Las vacaciones prometían, pero un año más, un virus gripal decidió arruinar mis planes. Me pasé las fiestas en casa, perdiéndome incluso la Nochevieja. En Nochebuena al menos disfruté de mi familia, aunque Clara no vino. Eso sí, me alegró saber que en verano pasaría quince días conmigo. ¡Yu-hu!. Entre las cenas familiares, las horas dedicadas a estudiar y mi calvario gripal, apenas tuve vida social. Solo vi a Marta, Isabel y Andrés una noche para cenar, aunque lo de "cenar" es un decir. No tenía ni apetito. Casi se me quitaron hasta las ganas de vivir.
La vuelta a Mallorca fue junto a Eva, ya que compartíamos vuelo. Durante el trayecto, aprovechó para ponerme al día de sus aventuras navideñas, aunque yo apenas podía concentrarme.
—Tía, estás demacrada —Me soltó sin anestesia.
—Gracias, Eva, qué halago. Es lo que tiene tener fiebre, mocos y tos durante dos semanas y alimentarte a base de cuatro chorradas porque era lo único que me entraba.
—Pues yo me los encontré de marcha.
—¿A quién? —pregunté, aunque ya sabía la respuesta.
—A Víctor y a Javi.
—Ah, claro. ¿Y?
—Pues nada, que Víctor iba a tope, pero me dijo que estaba súper liado como para quedar. Y Javi, directamente, me dijo que no era buena idea.
No era buena idea… Esa frase se quedó rondando en mi cabeza. ¿Por qué respondería eso Javi? ¿Qué querría decir exactamente? Antes de que pudiera procesarlo, Eva seguía hablando, como siempre, a toda velocidad.
—Mira, Javi es muy raro a veces. Parece que se piensa demasiado las cosas. Víctor, en cambio, es mucho más fácil. Es directo, va al grano.
—¿Y tú qué les dijiste? —pregunté, intentando sonar despreocupada.
—Nada especial, les pregunté si querían quedar y ya está. Víctor me dijo que no podía, que estaba a tope con un trabajo. Y Javi, pues eso… que no era buena idea. —Hizo un gesto dramático con las manos—. ¿Sabes qué? Creo que le di pereza.
—No creo que sea eso, Eva —respondí más rápido de lo que pretendía, quizá para defenderlo.
Eva me miró con una sonrisa traviesa.
—Ah, ¿no? ¿Entonces qué crees?
—No sé… Supongo que… no sé, tendría sus motivos.
Eva rió suavemente, dándome un codazo.
—Tía, a veces pareces abogada de Javi. Te pones toda seria con él.
—No es eso. Solo creo que no siempre hay que tomarse las cosas como algo personal.
Me miró de reojo y cambió de tema, lanzándose a detallar cómo había sido su vida amorosa en las fiestas.
—Bueno, me enrollé con un ex, pero fue solo eso, rollo navideño. Luego estuve con otro chico, aunque ahí no pasó nada… Pero uff, había tema.
—Joder, Eva, qué vida más activa.
—Es que hay que hacer cosas para que pasen cosas, Sofía.
—Tienes razón. Bueno, ¿y los exámenes? ¿Cómo los llevas?
—Bah, no me preocupan. Es magisterio, tía. No es una carrera difícil, y encima es divertida. Haces teoría, pero también muchas actividades físicas. Lo estudio dos semanas antes y ya está.
Qué envidia. Comparada con ella, mis preocupaciones sobre mi futuro como psicóloga parecían gigantes. Pero, como dijo Eva, ya me preocuparé cuando llegue el momento.
Una vez en Mallorca, volvimos a nuestra rutina. Eva y yo íbamos a clase por la mañana, y por la tarde estudiábamos juntas, eso sí, con nuestro ritual sagrado: después de comer, veíamos Al salir de clase mientras compartíamos una tarrina de helado de litro. Juro que no sé cómo no acabamos como focas, porque ejercicio físico no hacíamos, desde luego.
Edu, por su parte, siempre estudiaba en la biblioteca municipal. Decía que no solo estudiabas allí, sino que también ligabas. Según él, era su "hábitat natural".
Los sábados, en lugar de salir de fiesta, organizábamos cenas en casa con Lucía y María. A veces, por supuesto, Eva invitaba a Víctor. Una noche, mientras preparábamos la cena y Eva había bajado a por una botella de vino, me quedé a solas con Víctor en la cocina.
—Sofía, ¿te molesta que me una a vuestras marchas o cenas? —preguntó, mirándome con curiosidad.
—¿Molestarme? No, claro que no. ¿Tienes esa sensación?
—No, no… Pero es que siempre es Eva la que me llama. Tú nunca lo haces.
—Bueno, tú tampoco me llamas a mí —Le sonreí, satisfecha con mi contraataque.
Él rió suavemente y asintió.
—Es cierto. Solo quería asegurarme de que no te molesta ni te sabe mal.
—No me sabe mal. Lo único que me preocupa es no hacerte daño. Por ejemplo, si te veo con otra chica, me alegraré por ti, de verdad. Pero no sé si al contrario… ¿Sabes?
Víctor se quedó pensativo antes de responder.
—No, tranquila. Es cierto que, cuando te vi con Marc, me sentí raro. Pero fue el momento sorpresa. Luego se me pasó. De verdad, no tengo ningún problema.
—Me alegro de que me lo digas. Me quedo más tranquila. Así, si en algún momento quieres llamarme para ir al cine o algo, ya sé que no habrá malentendidos.
Editado: 11.05.2025