Habían pasado diez días, y entre el síndrome premenstrual y mi mente que no paraba de darle vueltas, estaba atrapada en un bucle de "¿y si?". ¿Y si Marc estuviera aquí? ¿Qué estaríamos haciendo? Mi cabeza fabricaba escenarios perfectos donde él era el protagonista de todas mis ilusiones. Pero en realidad, no tenía ganas de salir ni de quedar con nadie. Solo quería soñar despierta, aunque esos sueños me dejaran una especie de vacío al despertar.
Cada día, al volver de la universidad, revisaba el buzón, aunque ya había empezado a pensar que todo había sido una ilusión, un rollo de una noche que no iba a ningún lado. Hasta que, un día, lo vi: una carta, con su nombre en el remitente. Mi corazón dio un salto, y ni siquiera esperé a llegar al ascensor. Me senté en el primer escalón del portal y la abrí allí mismo.
Cada línea que leía me cambiaba la cara, hasta dejarme con una sonrisa boba que no podía borrar. Me decía que no había imaginado conocer a alguien como yo, que se había ilusionado, que me echaba de menos, que pensaba mucho en mí… y que estaba mirando de venir otro fin de semana cuando el trabajo se lo permitiera.
Un chute de energía me recorrió. ¿Quería volver a verme? ¿De verdad? Todo el desánimo de los días anteriores desapareció. Ahora tenía ganas de salir, de hacer planes, de que los días pasaran más rápido para que llegara ese momento.
Nada más llegar, me senté en mi escritorio y saqué papel y bolígrafo para responder. Le escribí que para mí también había sido una sorpresa conocerlo, que tampoco me lo esperaba y que también lo echaba de menos. Pero intenté mantener el tono ligero, sin demasiada intensidad. No quería que se diera cuenta de que estaba completamente colada.
Después de escribir la carta, algo en mí cambió. Decidí que, mientras esperaba volver a verlo, era momento de darme un pequeño "reset". Reorganicé mi armario, busqué conjuntos que me sentaran mejor, y empecé a maquillarme de forma más natural, recordando que a él le había encantado mi cara lavada. Incluso caminaba con más seguridad por la calle, como si la felicidad que sentía se reflejara en cada paso.
Eva, por supuesto, lo notó enseguida.
—¿Qué te pasa? —me preguntó mientras yo tarareaba una canción en la cocina—. Estás muy rara… ¿Te ha tocado una rifa o algo?
—He recibido una carta de Marc—dije, mostrándole mi sonrisa triunfal—. Me echa de menos y dice que volverá un finde cuando pueda.
Eva me miró con escepticismo.
—¿En serio? Pero, ¿sabes que de ahí no pasará, verdad? Quiero decir, se quedará en un simple rollo… Él vive en una isla, y tú en otra. Esto no tiene futuro.
—Gracias, Eva. Qué alentadora —dije con sarcasmo—. Lo tengo claro, pero no quiero pensar en el futuro. Quiero disfrutar el ahora. Me hace feliz, ¿vale? Deberías probarlo.
—No seré yo quien no aproveche el presente.
—Pues aplícalo a tus amigas también.
—Lo siento, pero lo hago por ti. Eres experta en montarte películas y luego te das la hostia.
—Vale, pero durante mi película soy muy feliz. Y si luego la hostia duele, al menos he disfrutado el camino. ¿Te parece mal?
—Lo que tú digas. Avisada quedas.
El sábado decidí salir a darlo todo. Me puse guapísima, quería practicar, por decirlo de algún modo, para cuando volviera a ver a Marc. Pero, como siempre, Eva tenía sus propios planes. Sin avisarme, había llamado a Víctor y organizado una noche en los garitos de La Lonja.
No fue ninguna sorpresa encontrarme a Javi, que apareció en algún momento de la noche, como si el universo quisiera ponerme a prueba.
—Vaya, vaya… Ya me han contado que no pierdes el tiempo —me gritó al oído, aprovechando la música alta.
—¿Cómo? —pregunté, aunque sabía perfectamente a qué se refería.
—¿Cómo? —repitió, imitándome con sorna—. No sabía que eras de las que tienen líos de una noche.
Su tono me molestó profundamente.
—Pues fíjate que no, pero podría planteármelo —respondí, con desdén, clavándole una mirada que decía "ni se te ocurra".
—Vaya, vaya… Sofía “ la fresca”. Quién te ha visto y quién te ve.
No podía creer lo que estaba escuchando. Su tono era burlón, pero sus ojos… sus ojos decían otra cosa. Dolor, celos… una confusión de emociones que no quería analizar. Decidí no responder. Moví mi cuerpo al ritmo de la música, ignorando sus intentos de provocación, pero sentía su mirada fija en mí, como si estuviera intentando descifrar si yo seguía siendo "su Sofía" o si me había convertido en una extraña.
Me excusé para ir al baño, pero en lugar de eso salí fuera, a tomar el aire. Necesitaba respirar, alejarme de su energía.
Estaba apoyada en una pared, intentando aclarar mi mente, cuando Javi apareció de repente.
—¿Estás bien? —preguntó, más calmado.
—Sí, solo necesitaba un poco de aire —dije, intentando sonar indiferente.
—Ya… Escucha, siento mi comentario desafortunado. Si te ha ofendido o sentado mal…
—No —mentí. No quería que supiera que me había dolido. Que todavía me importaba lo que pensara de mí.
Editado: 11.05.2025