Eva estuvo extrañamente suave durante varios días. Me regaló sus Levi’s, esos que yo llevaba meses pidiéndole porque me flipaban, pero que nunca podía permitirme.
Se sentía mal, y yo… bueno, yo la perdoné, claro. Pero antes, tuve que soltar lo que llevaba días atascado. Le dije que no entendía muchos de sus comportamientos, que no me parecía justo lo que había hecho, y que cada vez sentía que ella y yo vivíamos en un bucle en el que nunca logramos entendernos del todo.
Eva asintió con esa media sonrisa que siempre me desconcertaba. “Ya sabes cómo soy, Sofía. A veces hago cosas sin pensar… Pero me importas, ¿vale?” Me lo dijo con sinceridad, y aunque seguía molesta, decidí dejarlo ahí. Era Eva. Siempre sería Eva.
Sin embargo, con Javi sentía que las cosas no podían quedarse igual. Lo llamé al día siguiente, porque no podía sacarme de la cabeza su imagen de aquella noche. Necesitaba escucharlo.
—Sofía… —me dijo nada más coger el teléfono, y su tono ya me dejó claro que sabía por qué le llamaba—. Quiero pedirte perdón.
—Vale… —murmuré, sin saber exactamente qué decir.
—Tú sabes que yo no soy así. Eva… bueno, no es buena influencia.
—Claro, y tú no tienes personalidad, ¿no? —se me escapó con más dureza de la que pretendía. Mierda. No quería hablarle así, no estaba enfadada con él, sino con Eva. Pero las palabras ya estaban fuera.
—¿Cómo? —preguntó Javi, confundido y dolido.
—Perdona… No, no quise decir eso —suspiré, intentando ordenar mis pensamientos—. Es solo que no me gusta verte así, Javi. No te reconozco… o, quizás, simplemente no me gusta ese Javi.
Se hizo un silencio al otro lado. Un silencio largo, incómodo. Finalmente, Javi habló.
—A mí tampoco me gusta el Javi que soy cuando no estoy contigo.
Boom. Ahí estaba. Otra confesión que no quería escuchar, que abría puertas que yo no sabía si podía atravesar.
—Javi… —intenté cortar el silencio, pero las palabras se me atragantaban.
—¿Podrás olvidar al Javi de la otra noche? —preguntó, con una sinceridad que me desarmó.
—Supongo que sí —mi respuesta salió rápida, casi automática.
—Gracias. De verdad.
—Buenas noches, Javi.
—¡Espera! En dos semanas es mi cumpleaños. Me haría mucha ilusión que vinieras a mi fiesta. Tranquila, aquí la policía no suele hacer acto de presencia —dijo con una media sonrisa—. Vendrán Lucía, María, Eva… Si para ti no es incómodo.
—Javi, claro que no es incómodo.
—Entonces dime que vendrás.
—Iré, Javi.
—Buenas noches, Sofía.
Colgué el teléfono con el corazón en un puño. ¿Cómo podía un par de frases remover tanto? Eva podía ser impredecible, pero Javi era mi talón de Aquiles.
Esa misma semana, sonó el teléfono:
—Javi, ¡qué sorpresa!
—Últimamente te llamo mucho, ¿no?
—No… será que no estoy acostumbrada.
—Bueno, estaba pensando en redimirme por la última vez que nos vimos. Me encantaría invitarte al cine.
Me quedé callada unos segundos, valorando la propuesta. No quería precipitar las cosas ni que hubiera confusiones. Mi corazón me susurraba un rotundo "sí", deseando vivir algo cercano a una cita después de tanto tiempo. Pero mi cabeza advertía que no estaba preparada para dar ese paso. Al final, mi corazón habló antes que mi cerebro:
—Claro… ¿y qué película propones?
—Se acaba de estrenar Titanic y creo que te encantará.
—¿Titanic? —grité con más entusiasmo del que pretendía, provocando que Javi se echara a reír al otro lado del teléfono—. ¡Me muero de ganas de ver Titanic!
De repente, una voz inoportuna irrumpió en la conversación:
—¡Me apunto! ¿Cuándo vamos?
Miré a Eva, que había estado escuchando descaradamente. Javi soltó un largo suspiro que pude imaginar acompañado de una mirada al cielo. No me lo podía creer… Eva, siempre apuntándose a todo.
—Eva, espera. Queríamos ir… solos —intenté aclarar, cubriendo el auricular con la mano.
—¿Solos quién? —preguntó, ignorándome por completo. Javi seguía esperando al otro lado, probablemente escuchando toda esta absurda escena. Eva no se detuvo ahí. Me arrancó el teléfono de las manos con su característica falta de filtro.
—¡Javi, hola! Dile a Víctor que se apunte también y vamos los cuatro, ¿qué te parece? ¡Más divertido!
Silencio al otro lado. Podía imaginar a Javi cerrando los ojos y respirando hondo. No tuvo otra opción que ceder. Eva era un ciclón y, como siempre, hacía y deshacía a su antojo.
Quedamos para ir al cine a la sesión de las siete y media. Al llegar, nos encontramos con una cola interminable que casi daba la vuelta a la manzana. Por suerte, Javi había llegado con antelación y nos buscaba entre la multitud.
—¡Aquí, chicas! —gritó mientras agitaba la mano. Estaba junto a Víctor y un amigo suyo llamado Cristian, al que nos presentó con una sonrisa.
Editado: 11.05.2025