda. No pienso abrir la boca.
De camino al súper, le conté toda la historia con pelos y señales: cómo le expliqué al dependiente que los quería "de crema, nata o chocolate" y cómo no entendí por qué me miraba tan raro hasta que lo dije en voz alta. Eva lloraba de la risa mientras intentaba no tropezarse con las bolsas de la compra.
Una vez aprovisionadas, y con la nevera lista para el evento, Eva decidió cambiar de tema… como solía hacer, sin anestesia.
—Sofía, ¿te importaría si invito de vez en cuando a Víctor?
La miré, un poco desconcertada.
—No, para nada. Víctor y yo hemos quedado como amigos, puedes hacer con él los planes que quieras. Claro, faltaría más.
—Es que había pensado invitarle este finde a casa, a tomar algo.
Fruncí el ceño.
—¿Pero tiene que ser en casa? ¿No puedes invitarle por ahí? —pregunté, intentando sonar casual.
—Bueno… pensaba invitarle a él y a tus amigas Lucía y su compi de piso. ¿Cómo se llamaba? ¿María, no?
La miré fijamente, con una ceja levantada.
—¿Qué perra te ha dado con Víctor?
Eva suspiró, como si mi pregunta fuera ridícula.
—Es que me cae genial. Hacía tiempo que no tenía tanta complicidad con un chico.
Sorprendida, la miré de reojo. Eva no solía hablar así de chicos. A ella le gustaban los guapos, los típicos chicos "resultones", y Víctor no era ni una cosa ni la otra. Tenía mejores cualidades, sí, pero no encajaba mucho en el prototipo de Eva. Ella, por supuesto, captó mis pensamientos.
—A ver, Sofía, que Víctor no me mola, ¿eh? —dijo riéndose—. Solo que me encanta pasar tiempo con él. Me hace reír, hablamos de fútbol, compartimos gustos musicales… como un mejor amigo, ¿entiendes?
—¿Y no puedes hacer planes con tu nuevo mejor amigo por ahí? —pregunté, medio en broma, medio en serio.
Eva puso los ojos en blanco.
—Jolín, pensaba que después de veros en la fiesta tan de buen rollo… No sé, podríais tener una amistad guay.
—No es por él, Eva —respondí, más seria—. Es que no sé si recuerdas que convive con Javi. Y si invitas a uno y no al otro, Javi, conociéndolo como lo conozco, va a pensar que a través de ti yo no he querido invitarle. Y no quiero que Javi venga a casa. Si se supone que tengo que hacer mi vida y ayudarle a que haga la suya… ya me entiendes.
Eva asintió, dándose por vencida.
—Te entiendo. Está bien, no hay problema.
La noche empezó con Vicente, fiel a su tradición, llegando con un grupo de amigos para cantar Clavelitos. Nos asomamos al balcón para recibirlos, y luego subieron a casa a tomarse un chupito de moscatel y zamparse un profiterol cada uno. Edu, como siempre ajeno a este tipo de tradiciones, decidió encerrarse en su habitación.
Un rato después, escuchamos otro grupo en el pasillo, pero era una falsa alarma: iban al piso de enfrente, donde también vivían unas estudiantes. Apenas volvimos a sentarnos cuando, de nuevo, escuchamos la canción. Esta vez sí: al asomarnos, vimos a Víctor, Javi, Ignacio, Diego y compañía cantando a pleno pulmón, dándolo todo mientras se partían de risa.
Subieron como una manada de elefantes, ya bastante animados por todo el moscatel que llevaban encima. Víctor, como siempre, derrochaba buen rollo, y Javi estaba sorprendentemente animado, muy distinto a la actitud esquiva que tuvo en la fiesta de inauguración. De hecho, se dejó llevar tanto por el ambiente que volvieron a cantar Clavelitos en medio del salón, para carcajadas de todos.
Por unas horas, todo parecía estar en perfecta sintonía. Nos reímos, charlamos y compartimos ese momento como si no hubiera tensiones, ni hilos rojos, ni pasados compartidos. Me sentí ligera, casi feliz.
Esa noche, al acostarme, lo hice con una calma que hacía tiempo no sentía. Quizás, después de todo, que ambos convivieran no era tan mala idea.
Cuando el viernes llegué al piso después de clase, Eva ya estaba lista con sus planes y, como siempre, una energía incombustible.
—¡No te lo vas a creer! —dijo antes siquiera de darme tiempo a soltar la mochila.
—¡Hola! A mí también me ha ido genial el día, gracias por preguntar. ¿Y a ti? —respondí, poniendo los ojos en blanco mientras me dejaba caer en el sofá.
—Ay, Sofía, si se te nota en la cara que mal no te ha ido —dijo riendo—. Escucha, porque esto es fuerte.
Editado: 11.05.2025